La
base de la mentalidad occidental está estructurada por diversas y heterogéneas
perspectivas, pero, sin duda, el cristianismo y la cultura griega sobresalen y
son capitales en nuestra formación de la concepción y entendimiento del mundo. Estos
dos mentados sistemas de pensamientos que aspiran a contener e interpretar las
diferentes capas del mundo para formar una totalidad se complementan y repelen
a un tiempo. Dentro de la larga lista de elucidaciones sobre fenómenos
aparentemente explicables ya sea por vía de la razón o de la intervención
divina con su particular solución están los animales. Lo que sabemos
teóricamente de estos seres vivos nos viene, entre otros caminos, de la
religión cristiana o de la filosofía y cerca a ésta la investigación científica.
Puede que una parte importante de la población aspire a llegar al tiempo y sociedad posreligiosa aferrándose a la razón
como único eje explicativo del universo inmediato y sus móviles menos visibles,
pero lo cierto es que aún persisten modelos de pensamientos que llevan siglos
promulgándose creando un imaginario nada fácil de desechar. Así tenemos que un
primer acercamiento al mundo animal proviene de la Biblia. En este sacro texto
cristiano la idea de animal queda bastante clara: un ser inferior al hombre, un
espécimen para dominar. El creador de la vida, Jehová, ordenó a los seres
humanos: “Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y
sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Génesis 1:28). El
mandato es claro para el hombre que fue creado a imagen y semejanza de Dios
(Génesis 1:27).
La
concepción bíblica de los animales no es negativa en su totalidad porque son,
ante todo, elementos de ayuda al hombre. El famoso episodio del diluvio
universal ilustra que los animales forman una pieza en el plan divino que
mantiene en equilibrio al cosmos: “Y de todo ser viviente, de toda carne,
meterás dos de cada especie en el arca, para preservar les la vida contigo;
macho y hembra serán” (Génesis 6:19). En rigor, la relación original y verdadera
entre hombre y animal es de armonía y fue el lazo que permaneció en un primer
tiempo paradisiaco y al cual llegado el fin de los tiempos habrá de volver. Pero
en medio de esos dos extremos temporales aconteció el pecado del hombre, esto
es, la desobediencia a Dios y el arrojo por defecto al conflicto, la expulsión
del edén y la vida marcada por el dolor y la muerte. La relación con el reino
animal también devino ambigua y tensa, incluso algunos animales como la
serpiente o los cerdos, entre otros, se les califica desde la doctrina
cristiana negativamente, son impuros. No es que los animales no posean alma,
esto es, el componente inmaterial que mueve los seres vivos sino que su alma no
es inmortal como la del hombre.
Otra
perspectiva que no está en consonancia con la cosmovisión cristiana esboza
indirectamente la idea de animal, es la expuesta por Aristóteles en su
Política: “Al bárbaro el heleno tiene derecho de mandar" (1996, p. 89). El
bárbaro en este caso es lo extranjero, lo no civilizado, aquello que arrastra
el lastre de la animalidad. Son las culturas que no progresan según los
estándares helenos y se mantienen en un estado natural, o sea, salvajes. Lo
animal, por tanto, igualmente es inferior al hombre civilizado o ciudadano y
debe ser dominado. Ciertamente, el animal es, desde el 'animal racional'
aristotélico en adelante, todo aquel individuo que carece de las cualidades
-alma, palabra, razón- del hombre, es decir, una desviación respecto de la
recta trayectoria de lo humano.
Se define por tanto al animal, en este caso, como una
totalidad opuesta a la humanidad en su conjunto, apareciendo ésta como una
suerte de desprendimiento de su animalidad más primitiva; salvada ésta por su
progresión y su característica civilizatoria, aquélla que aparece como
salvaguarda de la ética, la virtud o la moralidad -dependiendo del contexto
histórico-; así como por la separación real entre un estado de naturaleza
salvaje o asalvajada, de la cual escapamos, huimos, salimos para emanciparnos
de una naturaleza que nos parece y se nos presenta como hostil, huyendo tras la
civilización como estructura de relaciones "complejas", verticales,
higiénicas, saludables, pulcras, buenas, éticas, ciudadanas,
"iluminadas", blancas, proporcionales, estéticas, bellas...(Testa,2003,
p. 3)
Más
tarde dentro de la línea de la filosofía René Descartes (1596- 1650) dirá que
“los animales son como cualquier otra cosa que pertenezcan exclusivamente al
mundo material, puras máquinas con las que podamos hacer cuanto nos plazca”
(Garrido, 1999, p.151). Aunque extrema la postura de Descartes no difiere mucho
de las líneas bíblicas. En ambas posiciones el animal queda en un escalón por
debajo del hombre por lo que está destinado a obedecer su superior, el que posee
y usa el raciocinio y todo lo que este rasgo implica. El trato y la ética a
grandes rasgos del hombre con respecto a los animales estarán supeditados
mayormente por esta jerarquía y la
interrelación que se da a partir de ella.
Sin
duda que dentro de la historia de la filosofía problematizar el concepto de animal
es un aspecto recurrente, nada casual si se parte de la vieja idea aristotélica
del hombre como “animal racional” con lo cual se inició una larga e influyente
tradición filosófica, que también ha sido muy criticada por algunos pensadores
modernos y contemporáneos. En Friedrich Nietzsche (1844-1900) el hombre
aparece no sólo como un ser que se encuentra inacabado –sin una determinación
ontológica definida– sino como un punto de inflexión entre el animal y el
superhombre: “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre,
una cuerda sobre un abismo [...] La grandeza del hombre está en ser un puente y
no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un
ocaso” (2008, p. 10). Martín Heidegger (1889- 1976), por otro lado, define lo
que es el animal respecto al hombre y lo que es el hombre respecto del animal
planteando la siguiente distinción: “la piedra es sin mundo, el animal es pobre
de mundo y el hombre es formador de mundo” (Heidegger, 2007, p. ) En otras
palabras, la idea de estos seres va a estar en relaciones de los mismos con
“su” mundo. Este planteamiento esbozado por Heidegger será el punto de partida
para el desarrollo del propio sistema de pensamiento de Giorgio Agamben quien,
entre otras áreas, le interesa la relación hombre- animal.
Agamben
es conocido por la noción de Nuda vida,
esto es, la vida absolutamente expuesta al poder soberano de dar muerte. Es la
vida reducida a su mera condición biológica, y por tanto absolutamente
manipulable. Ya no habla de sujeto sino de cuerpo vivo lo que tiende lazos
estrechos entre la vida humana con la de una planta o animal. “La politización
de los procesos biológicos de los cuerpos constituyentes del antes llamado
pueblo” (Valderrama, 2014, p. 132) La base de este pensamiento lo estructura a
partir de Foucault y su idea de la gestión política en la vida, la intervención
del poder en la vida humana, Biopolitica en término técnico, central para la
modernidad, que decide la humanidad de los vivientes: “El poder se mete en la
misma piel de los individuos, invadiendo sus gestos, sus actitudes, sus
discursos, sus experiencias, su vida cotidiana” (Foucault, 1976, p. 106). Durante
la primera mitad del siglo XX, toda apelación a la animalidad de determinados hombres
es signo y seña del surgimiento de políticas de subjetivación fascistas. Michel
Foucault (1926- 1984), en distintas etapas de su trabajo, se interroga sobre
dichos procesos de individuación. En 1966, en oposición al humanismo
existencialista, señala la “muerte del hombre” en Las palabras y las cosas; diez años después, esa misma muerte da inicio
a la Biopolítica. A partir del siglo
XVII, según su tesis, el poder cambia de modalidad: pasa de una función
soberana capaz de dar muerte a sus súbditos a una función administradora de la
vida. Este biopoder, disciplinador de los cuerpos y regulador de lo viviente,
fue “un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo; éste no pudo
afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el
aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los
procesos económicos” (Foucault, 2005, p.170).
Agamben
pertenece a esa línea investigativa del llamado poshumanismo, esto es, revisar
la historia del pensamiento de lo humano a la luz de las transformaciones
técnicas, ideológicas y culturales. El humanismo hay que entenderlo como un
esfuerzo de domesticación del hombre en el que se pretende desinhibir su
condición animal aunque en la práctica no lo logre realmente. El humanismo
habría sido el modo (histórico) de responder a la pregunta (histórica) de cómo
el hombre puede convertirse en ser humano, verdadero o real. La pregunta de
nuestra época sería, siguiendo las ideas de Agamben y agotado el humanismo: ¿Cómo
hemos llegado hasta acá? Para Agamben los remedios humanistas no bastan ante la
arremetida de la biopolitica, esto es, una vida sujeta, organizada y subyugada
por dispositivos. En uno de sus libros: Lo
abierto. El hombre y el animal Agamben sugiere más que la separación entre
el hombre y el animal que acepta de Heidegger es el paso a la animalidad por
parte de lo humano en el fin hegeliano de la historia siguiendo algunos
postulados del filosofo Alexandre Kojève (1902-1968).
No
solo la filosofía enfrenta desde la razón la compleja relación entre hombre y
animal. La literatura como forma de conocimiento detrás de la ficción tiene
múltiples y célebres ejemplos, pero en este caso nos importa los aportados por
el escritor uruguayo Horacio Quiroga (1878-1937), concretamente en tres
cuentos: El sueño contenido en el
libro El Salvaje (1920), La patria y Juan Darién del libro El
desierto (1924).
En El sueño un inspector meteorólogo visita
a un colega ermitaño que labora en una lejana estación reportando las
actividades climáticas selva adentro, donde el río Paraná es indomable, en la
zona de Entre Ríos, Argentina. El viaje del inspector también es motivado por
una serie de informes emitidos por el solitario encargado, extrañado por los
altos números correspondientes a las lluvias y la humedad de la zona. Pero en
el encuentro entre el hombre de ciudad y el trabajador de la selva además de cerciorar
que los informes son verosímiles y ajustados a los hechos el protagonista
misántropo le cuenta cómo anduvo con un dinosaurio por tres meses, cómo él,
encargado de una estación meteorológica en una tierra inhóspita se transformó
en algo cercano a un animal y cómo al final tuvo que sacrificar al Nothosaurio pensando en su propia
sobrevivencia. En este cuento Quiroga con gran audacia estructura un realismo
que paradójicamente logra escapar a lo representativo o figurativo. La base la
conforma referentes identificables pero atravesados por situaciones fantásticas
como la aparición de un dinosaurio sin mayor explicación ni aspaviento por
parte de la voz narrativa. Es común la aparición de animales en los cuentos de
Quiroga, pero mayormente animales pertenecientes al contexto con el que se le
encasilla: la selva. También es constante la tensión y la manera conflictiva
donde se desarrolla las relaciones entre el mundo animal y humano en el autor
salteño que no es otra cosa que la mentalidad occidental aplicada a una
narración de principio de siglo XX. Pero un Nothosaurio
subraya la separación entre hombre y animal que tanto filósofos como la
doctrina cristiana mantienen en pie. Sin embargo, recurriendo al pensador
Agamben esa separación no es tan inamovible como se cree porque el filosofo
italiano sostiene que esa franja,
frontera, línea y división, es móvil, no es clara, es una cesura que aún a
pesar de separar, mantiene la cercanía entre aquello que se busca distinguir de
lo otro.
El paso del animal al hombre, a pesar del énfasis puesto
en la anatomía comparada y en los hallazgos paleontológicos, era en realidad
producido a través de la sustracción de un elemento que no tenía que ver con una
cosa ni con la otra y que era presupuesto como característica de lo humano: el
lenguaje. Identificándose con éste, el hombre hablante excluye, como ya y no todavía
humano, su propio mutismo (2006, p 71)
El
hombre vendría a ser tan animal como cualquiera aunque el primero tenga la
capacidad de poder moldear su propio rostro y recibir todas las naturalezas; es
un ser que se construye a sí mismo y decide lo que es. El hombre como tal no
tiene rango, no posee rostro, siempre está abierto a recibir cualquier rostro,
ya sea bestial o divino: el ser humano se hace a sí mismo tal como se piensa. La
vuelta a la animalidad es una posibilidad latente porque la frontera es más
bien móvil y es identificable en esta ficción de Quiroga cuando dice: “Durante
meses y meses había deseado ardientemente olvidar todo lo que yo era y sabía, y
lo que eran y sabían los hombres… Regresión total a una vida real y precisa,
como un árbol que siempre está donde debe, porque tiene razón de ser. (…) Ha
vuelto al mono, guardando la inteligencia del hombre” (p.227). Pero es una
regresión que para el personaje de Quiroga no dura mucho tiempo pues se impone
la sobrevivencia antes que la convivencia. La razón es netamente pragmática: cuando
el dinosaurio tenga hambre yo seré su alimento, piensa el personaje que al
final le da muerte al gran animal. Su regresión es incompleta, fallida,
impedida quizás por toda su herencia cultural que lo ha moldeado y, en
definitiva, le dice qué y cómo es. Según Kojève, leído por Agamben, el hombre,
al final de la historia, vuelve a ser animal. Como lo era al principio, en
definitiva. Entonces, nos dice, desaparecerán las guerras, las revoluciones, y
la filosofía. Una suerte de idea del eterno retorno a un lugar de paz y armonía,
a sabiendas que el retorno no será igual porque las cosas en el mundo no se
repiten, no son calcos perfectos, no se pueden bañar dos veces en el mismo río.
Agamben, por otra parte, sigue esa fórmula pero con otro matiz impulsado,
quizás, por la lectura bíblica: “en el último día, las relaciones entre los
animales y los hombres tendrán una nueva forma y el hombre mismo se
reconciliará con su naturaleza animal” (2006, p. 12). El autor se refiere a la profecía mesiánica de Isaías
11, 6, donde los animales, incluyendo la humanidad, vivirán en armonía, sin
violencia, sin muerte. En otras palabras, ocurrirá eso cuando el hombre se
reconcilie con su naturaleza animal. Más que conversión lo que habla Agamben es
de aceptación de una parte sustancial de nuestra propia naturaleza.
En
principio puede parecer que volver a la animalidad sería contradecir la razón,
suspender el lenguaje que es a fin de cuentas el rasgo definitorio de lo humano
y que, usando las palabras de Aristóteles, le abre la posibilidad de lo
político. Pero ¿cuándo se producirá ese
fin? ¿o es que ya aconteció? se pregunta Manuel Arranz y se responde siguiendo
pistas dadas por Bataille: “retorno del hombre religioso, pasividad,
indiferencia ante la muerte, pérdida de todos los valores menos el del dinero,
y otros trasuntos del mismo o similar cariz”. (2005, p. 2). En otras palabras,
los rasgos de un fin profetizado no solo por el filósofo ruso. Lo cierto es que
Kojève con el tiempo refuta su propia hipótesis de vuelta a la animalidad
porque, en definitiva: “el hombre es producto de la tensión entre su animalidad
y su humanidad. Y tan monstruoso es un hombre sólo animal, como un hombre sólo
humano”. (Arranz, 2005, p.2).
La
armonía de la que habla Agamben en tiempos finales de la historia posiblemente
sea la superación de la dominación de la Biopolítica. En la sociedad
contemporánea el poder se ocupa de la vida natural y biológica, esto
es, “gestionar la animalidad del hombre” (2005, p. 98). Para Agamben la gestión
integral de esa vida biológica es “hacer suya su propia latencia, su propia
animalidad, que no queda encubierta ni es convertida en objeto de dominio, sino
que es pensado como tal, como puro abandono” (2005, p. 102). Todo esto a fin de
mantenerse a salvo de la disciplina del biopoder, de que el humano tenga el
control de su vida biológica. Y es que ese espacio que queda en la separación
de lo humano y lo animal donde amabas naturalezas se mezclan, es lo que el
pensador italiano llama Lo abierto.
Lo que retorna y aún se mantiene es la diferenciación
subrayada entre hombre y animal, pero también como un área porosa, maleable, móvil.
Quiroga lo relata en su cuento El sueño,
Agamben lo razona de la mano con Kojève y da a pensar en una serie de rasgos
recientes que indirectos mantienen esta relación distanciada aunque disimulada
entre humano animal: la migración masiva de la población rural a las grandes
urbes; la desaparición del animal doméstico útil y el surgimiento de la mascota
sin fines prácticos; el desarrollo de la industria del alimento y la reducción
del animal a mera materia prima; la creación y reorganización de jardines zoológicos;
la experimentación científica con animales y el desarrollo de disciplinas
inéditas, como la etología, la ecología, la ética y el derecho centrados en el
animal, y la desaparición de otras, como la historia natural. Son cambios de
matices pero no de color, las barreras se siguen alzando y la máquina
antropológica como llama Agamben al hombre sigue produciendo y naturalizando
humanidad y excluyendo a partir de un concepto ya presupuesto.
En
los cuentos La patria y Juan Darién de Quiroga la ficción
ilustra esa área no definida y en vaivén que es “lo abierto” en Agamben y donde
la mixtura entre naturaleza humana y animal es difícil de separar. En La Patria un grupo de animales de la
selva deciden formar una patria para ellos luego de que un grupo de zánganos
entran en una casa abandonada momentáneamente por un hombre y leen un libro
perteneciente a éste último. El hombre es un soldado y ha ido a la guerra, a
defender su patria. Siguiendo la teoría encontrada en el libro los animales
comenzarán a delimitar su territorio y eso le dará forma a la patria, pero ese
cerco, tanto en la tierra como en el aire, traerá la nostalgia de un territorio
libre de fronteras. El soldado a su regreso de la guerra, herido, ciego y
guiado por su hijo les dará un discurso a los animales de lo que él considera
es la patria:
-La patria, hijo mío, es el conjunto de nuestros amores.
Comienza en el hogar paterno, pero no lo constituye él solo. En el hogar no
está nuestro amigo querido. No está el hombre de extraordinario corazón que
veneramos y que la vida nos ofrece como ejemplo cada cien años. No está el
hombre de altísimo pensamiento que refresca la pesadez de la lucha. No hallamos
en el hogar a nuestra novia. Y dondequiera que ellos estén, el paisaje que
acaricia sus almas, el aire que circunda sus frentes, los seres humanos que
como nosotros han sufrido el influjo de esos nuestros grandes amores, su
patria, en fin, es a la vez la patria nuestra. (Quiroga, p. 507).
El
discurso del soldado anula el deseo de los animales e impide, en este caso, un
trayecto contrario a la proyección de Kojeve: ir de animalidad a la humanidad. Nuevamente
nos encontramos ante el hecho de que una humanidad pura o animalidad casta
devendría en algo monstruoso, defectuoso, negativo. En la narración los
animales quieren acercarse a lo humano siguiendo un patrón de organización
política colectiva, pero al comenzar a concretar este deseo el malestar se hace
presente a la par. Hay una fluctuación de lo salvaje a lo civilizado pero con
imposibilidad de estar solo en un bando. El conflicto es la no aceptación; de
los humanos reprimiendo la naturaleza animal originando con ello la larga lista
de normas y leyes, fronteras y maneras que moldean una mentalidad y comportamiento particular y
aprobado; de los animales al renegar su plenitud animal y querer emular la vida
civilizada creando justificaciones solo validas en el campo discursivo.
En
el cuento Juan Darién la frontera
entre hombre y animal está más difusa de ubicar. En un territorio selvático
llega una epidemia de viruela. Los niños son las principales víctimas y en ese
grupo exterminado por la enfermedad va la criatura de la mujer protagonista del
cuento. En pleno duelo y dolor la mujer se topa con un tigre bebé al que
rescata y le da cariño, incluso lo amamanta. Ese gesto restablece el vínculo
recién quebrado: el de madre e hijo. El milagro de esa relación ocurre luego de
que una serpiente le explica a la mujer que si ella quiere ese pequeño tigre
puede ser su hijo, incluso metamorfoseado en niño. Ella, sin duda, así lo
anhela. Juan Darién pasa de ser un cachorro de tigre huérfano a un niño tímido,
no muy inteligente, con un pelo áspero, un niño amoroso con su madre, lo cual
le genera reproche por parte de los habitantes del pueblo porque ser generoso,
atento y estudioso está mal visto por los lugareños. A los diez años de Juan
Darién la madre muere y a partir de ahí la orfandad es su signo. Intemperie
doble; primero como tigre, ahora como niño. Ahora trabajosamente se vale por sí
solo, pero en un acto escolar en el que se le llama a participar por ser un
estudiante aplicado falla y el inspector que ha ido a esa escuela sospecha de
que el niño escogido es un disfraz de una bestia. No se sabe las razones pero
el inspector lo intuye. Por algunos artilugios el inspector concluye que Juan
Darién es en realidad un tigre y siendo así su suerte está echada: debe morir.
A partir de ese estigma los demás niños y personas comienzan a rechazarlo
abiertamente, hasta el punto de golpearlo y aprobar que un domador lo encierre
en una jaula, desnudo, esperando que confiese su secreto de ser tigre, que
muestre sus rayas. La violencia contra él sigue creciendo hasta que lo queman
con fuegos artificiales esperando que se convierta en tigre. Su pobre cuerpo
magullado, un cadáver para otros, es dejado en el bosque, pero Juan Darién no
ha muerto. Ha vuelto a ser tigre pero conserva la memoria, el lenguaje y la
habilidad de sus manos. Su sufrimiento es contado a los demás tigres del lugar
y declaran la guerra a los humanos, una venganza que empezará por el domador
que será quemado en un árbol. Juan Darién vuelve a su origen, pero va al cementerio
a despedirse de su madre humana, a rendirle emotivas palabras de amor y
agradecimiento a pesar que ya ha decidido ser tigre, y para siempre.
La
vida de Juan Darién ilustra de manera
más efectiva la relación conflictiva no solo entre humanos y animales sino el
nudo belicoso que opera dentro de la misma naturaleza humana: la ida y vuelta
de animalidad y humanidad. El paso de
cachorro a niño por parte de Juan Darién también se puede entender a la luz de
las ideas humanísticas que apuntaban a suprimir o superar cualquier vestigio de
salvajismo para volver verdaderamente humanos a los humanos, tornarlos seres
civilizados. El filósofo y poeta Friedrich
Schiller (1759-1805) es uno de los portavoces de esas ideas humanísticas
especialmente en su obra Cartas sobre las
educación estética del hombre (1795), allí Schiller esboza la teoría que el
arte es la vía para humanizar al hombre. Constata que “los instintos brutales y
anárquicos” caracterizan “las clases ignorantes” mientras que “las clases
civilizadas” presentan el aspecto aún más repugnante, de la debilidad, que es
lo que más subleva, causado por la cultura. Se pregunta entonces: ¿De dónde
debe venir este cambio, si el Estado es corrupto y las masas degeneradas? Y da
con esta respuesta: “Sólo puede venir mediante el gran arte” (Schiller, 1990,
Carta IX, p.169). En otras palabras, el rechazo a la animalidad por ser una
naturaleza carente tiene vieja data, una herencia que se refleja en el cuento
Juan Darién hasta sus más vertiginosas consecuencias. Esta definición del animal
en tanto carente vendría a ocultar, señala Giorgio Agamben una falta originaria
del hombre, el faltarse a sí mismo, su irremediable ausencia de dignitas. Agamben
no niega aquello que distingue a los hombres de los otros animales para formar
un gran conjunto homogéneo y continuo, sino de tener en cuenta que existe, tal
como han mostrado las investigaciones zoológicas en todas sus áreas de
conocimiento, una multiplicidad de límites y de estructuras heterogéneas. Va
más allá de la simplificación del problema al cual ha estado habituado el
pensamiento occidental: humano es todo aquello que no es animal, y viceversa. Una
concepción que ha devenido en la formación de una jerarquía que permite
explotar a los animales no humanos o los humanos que no nieguen su naturaleza
salvaje. Juan Darién es la
dramatización de ese más que pensamiento prejuicio: debe ser sacrificado por
tener pasado de tigre aunque su apariencia y actitud sea más civilizada que sus
detractores.
Estos
relatos de Quiroga vieron luz a principio del siglo XX, tiempo en que la
filosofía cuestionaba la denominada metafísica de la subjetividad, asociados
hoy por la crítica posthumanista a la lectura heideggereana de las
conceptualizaciones del sujeto y de la subjetividad formuladas por el
pensamiento moderno. Agamben es un hijo de esa línea poshumanista pero de
principio del siglo XXI y reitera que esa concepción ejemplificada por Quiroga
un siglo antes sobre el animal sigue en
pie. La separación y el conflicto es una constante en los cuentos de Quiroga,
el vaivén entre estas doble naturaleza que conforma lo humano. Puede que
comulgue con la superioridad del hombre pero a la par el hombre queda muy mal
parado desde la perspectiva animal: lo baja del pedestal, le subraya su
decadencia desde el ojo de una fiera salvaje. La patria y Juan Darién
son ejemplos de cuestionamiento de la razón humana, El sueño también pero en menor medida. Si habría que elegir la
esencia de los personajes Quirogueanos esta representación sería la teriomorfa.
Un ser híbrido que de la mano con las hipótesis de Agamben problematiza las
nociones que sostienen el andamiaje teórico del humanismo.
El Teriomorfismo
es el nombre que se le aplica a las transformaciones de un ser humano a animal,
ya sea de manera completa o parcial. Un tránsito común en ámbitos mitológicos y
espirituales, pero que en propuestas literarias como la de Quiroga
especialmente en los cuentos estudiados se hace presente. Una entidad que no
desagradaría al propio Agamben pues el pensador italiano en su idea de
gestionar la animalidad del hombre para que no quede como un objeto de dominio
aspira no solo a superar la Biopolítica sino que casualmente coincide con las
profecías bíblicas de retornar al tiempo primigenio donde no existe la dualidad
hombre-animal. Filósofo y escritor trabajan en esa zona intermedia, difusa,
porosa, maleable proponiendo cada uno a su modo que lo que han insistido en
hacer ver como dos naturalezas separadas es anverso y reverso de una misma
realidad. Es una ida y vuelta, vaivén que se complementa.
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