Jonidel Mendoza |
Ya
el título del primer libro de Alicia Preza: Obertura
de la fiebre (Montevideo: Yaugurú, 2016) asoma la atmósfera que va acompañar
la lectura del mismo. Esta obertura no le interesa tanto la fiebre como móvil
temático pero sí como un elemento que altera el cuerpo del lenguaje. Prosa que se
disloca y bulle a causa de la alta temperatura, textos invadidos por un invisible
pero eficaz virus, letras bajo otro ritmo cardíaco y respiratorio, poesía
enfiebrada que socava el principio de realidad constreñida mayormente a un
lenguaje comunicativo o instrumental: “Camino en cuclillas para ver dónde
horada la fiebre su cóncava permanencia” (p.10). Así arranca el libro y es la extensión y
subrayado que viene del título porque ahí todo está emparentado, obedeciendo
quizás a un recorrido por distintos momentos de una misma realidad. Un logro
que no desecha la posibilidad de leer los textos de forma autónoma como
compendios de un proyecto mucho mayor “Esta mañana subió la fiebre. Cuarenta
grados. Vemos un abanico que se abre desde la pared y viene hacia nosotros como
un inmenso colibrí que destaja colores sobre la piel hirviente” (p.35).
William
Burroughs (1914-1997) manejaba la tesis de que “el lenguaje humano es un
sistema viral invasivo” (1970) que, por tanto, se reproduce con gran facilidad
y condiciona cualquier actividad humana. La obra de Borroughs es la ilustración
de esa teoría donde la escritura se reproduce y prolifera sin un orden aparente
como lo haría la peste en un cuerpo o en un conjunto de organismos. En otros
términos, el hombre sería un sujeto manipulado y transformado por ese proceso
de contagio pues los virus sólo tienen
por objetivo el reproducirse y utilizar el cuerpo entre otros huéspedes como
vehículos para ello. Ante esta idea, la poesía de Preza actúa como antídoto
pues su escritura atravesada por la fiebre impugna el prestigio de la sintaxis
dominante, de la lengua adquirida por contagio que la poeta cuestiona, pone en
entredicho Paradójicamente en esta obertura la enfermedad adquiere un
valor positivo al permitir reconsiderar
el lenguaje como materia flexible sin la estabilidad impuesta por un orden o
una faz documental. Preza lo sintetiza en un verso: “Si nada puede ser
representado” (p.15). Y este parece ser el latido de su poética, la crisis
subyacente a cualquier tipo de lenguaje que ella remarca, acentuando una tensa relación con los
referentes, construyendo así un tipo de arte en parte casero en parte surrealista
que fluctúa entre un hecho concreto y la visión empañada, enrarecida sobre el
mismo. Puede que el dislate sea el modo de aludir a la experiencia y la memoria
pero es la forma más efectiva de excitar la imaginación del lector, de
activarlo, de brindarle otras posibilidades perceptivas y mentales porque hay
una voluntad de apertura a través del lenguaje.
Más
que una autora sometida por los síntomas de un cuerpo desequilibrado es una poeta
que usa una sintomatología en concreto como arranque para crear lenguaje y con ello
salirse del producto previsible y predecible de la oferta literaria. Fuera de
la complacencia testimonial da información e inventa a la par, acoge la
vacilación de la lengua y con ello desacredita la obligación de una identidad
inquebrantable. Por eso en esta Obertura... hay voces, se habla en coro, se camina
en conjunto, hay juego, una casa, animales no humanos, fiesta, música para el
grupo. Pero curiosamente hay destellos de unidad en esa vorágine de personajes
que desfilan en las páginas de este libro. Personajes que van y vienen entre un
texto y otro, negados a cerrarse y concluir porque Preza parece no comulgar con
las identidades estereotipadas y las representaciones orgánicas acaso utópicas pero
sí con la porosidad entre poemas y líneas, el diálogo entre ellos, la
reiteración de un ambiente: “Y todos somos uno en múltiplos de tres con la cara
equivocada en la abertura” (p.11) “Esta boca que llevo no es la misma de ayer.
No sé por dónde anda, quién la lleva esta noche” (p.23). La poeta hace que lo
personal esté intrincado sin mayores traumas a lo colectivo porque supera la mirada dual y echa por tierra
el débil y gastado sistema de la imitación. Diría que compone textos alejada de
los consuelos convencionales que maneja gran parte de la prosa que aún se ciñe
a la ilusión de la representación. Por ello, Preza es una poeta más afín a
construcciones como las de Héctor Viel Temperley, en especial su Hospital
Británico (1986) o a los motivos domésticos enrarecidos por la prosa única de
Marosa di Giorgio. Sin duda es una lograda introducción que no excluye las contradicciones, moviéndose bajo una lógica
más bien febril, desatada de los amarres racionales, delirante, desbordante, o sea, una forma de escritura apropiada para el misterio.
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