BIENAL INTERNACIONAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO
ULA-2010
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Con
su obra Homenaje a Hélio Oiticica Magdalena Fernández nos presenta el
testimonio de que pintura y video pueden hermanarse y formar un producto
artístico de alta densidad visual, precisamente por elegir una ruta que
amalgama y crea un cuerpo único. En este homenaje la expresión radica en esa hibridez
de técnicas, en los acercamientos y roces de preguntas y procedimientos en
apariencia incompatibles. Acá resulta inoperante las fronteras entre “géneros”
y la materialidad como exigencia en una obra de arte, de allí que su dones
visuales se encuentren en ese inusual encuentro de homenajear la pintura sin
que haya lienzo, óleos, marco o tela, un tributo a la tradición pictórica desde
una perspectiva que tiene a la tecnología como base.
Esta
propuesta se alimenta de la cita y la relectura. Desde un ángulo que necesita
de las bondades de las herramientas tecnológicas, del video y la proyección, Fernández
en este homenaje y en otras obras de la misma familia hace eco de obras pictóricas
de autores con resonancia dentro de la Historia del Arte y que, paralelamente,
sintonizan con las inclinaciones estéticas de la autora. Reafirma su modalidad y su identidad como videoartista
aunque el tema, en apariencia, parezca tener inconvenientes con el factor actualidad,
aquella conexión con el presente tan dado a manifestar el apego a la máquina y
lo virtual, que es también reflejo de la forma en que crea y comunica Fernández
su obra.
Como
su nombre lo indica esta obra logra alcanzar la movilidad en virtud del medio
utilizado. Ese es parte del sentido, uno de los cometidos y de los componentes
capitales. Sin duda, hay afinidad entre el lenguaje formal y distintivo
utilizado por Hélio Oiticica y el que ha desarrollado Fernández; en ambos casos
atienden la abstracción geométrica. Los impulsos plásticos desarrollados por el
artista brasileño reviven, las ideas del neoconcretismo renacen, el color como
rasgo influyente en la relación obras-espacio es rememorado. Oiticica es
visible y a un tiempo ya es otro. La obra, por su vida propia, se desplaza de
unas manos a otras sin traumas ni complejos. La pintura indica lo que se debe
hacer, le comunica a Fernández y la artista es portavoz de ese mensaje.
Oiticica
se rescata, se valora y seguidamente es lazo al fin estético de Fernández. La
cita sufre un revuelo cuando es tocado por el elemento tecnológico haciendo que
las posibilidades y las inquietudes de la pintura se sobrepasen y se concreten
de otra manera. Hay un paso de la sugerencia al hecho y ese rasgo se vuelve el elemento
paradigmático en este homenaje. Fernández estimula la pintura con sus
herramientas creativas y no rehúsa los estados emotivos a los que lleva un
lienzo. También hay contemplación, persiste la importancia del color y su
fuerza expresiva, su capacidad de modificar la percepción, insiste el silencio
y la exigencia de frenarse, por instantes breves, para comulgar con otro orden,
más puro, más esencial. Hay comunión en ambos artistas, un diálogo con una
fluidez que lleva a una insospechada unidad, a una obra que se continúa.
El
homenaje de Fernández es un complemento y desarrollo de las ideas del artista
brasilero. Es una amalgama de voces unidas por inquietudes constantes en la
plástica, a pesar de la distancia y el intervalo del tiempo entre ambos creadores.
Dado el trato de la imagen por parte de la artista venezolana evidentemente
existe una naturaleza de la obra sintonizada con rasgos común a otros productos
artísticos de la contemporaneidad, a saber, lo inmaterial y efímero. Rasgos que
no desdibujan la experiencia estética o la sensación frente a un lienzo, cara a
cara con el color, todo lo opuesto, pues, con Fernández asistimos a un recinto estremecido por un lenguaje
depurado y un silencio teñido
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