miércoles, 14 de enero de 2015

Beatrice Viggiani: la vieja tierra nueva






Otra vez andaba en la Biblioteca Pública, de nuevo en la sala estadal, no para consultar, otra vez, los avisos clasificados sección empleo sino por un motivo menos práctico como favorito, escudriñar el estante dedicado a la poesía con el repentino anhelo de encontrar un autor de apellido Vivas. Pero no apareció. Sin embargo, ese deseo fue suplantado por un nuevo y feliz azar. De la hilera de libros ordenados por la letra V saqué, como autómata, un libro cuyo lomo anaranjado y de discreto espesor jamás había visto. El título me hizo doblar la cabeza levemente hacía el lado derecho: Infeccioso inductor Insensiblemente Totalmente Cálido (1984, Barquisimeto: fondo editorial Lara) de Beatrice Viggiani. Lo abrí y una de sus páginas casuales me saludo con versos dedicados a Mérida, la de Venezuela, el suelo que tocaba en ese instante bajo un lenguaje que me dejó un sabor de sorpresa.

 Estimo este tipo de escenas, pues así descubrí a Wilde y al primer poeta que leí, Rimbaud. Por pura casualidad los elegí, sin motivos aparentes, de los estantes donde reposaban brillantemente al igual que sus congéneres. De estudiante trabajaba en una biblioteca especializada en el ámbito de la Criminología y el Derecho. En una de aquellas tardes dedicadas al orden de un nuevo material entrante, al fondo, donde el público ni imaginaba que existía alguien clasificando libros, de uno de los estantes cae un ejemplar titulado Oficio de Poeta, cuyo autor figuraba bajo el nombre de Jesús Serra. El título más lo breve de sus páginas me invitó a abrirlo y lo leí complacido, páginas alimentadas desde una perspectiva de alguien entrado en años cuya vida no ha perdido de vista el oficio de escritor y la poesía como forma de vida, de estar en este mundo. Nada conocía del autor. Dos horas más tardes una amiga, sin aviso ni motivo, me decía que un amigo de ella había fallecido. Se llamaba Jesús Serra y era poeta. Casualidad del estante, otra vez. Uno de los versos de Serra decían: “si recibes todas las maravillas / de este mar generoso en espumas / y jamás agradeces / mereces mi silencio / te quedarás al margen del camino”.

Lo que no es casual es que Viggiani haya empezado este libro con un prólogo al servicio de una pequeña biografía y que uno se entere de que su ciudad de origen es Nápoles y que conoció a Venezuela porque conoció el amor, aunque ese amor, con el tiempo, fuera memoria y una de sus facetas menos amables: desamor. A pesar de ello, producto de la ausencia, quedo el afecto a un país que empezaba a conocer y que agregaba otro impulso para laborar en sus líneas poéticas. Es un prólogo ilustrativo no sólo de una vida y sus vaivenes sino del núcleo de este libro: diferentes momentos del sentimiento amoroso, aunque el de mayor relieve sea el que apunta hacía la geografía y cultura venezolana.

El clima de esta obra se consigue en el calor de las topografías vistas con el asombro que generalmente oculta la rutina en sus más enraizados habitantes. Poemas de largo aliento donde se combina el tono narrativo y descriptivo, la metáfora y líneas de una música quebrada, de ecos delirante. El mismo título lo puede avisar y versos de este calibre “va a comenzar la feria / el hombre mapanare y la mujer araña / atraparán los ojos / la estructura imaginaria / no aplicará un principio / instaurará un sueño / llegarán Waikas Piaroas Makiritares…” (p. 9)
La impresión de Viggiani es lo que mueve estas páginas, su expresión se desarrolla a partir del nuevo mundo que al descubrirlo la revela, sus condiciones geográficas y sus costumbres, hojas enfocadas en dibujar la esencia de un pueblo y sus accidentes que en cadena configuran un territorio más vasto y heterogéneo, un país o un acercamiento a una idea tan compleja. Una composición que explica su condición de extranjera, pero también de enamorada. Amor es revelación con lo cotidiano y evidente; ver más allá a partir de lo habitual.
Con Viggiani asistimos a un sistema de lazos que va de la experiencia interior a la vivencia con el mundo circundante, y a parir de este último al diálogo entre mito y realidad. Testimonio que pone de manifiesto la forma de mirar y hablar que en mayor o menor grado une las culturas latinoamericanas. Con ello la autora nos pide una pausa y volver a mirar el ambiente y las acciones enmarcadas dentro de las líneas de lo habitual, lo conocido, pero a la par lo que nos identifica.

Infeccioso inductor insensiblemente totalmente cálido

Porque el amor es una sustancia amarilla
de sabor amargo y vehemente
y es harina fósil de las tripas de los humanos
y es heliocéntrico en la medida de la sangre
y es un polígono de siete lados sin salida
y es furioso como el código de un hugonote
y es humillación huracanada con la combustión de la lógica
infeccioso inductor insensiblemente totalmente cálido
inseparable de la jota del júbilo del jueves
del burdel de la liebre y la fantasía
y el amor es un mineral de color negro pardo
o gris azulado delgado
y es majestático y caduco
y es una mina antropológica de deseo
mostaza silvestre y opium de saint Laurent
y en la papelera inmunda se guarda la música
de la capilla que son dos cuerpos acoplados
y una cierta nostalgia acompaña siempre al estallido
y una nubarrada cobija a la novela
y amor es caminar en el paleozóico
y decirse palafranero o puta
y tentarse astutamente cabellos y convexidades
y morderse la boca y los oídos
y lamerse las pepitas de oro desde el paleolítico
y el amor es la palingenesia de mi vejez
y según los mitos parisienses y parisílabo
pues se ama en Matatere y en Dolor Blanco
en Baragua en Soledad y en Oceanía
hasta después del límite de la tierra
pero sería engreído
escuchó la alarma de los guardianes
Al hombre que con la caña dulce hacemos miche

Al hombre que con la caña dulce hacemos miche
y con la leña y con la lengua fuego
y con los besos otros seres.
Al hombre cabello de uvas negras
y piel de ámbar
al hombre de recuerdos intensos como sombras
para la breve área del cuerpo.
Al hombre con quién voy a parir otro día
al hombre a quien con mi boca
voy encendiendo la sangre
y con dedos de luna perdida
tanteo la sensación de la vida.
Al hombre quien jugó tanto con mi vientre
de encontrar descanso.
Al hombre a quien le debo
este amor a la vida tan atrevido
que me ha dolido siempre.
Al hombre de las guirnaldas de nubes
de los caracoles y los soles.
Al hombre capaz de invectivas y delirios.
Al hombre encontrado en el ventarrón del futuro
y en una playa remota y cálida blanca.
Al hombre sencillo y sensible que amo
el hombre humano

quien tejió amistad con las colinas.     


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