"La Fuente" de Sherrie Levine (1991) y "La Fuente" de Marcel Duchamp (1917) |
El
más reciente libro del poeta uruguayo Nelson Traba Treinta y tres azoras (Hanan Harawi, 2015) puede entenderse como la
composición de un lector creativo que no le basta descifrar e interpretar
signos para construir un sentido sino que hace de la lectura una parte visible del
proceso de su escritura. Las azoras es el nombre que recibe cada capítulo que
divide el libro sagrado del Islam: El Corán. Puede que de entrada haya una
referencia religiosa traída por el título; sin embargo, desde ese punto inicial
del libro comienza el juego del poeta, la esencia de su construcción, el
andamio de su edificio textual. El autor en la mayor parte de sus azoras crea
un espacio verbal que es posible gracias a la lectura, pues muchos de estos
poemas están atravesados por citas, referencias que guían y
sostienen los textos. Un modo de construcción que sintoniza con la idea de
Harold Bloom a propósito de la angustia de la influencia: sólo puede entenderse
un poema descubriendo cuál es su rival con el que mantiene la relación
agonística, revelando con qué lectura se está enfrentando.
Pero
Traba no sólo hace alusión a un texto sagrado como El Corán sino que sus
referencias se abren a espacios seculares abarcando una constelación de escritores
contemporáneos, mayormente jóvenes. En la azora vigésima se puede ver con claridad
la poética a la que se somete este libro:
Ahora alguien acuchilla los libros y otros libros se
hacen cuchillos
para acuchillar otros libros.
Y hay libros que hechos cuchillos acuchillan otros
libros,
que hechos cuchillos acuchillan otros libros
que hechos cuchillos acuchillan otros libros (p.24)
La
reiteración que mantiene este poema es, en cierta forma, el mecanismo no sólo
ideado por Traba sino que es común a cualquier literatura. Un procedimiento
mejor entendido a la luz de la noción de intertextualidad. La teoría literaria
es la responsable de la idea intertextual concretamente de la mano del teórico
ruso Mijail Bajtín (1895- 1975). En occidente fue Julia Kristeva la encargada
de difundir esta noción del pensador ruso: “todo texto se construye como
mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En
lugar de la noción de intersubjetividad se instala la de intertextualidad, y el
lenguaje poético se lee al menos como doble” (1981, p.190). Es así como Traba
no queda como un sujeto autónomo con sus poemas sino que es un cruce con lo que
ha leído y recibido por distintas vías, una intersección discursiva, un diálogo
con una herencia que le importa: la poesía. Traba en este poemario subraya las
dos instancias de la intertextualidad: absorción y transformación, una dinámica
por cierto también aplicable a cualquier ámbito de la cultura.
Estas azoras son respuestas a sus lecturas, un
diálogo con su biblioteca, esto es, el vaivén al recinto de sus influencias y a
la fuente de su formación intelectual. ¿Pero a quién responde? Los pie de
páginas de muchos poemas arrojan la constelación de sus interlocutores:
Virginia Janza, Jorge Alejandro Vargas Prado, John Martínez Gonzales, Stanley
Vega, Enrique Solinas, Albert Estrella, Pedro Froilaz, Oscar Saavedra
Villaroel, Willni Dávalos, René Silva Catalán, Walter Espinoza Ramírez, Erick
Sarmiento Fernández, Pablo Aldaco, Karina Macció, Rafael Méndez Meneses, Carlos
Mendoza, René Silva Catalán y Diego Lazarte. Lo curioso de sus participantes
poéticos es que no son, por ahora, los nombres más resplandecientes de un
canon, la apuesta de Traba es más arriesgada al intercambiar ideas con jóvenes
poetas, que inician el largo y empinado camino de búsqueda de su propia voz y
cuyos libros generalmente no rompen el circuito de distribución de sus
respectivos países. Traba saca a relucir muchos nombres quizá de una nueva
tradición, pero no uruguaya, sino la que desea el poeta. Su lectura es
arbitraria y sobre todo creativa, acuchillando libros que le interesa y
cortando versos o líneas para traerlos y combinarlos con su propia producción.
Así como desacraliza El Corán sacando pasajes fuera de contexto con ese mismo
cuchillo va tomando las líneas de
recientes poemarios que sirven para sus fines, sin pudor, consciente. Su
lectura no se limita a un programa de búsqueda de significado sino que en esa
ramificación significativa que la poesía genera Traba agarra lo que él cree
encaja en su propuesta.
En
las Treinta y tres azoras también
vemos a un poeta que no defiende la originalidad como lo entendía el
Romanticismo sino a un autor que toma uno de los múltiples sentidos que genera
un poema para seguir con su particular reescritura. Es un libro de
agradecimiento que no olvida la deuda con producciones precedentes, copiando, mostrando la fuente y
hablando de algo nuevo conforme lo dicho anteriormente. Es su virtud más
sobresaliente, sin duda, pero eso no reduce sus azoras a simples diálogos entre
propuestas escriturales porque en ese mismo espacio hay cabida para un yo
cotidiano y otro erótico, para la vida, para el sujeto que no sólo es lector. La manera de leer de Traba es una apología al
desorden de las ideas que insisten en la ilusión de mantenerse estables,
pétreas, cerradas al diálogo y abiertas al pedestal y el aura, rompiendo a
cuchillazos metafóricos la precaria burbuja donde normalmente se ubica a un
escritor.
Azora décima primera
Y me dejo doler en la
boca y me amamanto de maíz, y tomo prestado ese retroceso de tierra para
enamorar las conchas homosexuales.
Ahora se me cayeron todas las costas de mis ojos
tímidos.* Y continua siendo maravilloso saborear la inspiración del libro
que se inspira en otros libros.
*Óscar
Saavedra Villaroel:dOPING hISTÓRICO, en
Anomalías: 5 poetas chilenos. Santiago de Chile, Editorial Zignos, 2207.
Gracias por la difusión!
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