Otra vez andaba en la Biblioteca
Pública, de nuevo en la sala estadal, no para consultar, otra vez, los avisos
clasificados sección empleo sino por un motivo menos práctico como favorito,
escudriñar el estante dedicado a la poesía con el repentino anhelo de encontrar
un autor de apellido Vivas. Pero no apareció. Sin embargo, ese deseo fue
suplantado por un nuevo y feliz azar. De la hilera de libros ordenados por la
letra V saqué, como autómata, un libro cuyo lomo anaranjado y de discreto
espesor jamás había visto. El título me hizo doblar la cabeza levemente hacía
el lado derecho: Infeccioso inductor
Insensiblemente Totalmente Cálido (1984, Barquisimeto: fondo editorial Lara)
de Beatrice Viggiani. Lo abrí y una
de sus páginas casuales me saludo con versos dedicados a Mérida, la de
Venezuela, el suelo que tocaba en ese instante bajo un lenguaje que me dejó un
sabor de sorpresa.
Estimo este tipo de escenas, pues así descubrí
a Wilde y al primer poeta que leí, Rimbaud. Por pura casualidad los elegí, sin
motivos aparentes, de los estantes donde reposaban brillantemente al igual que
sus congéneres. De estudiante trabajaba en una biblioteca especializada en el
ámbito de la Criminología y el Derecho. En una de aquellas tardes dedicadas al
orden de un nuevo material entrante, al fondo, donde el público ni imaginaba
que existía alguien clasificando libros, de uno de los estantes cae un ejemplar
titulado Oficio de Poeta, cuyo autor
figuraba bajo el nombre de Jesús Serra.
El título más lo breve de sus páginas me invitó a abrirlo y lo leí complacido, páginas
alimentadas desde una perspectiva de alguien entrado en años cuya vida no ha
perdido de vista el oficio de escritor y la poesía como forma de vida, de estar
en este mundo. Nada conocía del autor. Dos horas más tardes una amiga, sin
aviso ni motivo, me decía que un amigo de ella había fallecido. Se llamaba
Jesús Serra y era poeta. Casualidad del estante, otra vez. Uno de los versos de
Serra decían: “si recibes todas las maravillas / de este mar generoso en
espumas / y jamás agradeces / mereces mi silencio / te quedarás al margen del
camino”.
Lo que no es casual es que Viggiani
haya empezado este libro con un prólogo al servicio de una pequeña biografía y
que uno se entere de que su ciudad de origen es Nápoles y que conoció a
Venezuela porque conoció el amor, aunque ese amor, con el tiempo, fuera memoria
y una de sus facetas menos amables: desamor. A pesar de ello, producto de la
ausencia, quedo el afecto a un país que empezaba a conocer y que agregaba otro
impulso para laborar en sus líneas poéticas. Es un prólogo ilustrativo no sólo
de una vida y sus vaivenes sino del núcleo de este libro: diferentes momentos
del sentimiento amoroso, aunque el de mayor relieve sea el que apunta hacía la
geografía y cultura venezolana.
El clima de esta obra se consigue
en el calor de las topografías vistas con el asombro que generalmente oculta la
rutina en sus más enraizados habitantes. Poemas de largo aliento donde se
combina el tono narrativo y descriptivo, la metáfora y líneas de una música quebrada,
de ecos delirante. El mismo título lo puede avisar y versos de este calibre “va
a comenzar la feria / el hombre mapanare y la mujer araña / atraparán los ojos
/ la estructura imaginaria / no aplicará un principio / instaurará un sueño /
llegarán Waikas Piaroas Makiritares…” (p. 9)
La impresión de Viggiani es lo que
mueve estas páginas, su expresión se desarrolla a partir del nuevo mundo que al
descubrirlo la revela, sus condiciones geográficas y sus costumbres, hojas
enfocadas en dibujar la esencia de un pueblo y sus accidentes que en cadena
configuran un territorio más vasto y heterogéneo, un país o un acercamiento a
una idea tan compleja. Una composición que explica su condición de extranjera,
pero también de enamorada. Amor es revelación con lo cotidiano y evidente; ver
más allá a partir de lo habitual.
Con Viggiani asistimos a un sistema
de lazos que va de la experiencia interior a la vivencia con el mundo circundante,
y a parir de este último al diálogo entre mito y realidad. Testimonio que pone
de manifiesto la forma de mirar y hablar que en mayor o menor grado une las
culturas latinoamericanas. Con ello la autora nos pide una pausa y volver a
mirar el ambiente y las acciones enmarcadas dentro de las líneas de lo
habitual, lo conocido, pero a la par lo que nos identifica.
Infeccioso inductor insensiblemente
totalmente cálido
Porque el amor es una sustancia
amarilla
de sabor amargo y vehemente
y es harina fósil de las tripas de
los humanos
y es heliocéntrico en la medida de
la sangre
y es un polígono de siete lados sin
salida
y es furioso como el código de un
hugonote
y es humillación huracanada con la
combustión de la lógica
infeccioso inductor insensiblemente
totalmente cálido
inseparable de la jota del júbilo
del jueves
del burdel de la liebre y la
fantasía
y el amor es un mineral de color
negro pardo
o gris azulado delgado
y es majestático y caduco
y es una mina antropológica de
deseo
mostaza silvestre y opium de saint
Laurent
y en la papelera inmunda se guarda
la música
de la capilla que son dos cuerpos
acoplados
y una cierta nostalgia acompaña siempre
al estallido
y una nubarrada cobija a la novela
y amor es caminar en el paleozóico
y decirse palafranero o puta
y tentarse astutamente cabellos y convexidades
y morderse la boca y los oídos
y lamerse las pepitas de oro desde
el paleolítico
y el amor es la palingenesia de mi
vejez
y según los mitos parisienses y
parisílabo
pues se ama en Matatere y en Dolor
Blanco
en Baragua en Soledad y en Oceanía
hasta después del límite de la
tierra
pero sería engreído
escuchó la alarma de los guardianes
Al hombre que con la caña dulce
hacemos miche
Al hombre que con la caña dulce
hacemos miche
y con la leña y con la lengua fuego
y con los besos otros seres.
Al hombre cabello de uvas negras
y piel de ámbar
al hombre de recuerdos intensos
como sombras
para la breve área del cuerpo.
Al hombre con quién voy a parir
otro día
al hombre a quien con mi boca
voy encendiendo la sangre
y con dedos de luna perdida
tanteo la sensación de la vida.
Al hombre quien jugó tanto con mi
vientre
de encontrar descanso.
Al hombre a quien le debo
este amor a la vida tan atrevido
que me ha dolido siempre.
Al hombre de las guirnaldas de
nubes
de los caracoles y los soles.
Al hombre capaz de invectivas y
delirios.
Al hombre encontrado en el
ventarrón del futuro
y en una playa remota y cálida
blanca.
Al hombre sencillo y sensible que
amo
el hombre humano
quien tejió amistad con las
colinas.
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