La
fotografía de arriba fue tomada un día de agosto de 2009 como a las tres de la
tarde, mientras, con paso parsimonioso, me desplazaba por la Calle Florida, en
Buenos Aires. Como soy melómano sacrifiqué otras actividades que tenía
apuntadas en mi itinerario para el resto de la tarde y me quedé escuchando a los
protagonistas de la imagen: Hormigas
Negras. Aunque el contexto no era ideal, o posee una demanda menor a un
auditorio o tarima, para expresarse con música, siempre he simpatizado con el
gesto de aquellos que en lugar de esperar público, o aprobación de quienes
emiten juicio sobre lo que es o no válido en el ámbito creativo, salen en busca
de espectadores, o, al menos, a desestabilizar lo cotidiano con una expresión
artística. Compartir arte en cualquiera de sus modalidades donde no se espera
es un movimiento generoso y necesario en una ciudad como tantas otras que incitan
a correr, sin mirar a los lados. El resultado de aquella escena cruzada con mi
paseo fue comprar uno de sus discos: Viajando
(2006).
La
inversión en aquel trabajo sonoro fue una respuesta entusiasta a lo que había
escuchado, lo que la calle enseñaba. En el disco hay, en rasgos generales, una
comunión entre el Rock, el Ska, el Reggeae y la Cumbia, ritmos dispares unidos en
un sonido único, voz particular del grupo, encadenado por letras que miran la
realidad social. Pero su hibridez también abarca un ritmo bailable en dialogo
con la denuncia, fiesta y postura política, diversión y queja al sistema, sin
dejar de lado el tema amoroso en algunas de sus figuras. Es posible que esa
construcción obedezca a crear una arquitectura sonora que no deje de lado los
ritmos propios de sus geografías, incluso algunos del continente latinoamericano:
hay una versión de Juanito Alimaña de Héctor Lavoe. Una mecánica propia de
estos tiempos que desde hace rato exigen mezcla de géneros y ampliación de
límites, pero, la añadidura relieve de Hormigas
Negras es transmitir un mensaje quizás buscando atención en temas sociales y
alejándose conscientemente de la gran masa de grupos afines en algunas
características sonoras, pero con letras vacuas, ceñidas a la inmediatez o la
moda.
Otro
resultado de aquel primer encuentro fue una posterior queja por no adquirir el
otro disco que promocionaban y también el hecho de que no podía ir al concierto
que ofrecerían en la noche. En fin, quedé picado. Como buen hijo del siglo de
la imagen y del imperio tecnológico busqué información sobre ellos en la web y
empecé a seguirlos por Facebook. Curiosamente dos años después por medio de
esta vía me entero que la banda que había visto en tierras sureñas se
presentaría en mi ciudad natal: Mérida, Venezuela. Como si delante de mí viera
cerrar un círculo comprendí aquello de que el mundo en realidad es un lugar muy
pequeño.
Aquel
segundo encuentro subrayó la estima que le tengo a la banda y adquirí otra de
sus producciones: Otras Galaxias
(2010) que no sólo mantienen un hilo comunicativo con su disco predecesor sino
que acentúan su propuesta. Pero la sorpresa no sólo quedó ahí, luego me enteré
que estaban viviendo acá, en Venezuela, en la ciudad musical de Barquisimeto, y
que también difundían un proyecto audiovisual donde la banda compartía detalles
de su gira y también afirmaban su postura ideológica no sólo en discurso sino,
y más admirable, en actos y hechos concretos.
Sin
intención de que esto parezca una apología a la llamada música comprometida o
de querer contribuir al fuego de la polaridad en el país, reducido tristemente
a un hecho simplista y más bien horroroso como es el juicio y odio al otro, es
notable, plausible e inusual el trabajo social que la banda registra en su
documental como parte de su gira suramericana. Optar por la acción en vez de la
queja es una actitud agitadora. La indignación y el descontento es válido como
primer momento, como recordatorio de una realidad otra, hecha de carencias y
exclusión. Es bueno ver y escuchar esas crónicas que la pintura, la fotografía
o la música puedan generar, pero, definitivamente, para que cambios
significativos sucedan se necesita ir más allá de un discurso, sea a base de
palabras, imágenes o música. Colocar el grano de arena. Hormigas Negras da ese
salto, sube un escalón más. Compartir música en una comunidad campesina, mirar
y registrar una perspectiva más bien olvidada es un hecho que no pasa
desapercibido, un golpe al hablar por hablar, un ejemplo de humanidad y y
compromiso que hace que uno se levante y aplauda.
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