miércoles, 17 de agosto de 2016

Alicia Preza y su poesía enfiebrada

Jonidel Mendoza

Ya el título del primer libro de Alicia Preza: Obertura de la fiebre (Montevideo: Yaugurú, 2016) asoma la atmósfera que va acompañar la lectura del mismo. Esta obertura no le interesa tanto la fiebre como móvil temático pero sí como un elemento que altera el cuerpo del lenguaje. Prosa que se disloca y bulle a causa de la alta temperatura, textos invadidos por un invisible pero eficaz virus, letras bajo otro ritmo cardíaco y respiratorio, poesía enfiebrada que socava el principio de realidad constreñida mayormente a un lenguaje comunicativo o instrumental: “Camino en cuclillas para ver dónde horada la fiebre su cóncava permanencia” (p.10).  Así arranca el libro y es la extensión y subrayado que viene del título porque ahí todo está emparentado, obedeciendo quizás a un recorrido por distintos momentos de una misma realidad. Un logro que no desecha la posibilidad de leer los textos de forma autónoma como compendios de un proyecto mucho mayor “Esta mañana subió la fiebre. Cuarenta grados. Vemos un abanico que se abre desde la pared y viene hacia nosotros como un inmenso colibrí que destaja colores sobre la piel hirviente” (p.35).
William Burroughs (1914-1997) manejaba la tesis de que “el lenguaje humano es un sistema viral invasivo” (1970) que, por tanto, se reproduce con gran facilidad y condiciona cualquier actividad humana. La obra de Borroughs es la ilustración de esa teoría donde la escritura se reproduce y prolifera sin un orden aparente como lo haría la peste en un cuerpo o en un conjunto de organismos. En otros términos, el hombre sería un sujeto manipulado y transformado por ese proceso de contagio pues los  virus sólo tienen por objetivo el reproducirse y utilizar el cuerpo entre otros huéspedes como vehículos para ello. Ante esta idea, la poesía de Preza actúa como antídoto pues su escritura atravesada por la fiebre impugna el prestigio de la sintaxis dominante, de la lengua adquirida por contagio que la poeta cuestiona, pone en entredicho Paradójicamente en esta obertura la enfermedad adquiere un valor  positivo al permitir reconsiderar el lenguaje como materia flexible sin la estabilidad impuesta por un orden o una faz documental. Preza lo sintetiza en un verso: “Si nada puede ser representado” (p.15). Y este parece ser el latido de su poética, la crisis subyacente a cualquier tipo de lenguaje que ella remarca, acentuando una tensa relación con los referentes, construyendo así un tipo de arte en parte casero en parte surrealista que fluctúa entre un hecho concreto y la visión empañada, enrarecida sobre el mismo. Puede que el dislate sea el modo de aludir a la experiencia y la memoria pero es la forma más efectiva de excitar la imaginación del lector, de activarlo, de brindarle otras posibilidades perceptivas y mentales porque hay una voluntad de apertura a través del lenguaje.
Más que una autora sometida por los síntomas de un cuerpo desequilibrado es una poeta que usa una sintomatología en concreto como arranque para crear lenguaje y con ello salirse del producto previsible y predecible de la oferta literaria. Fuera de la complacencia testimonial da información e inventa a la par, acoge la vacilación de la lengua y con ello desacredita la obligación de una identidad inquebrantable. Por eso en esta Obertura... hay voces, se habla en coro, se camina en conjunto, hay juego, una casa, animales no humanos, fiesta, música para el grupo. Pero curiosamente hay destellos de unidad en esa vorágine de personajes que desfilan en las páginas de este libro. Personajes que van y vienen entre un texto y otro, negados a cerrarse y concluir porque Preza parece no comulgar con las identidades estereotipadas y las representaciones orgánicas acaso utópicas pero sí con la porosidad entre poemas y líneas, el diálogo entre ellos, la reiteración de un ambiente: “Y todos somos uno en múltiplos de tres con la cara equivocada en la abertura” (p.11) “Esta boca que llevo no es la misma de ayer. No sé por dónde anda, quién la lleva esta noche” (p.23). La poeta hace que lo personal esté intrincado sin mayores traumas a lo colectivo porque supera la mirada dual y echa por tierra el débil y gastado sistema de la imitación. Diría que compone textos alejada de los consuelos convencionales que maneja gran parte de la prosa que aún se ciñe a la ilusión de la representación. Por ello, Preza es una poeta más afín a construcciones como las de Héctor Viel Temperley, en especial su Hospital Británico (1986) o a los motivos domésticos enrarecidos por la prosa única de Marosa di Giorgio. Sin duda es una lograda introducción que no excluye las contradicciones, moviéndose bajo una lógica más bien febril, desatada de los amarres racionales, delirante, desbordante, o sea, una forma de escritura apropiada para el misterio.  


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