lunes, 7 de marzo de 2016

Jairo Rojas Rojas: La O ensordecedora y quieta



Por Luis Moreno Villamediana.-
Este primer libro publicado de Jairo Rojas es, en cierta forma, una lectura contaminada de Rimbaud. El título, La O azul, podría hacer pensar que es una alusión al soneto “Vocales”, donde se hace la descripción de esas letras a partir de la sinestesia; allí, a la O le corresponde ser el “supremo Clarín lleno de extrañas estridencias”. Aunque el libro de Rojas contiene, ciertamente, una revisión del ritmo verbal (que a veces se muestra perturbador, como si rehusara acomodarse a la idea de belleza previsible), creo que la referencia al poeta francés se vincula con la visión retrospectiva que se halla en Una temporada en el infierno. En la parte llamada “Delirios II”, en la legendaria sección “Alquimia del verbo”, Rimbaud recapitula la historia de su anterior locura; dice: “yo creía en todos los encantamientos”, y pasa a confesar que él inventó los colores de las vocales: “A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde”. Lo que se lee en esas páginas es una especie de rectificación del pasado, desde una postura algo utópica, desencantada y un poco altanera, con rasgos de los personal y soñado. Como ese libro, pero sin las llamas ilusorias de la mala sangre, los textos de Rojas Rojas son en cierto modo un recuento autobiográfico, transformado por los símbolos, el lenguaje, el paisaje que no es simple viñeta, el desvarío dosificado, incluso la ternura. Desde el comienzo tenemos algunas claves de lectura: de los cuatro epígrafes del volumen, tres son la manifestación de un pronombre evidente: “Y soy el nombre nuevo de un linaje muy antiguo”, dice Lucienne Silberg; “Yo creía en todos los encantamientos”, dice Rimbaud; “[Yo] oigo que éramos/un brote del cielo”, dice Paul Celan. Con esa revelación, lo que encontramos en esas páginas adquiere la estructura de un relato familiar que se ramifica sin solemnidad hasta incluir la experiencia comunitaria, sobre la base de una voz capaz de incluir personajes y época que los antecedieron. En eso consiste su originalidad: en su apego al origen –por borroso o febril que sea.  

La primera foto del libro resume igualmente La O azul: un muñeco sonríe con los brazos abiertos sobre un montículo de piedras; al fondo, las montañas, y un enorme vacío. Cerca del filo y la caída, parece decirnos, es posible convivir con el drama de la muerte un poco asordinado, o al menos deshecho a media de su carga sensible. Aunque los ritos fúnebres se describen en varios lugares del libro, y aunque el poeta sienta nostalgia por esa Piedra y lo hiera el recuerdo de su extinción, los textos parecen admitir la posibilidad de una realidad fantasmática, donde es posible un acuerdo entre sobrevivientes y difuntos. Tal vez esa creencia siquiera parcial nos remita a una novela como Pedro Páramo, es verdad, pero leída en estado alucinatorio. Eso significa un trabajo continuado con la sintaxis del poema, que se resiste a la mera exposición para mostrarnos de frente los desequilibrios. Los retratos y escenas que resultan de semejantes composición pueden escabullirse como sombras,  pero dejan la fuerte impresión de los aparecidos, desnudos de la cubierta legendaria del realismo mágico, más bien duros (no crueles), y afilados como el páramo. Una de sus virtudes está en negarse a transformar esas estampas en tarjeta postal.


Hay mucho de ironía en la figura de ese muñeco alborozado. En él no hay burla ni alegría, quizá. Su cuerpo concentra el misterio de lo que está fuera de lugar o sorprendido por su ubicuidad: no es imposible que la próxima vez que lo veamos esté en la playa, como si fuera el gnomo de Amélie. De todas maneras, quienes vemos su retrato nos damos cuenta de que ha aceptado ese espacio como una variación de su desconocido nacimiento. El libro de Jairo Rojas Rojas también nos da la impresión de saber de dónde viene (como se adivina en los epígrafes y en la estructura de los textos), pero no teme ser malinterpretado, como lo hace la contraportada —que, sin explicaciones, lo llama “inmensamente venezolano”. A lo mejor lo es: muy venezolano, muy andino. Sin embargo, el elemento extranjero también cuenta como propio, y se da el gusto de sugerir el infierno de Rimbaud, el holocausto de Celan y la locura de Silberg como reversos potenciales. Lo importante es leer La o azul con la conciencia de su multiplicidad, de sus trazos luctuosos y simultáneamente festivos, pues sabe que no hay evento que no tenga cara y sello, familia viva y espectral, entierro y bautizo, decepción y encantamiento.   

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