viernes, 11 de marzo de 2016

Nelson Traba y la lectura como arma blanca

"La Fuente" de Sherrie Levine (1991) y "La Fuente" de Marcel Duchamp (1917)


El más reciente libro del poeta uruguayo Nelson Traba Treinta y tres azoras (Hanan Harawi, 2015) puede entenderse como la composición de un lector creativo que no le basta descifrar e interpretar signos para construir un sentido sino que hace de la lectura una parte visible del proceso de su escritura. Las azoras es el nombre que recibe cada capítulo que divide el libro sagrado del Islam: El Corán. Puede que de entrada haya una referencia religiosa traída por el título; sin embargo, desde ese punto inicial del libro comienza el juego del poeta, la esencia de su construcción, el andamio de su edificio textual. El autor en la mayor parte de sus azoras crea un espacio verbal que es posible gracias a la lectura, pues muchos de estos poemas están atravesados por citas, referencias que guían y sostienen los textos. Un modo de construcción que sintoniza con la idea de Harold Bloom a propósito de la angustia de la influencia: sólo puede entenderse un poema descubriendo cuál es su rival con el que mantiene la relación agonística, revelando con qué lectura se está enfrentando.

Pero Traba no sólo hace alusión a un texto sagrado como El Corán sino que sus referencias se abren a espacios seculares abarcando una constelación de escritores contemporáneos, mayormente jóvenes. En la azora vigésima se puede ver con claridad la poética a la que se somete este libro:

Ahora alguien acuchilla los libros y otros libros se hacen cuchillos
para acuchillar otros libros.
Y hay libros que hechos cuchillos acuchillan otros libros,
que hechos cuchillos acuchillan otros libros
que hechos cuchillos acuchillan otros libros (p.24)

La reiteración que mantiene este poema es, en cierta forma, el mecanismo no sólo ideado por Traba sino que es común a cualquier literatura. Un procedimiento mejor entendido a la luz de la noción de intertextualidad. La teoría literaria es la responsable de la idea intertextual concretamente de la mano del teórico ruso Mijail Bajtín (1895- 1975). En occidente fue Julia Kristeva la encargada de difundir esta noción del pensador ruso: “todo texto se construye como mosaico de citas, todo texto es absorción y transformación de otro texto. En lugar de la noción de intersubjetividad se instala la de intertextualidad, y el lenguaje poético se lee al menos como doble” (1981, p.190). Es así como Traba no queda como un sujeto autónomo con sus poemas sino que es un cruce con lo que ha leído y recibido por distintas vías, una intersección discursiva, un diálogo con una herencia que le importa: la poesía. Traba en este poemario subraya las dos instancias de la intertextualidad: absorción y transformación, una dinámica por cierto también aplicable a cualquier ámbito de la cultura.

 Estas azoras son respuestas a sus lecturas, un diálogo con su biblioteca, esto es, el vaivén al recinto de sus influencias y a la fuente de su formación intelectual. ¿Pero a quién responde? Los pie de páginas de muchos poemas arrojan la constelación de sus interlocutores: Virginia Janza, Jorge Alejandro Vargas Prado, John Martínez Gonzales, Stanley Vega, Enrique Solinas, Albert Estrella, Pedro Froilaz, Oscar Saavedra Villaroel, Willni Dávalos, René Silva Catalán, Walter Espinoza Ramírez, Erick Sarmiento Fernández, Pablo Aldaco, Karina Macció, Rafael Méndez Meneses, Carlos Mendoza, René Silva Catalán y Diego Lazarte. Lo curioso de sus participantes poéticos es que no son, por ahora, los nombres más resplandecientes de un canon, la apuesta de Traba es más arriesgada al intercambiar ideas con jóvenes poetas, que inician el largo y empinado camino de búsqueda de su propia voz y cuyos libros generalmente no rompen el circuito de distribución de sus respectivos países. Traba saca a relucir muchos nombres quizá de una nueva tradición, pero no uruguaya, sino la que desea el poeta. Su lectura es arbitraria y sobre todo creativa, acuchillando libros que le interesa y cortando versos o líneas para traerlos y combinarlos con su propia producción. Así como desacraliza El Corán sacando pasajes fuera de contexto con ese mismo cuchillo va tomando las líneas  de recientes poemarios que sirven para sus fines, sin pudor, consciente. Su lectura no se limita a un programa de búsqueda de significado sino que en esa ramificación significativa que la poesía genera Traba agarra lo que él cree encaja en su propuesta.

En las Treinta y tres azoras también vemos a un poeta que no defiende la originalidad como lo entendía el Romanticismo sino a un autor que toma uno de los múltiples sentidos que genera un poema para seguir con su particular reescritura. Es un libro de agradecimiento que no olvida la deuda con producciones  precedentes, copiando, mostrando la fuente y hablando de algo nuevo conforme lo dicho anteriormente. Es su virtud más sobresaliente, sin duda, pero eso no reduce sus azoras a simples diálogos entre propuestas escriturales porque en ese mismo espacio hay cabida para un yo cotidiano y otro erótico, para la vida, para el sujeto que no sólo es lector.  La manera de leer de Traba es una apología al desorden de las ideas que insisten en la ilusión de mantenerse estables, pétreas, cerradas al diálogo y abiertas al pedestal y el aura, rompiendo a cuchillazos metafóricos la precaria burbuja donde normalmente se ubica a un escritor.   

Azora décima primera
Y me dejo doler en la boca y me amamanto de maíz, y tomo prestado ese retroceso de tierra para enamorar las conchas homosexuales.
Ahora se me cayeron todas las costas de mis ojos tímidos.* Y continua siendo maravilloso saborear la inspiración del libro que se inspira en otros libros.


*Óscar Saavedra Villaroel:dOPING  hISTÓRICO, en Anomalías: 5 poetas chilenos. Santiago de Chile, Editorial Zignos, 2207.

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