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Del libro Lluvia.
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EL POETA Y EL LOBO
nadie es poeta en su tierra
El poeta es un lobo.
El poeta cae en la
trampa del lobo.
El poeta corre por
su vida como el lobo.
El lobo rastrea
huellas de palabras antiguas.
Presiente la sangre,
adivina el dolor, huele la venganza.
Palabras que el
bosque heredó en sintaxis
y aún no sabe, a
ciencia cierta, por qué.
Es necesario formar
cuanto antes un comité de base
para poetas-lobo.
Una falange capaz de
amalgamar su imagen y desplazamiento.
Desempolvar anaqueles
enteros. Sacar de los estantes,
en un acto violento,
libros encuadernados
con piel de asno.
Que el poeta empuñe
la pala del excavador.
Que explore.
Que desentierre
hijos ocultos
Debajo de lavase de
pilares de siglos y años de concreto.
Reabrir los
cuadernos de horror y el romance.
Aprender a caminar
entre lo muerto.
No es descabellado
pensar en un asentamiento
donde los poetas
vivan como lobos.
Un valle entre
casitas donde los poetas se encuentren.
Hablo de lanzar una
competencia de lanzado de palabras,
una carrera de
sonidos, de poemas, de canciones,
de signos.
Una actividad de
tres minutos con versos sincronizados
donde nuestras piernas
se eleven por encima del agua
y escriben celebraciones
para recibir el fuego.
Lanzamos este fuego
para que las palabras resecas
se incineren.
Es un acto de
purificación y a la vez de putrefacción.
El fuego verde inundará
obtusos mamotretos
con páginas hechas
sobre la reducción
de nuestros huesos.
Para detener el
éxodo de los poetas en manada.
Vamos a lanzarlos al
éxito.
Vamos a tomar sus manos.
Vamos a escucharlos
aullar.
Del libro: Los
poemas que no leo se siguen escribiendo, de Manuel Barrios. Montevideo, Astromulo,
2022.
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Día
10
Al escribir, observo. Después, voy hacia
tierras
marcadas con signos
invisibles. Cierro los ojos y
entro en la gruta.
Me esperás para darme el mapa.
Sabía que tu mapa
era el deseado.
Cierro los ojos, porque el tiempo se ha
dividido
en tantos hilos…
Como un nuevo cielo, el aire envuelve la
gruta.
Tu mapa crece y me muestra el árbol y su
sombra.
El árbol también
crece y estás en sus hojas, que
como brazos, me
sostienen.
Palmo a palmo recorro la tierra leída.
Ponce, Liliana. (2008).
Fudekara. Buenos Aires: Tsé-Tsé
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