Al
terminar de leer “La piel de metal” yo rescato la pregunta que impulsa la elaboración
del libro, y me digo: qué difícil sería para mí contestar o explicar cómo hago
un poema; es más, me veo merodeando ante el corazón de la cuestión, pero no respondiendo
del todo. De todas maneras, la dificultad de la pregunta admite ciertos
divagues. “La piel de metal” es, entre
otras posibilidades, una potencial respuesta ante el misterio del acto
creativo. Una contestación igualmente creativa, hibrida, que se ve obligada a
romper límites entre géneros para dar cuenta no sólo de un producto artístico,
en este caso, materializado por Marcial Patrone sino de un proceso que curiosamente
el escultor también comparte en algunos momentos con el dibujante Richard Ortiz
y el escritor Rafael Juárez Sarasqueta. Tres
miradas apuntando al mismo norte, tres caminos sometidos a cruzarse y
entrelazarse para llegar al mismo lugar. No es casual entonces que en este libro
convivan en armonía varios lenguajes artísticos, y asociados conformen un llamativo
artefacto textual y visual, un libro mutante que muestra lo visible de una obra
manufacturada a la par de lo invisible que anima esa pieza y que el artista
guarda para su intimidad y oculta en la exhibición o muestra pública. Por eso
me resulta inquietante reducir este libro a una simple etiqueta, pues, como la
piel misma, son varias las capas, los planos, las dimensiones que lo
estructuran. La diferencia entre un libro sobre un artista y “La piel de metal”
es la diferencia que hay entre el comentario de una obra y una obra en sí
misma. En tiempos donde la exigencia de la inmediatez se extiende absurdamente
a todos los ámbitos este libro nos recuerda que estamos hechos de tiempo,
incitando con su lectura a la lentitud; nos conmina a degustar cada momento, a
disfrutar el camino, paso a paso, que nos lleva a la casa que es una obra
artística. Disfrutemos el viaje, pues.
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