Caminar
por la costa montevideana en días primaverales tiene su recompensa: ser testigo
de la ceremonia del crepúsculo. Aunque habrá que recordar que caminar siempre
tuvo sus obsequios más allá de los remarcados por los médicos si se considera el
andar como una forma accesible e inmediata del placer y libertad y un estimulo
a las ideas y la imaginación. Caminando uno puede presenciar como la gran
bóveda celeste cambia de piel y la eternidad que concibió Rimbaud: “el mar
unido al sol” mantienen nupcias en una explosión de matices y texturas en el
firmamento que siempre dicen algo. A mí me recordaba el verso “Canto a un cielo
distinto” de la poeta uruguaya Melisa
Machado. Pero la sincronía entre experiencia, emoción y recuerdo parecía
tener un afán geométrico pues el libro donde se encuentra el verso mencionado
es “El canto rojo” (2013), México: Sediento Ediciones. Así, la tonalidad del
cielo encajaba con el adjetivo del título. Lo curioso era la senda formada en
mi mente: del cielo al libro y del poemario al cuerpo pues los textos de “El
canto rojo” gravitan alrededor de un eje: el cuerpo. El cuerpo acá aparece como
distintos momentos de una realidad en continuo fluir, es obsesión e impulso del
lenguaje, motivo para “la prosperidad de mi lengua” como bien inaugura la poeta
este libro. Bien visto, no debería sorprender que el inasible camino de las
nubes lleven a la concreta casa del alma porque ese lazo también es una
extensión de la poesía de Machado capaz de acoplar esferas impares,
contradictorias, de mostrar la misma devoción ante el cuerpo en su realidad más
inmediata como a la energía que anima el corazón y toda la armazón que dirige
con sus bombeos y su música. Es lo que hace la buena poesía: desvanecer las
impositivas fronteras entre mundo exterior y universo interno. Desde una
perspectiva racional, científica y química como la esgrime Albert Hofmann
“la
realidad es el producto de una relación mutua entre señales materiales y
energéticas que parten del mundo exterior y el centro, que constituye la
conciencia en el interior del individuo”. Hofmann hace hincapié que entre el
mundo exterior (que emite) y el mundo interior (que recibe) no existe una
condición dual, señalando que el cerebro es materia del mundo emisor pero al
mismo tiempo se vuelve receptor de las señales provenientes del mundo externo. De
alguna manera esto ya lo dijo el saber tradicional ancestral que no se anima a
mirar el mundo bajo ojos binarios y se inclinan más al relato de cualquier
experiencia mística, esto es, la experiencia de unidad, de pertenecer a algo
más grande, de estrechar lazos entre el afuera y el adentro o el cenit y el
abajo.
En
“El canto rojo” hay un vaivén entre
materia y alma, se mezclan, se confunden sin reparo alguno superando el calco
de la ilusión arrojada por los sentidos y apostando por la sugerencia
simbólica. Es el cuerpo como motor para crear otro mundo, el organismo
fragmentado cuyas partes dibujan un todo donde se articulan creando con toda
esta reordenación una atmósfera fuera del habito cotidiano y determinando un
clima pendular que va del placer o angustia sensual al comentario metafísico o
intelectual: “Ojos lamidos por la fiebre / sabor del nombre diluido en la boca”
o “me despedaza esta flor que crece debajo de mi lengua”. Es, en efecto, “la
lengua clavada en el ojo”, pero la lengua como órgano y como palabra, sin
escisión, polisémica, con la virtud de presentar al menos una bifurcación de
significados. Lo emotivo en cualquiera
de sus matices asume un gesto físico, la realidad espiritual se expone a la luz
de los ojos, la boca, las manos, la lengua, el sexo. Es ambas cosas a la vez. La
autora sostiene su escritura quizás con la idea de que lo desconocido es
posible desde lo conocido, pero conocer el cuerpo también implica escribir
desde él, danzando, escuchándolo, asombrándose de su milagro y misterio, del
poniente y del alba que también acontecen en él, de la recreación de las
indiscutibles leyes de Newton a la par de aquello que no se puede medir. Es el
cuerpo vivo, cenestésico, accesible, constelado e inasible a un mismo tiempo, es
el vehículo que lleva a varios pliegues de la realidad y a los múltiples matices
de la vida que nos enlaza formando así un solo cuerpo:
XII
Cubrí
su cuerpo con flores y otras hierbas
luego
de cuatro semanas de navegar por tierra.
Macerados,
nos dejábamos acunar por la marea.
Bendito
sea este vientre, el estoque:
su
dulzura y armadura.
Epílogo
digna
de esta piedra izo las velas en el lecho de dios.
a
bordo de la tierra. a dulce de platillo.
solicitada
y concedida.
con
luz sobre esta carne en dagas.
con
cuervo mejilla heráldica de dios padre
mejilla
heráldica de dios hijo.
“rezumas
hierbabuena”, dijo.
“rezumas
mielmala”, dijo.
peino
el nombre,
amaso
el hambre.
juntando
ojo con piel.
siete
veces gato. siete gatos ciegos.
lúcidos
de tanta sombra. vivos de tanto dios
videntes
de hielo. bellos como agua dura.
como
horca o molino.
somnolientos
y duros perros dulces.
gatos
de hambre yaciente,
atados
a la cintura contra el frío.
Inertes
de encorvada edad.
primos
de espalda restallante.
sin
rizos lóbregos ni guedejos.
de
hambre viva. De “toda culpa es mía”.
huéspedes
de blonda o cabellera bruna.
muslos
de muertos vivos.
vivos
de plantas llanas.
de
osamenta filosa. de ojos cuenco.
de
umbrosa tibia y ensortijada espina,
axila
blasfema:
rezo
vocal.
Olafur Eliasson: "The weather project" 2003 |
Amanezco vientre arriba,
ResponderBorrarcuarteada y sálvica.
Soy la reina de la tierra.
Soy la reina de las hormigas.
Soy la reina de los grillos.
Soy el aparejo de cuerdas de mis muslos.
Soy mi hueso,
mi malar.
Y el hueso púbico que aquellos pulirán.
Soy la reina del ciprés.
“Tuyo mi dolor y mi gloria.
Tuyas mis estacas”.
Gracias, Rojas rojas. Me honras con tu texto, poeta y crítico sutil.