El ritual
pareciera ser uno de los cimientos donde descansa gran parte del trabajo
poético de Patricia Guzmán (Caracas, 1960). El mundo que ilumina la poeta se ha
contraído hasta el punto de solo revelar esa liturgia, entendida como un
escenario donde se muestra el cambio de un estado a otro, una transformación en
el orden ontológico. Guzmán muestra en su voz lírica esa transición que va del
mundo visible al universo de lo intuitivo, lo supuesto, lo que necesita de
fuerza imaginativa, pero también los destellos de una realidad otra iniciada,
en parte, por los efectos de un rito. Ejemplo
de ello lo conseguimos en dos poemarios que bien pudieran ser uno, incluso un
gran texto de gran aliento por la esencia que comparten: El poema del esposo (1999) y La
Boda (2001). Un núcleo estético igualmente visible en mayor o menor medida
en los otros trabajos de Guzmán y compilados en la obra titulada: Con el ala alta. Poesía 1987-2003 (2004,
Mérida, El otro el mismo).
Los
títulos de los poemarios que usamos como ejemplo se acoplan a esta idea: un
compañero de vida y un matrimonio. Evidentemente existe una mutación como
consecuencia del lazo amoroso y Guzmán lo recalca. Así pues, la coloración de
esta poesía es el amor, una voz femenina que ama, que cree, que sirve, que
reafirma que somos una mitad y nostalgia por la otra parte, complementos y entrar
en comunión uno de los hecho más significativo del camino existencial.
La
voz que utiliza los “ojos de amar” que agradece y “escucha la misma canción” proclama
un mundo simbólico que conlleva lo ritual donde lo femenino “adormece o habla
con los pájaros” y el esposo es una “iglesia”, el recinto de la comunión, pero
que “se distrae, a menudo, con el sonido de su corazón”. Siguiendo esa
perspectiva en estos textos se destila amor místico desde una realidad otra que
la poeta ha subrayado y desde la cual opera.
Se
funda un mundo en la comunión mística, sujeto a mirar a Dios, de allí su
incesante oscilación entre la alusión de un mundo referencial más cercano y una
orilla simbólica donde se consagra el principio de lo sagrado. La poeta habla no bajo una proposición
probable sino como un hecho, su creencia es ferviente y sus líneas un documento
de su fe matizado bajo un propio color, único.
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