El
título escogido por Jeroen
Berkvens para el documental que
recrea la vida de Nick Drake (1948-1974) no pudo ser más acertado: A skin too few (2002). Esto es, una vida
signada por la fragilidad, el silencio y un temperamento más bien sintonizado
con un aislamiento y desamparo continúo. Sin embargo, aún con esos sentimientos
como marca el legado musical de Drake llega a una comunión con un paisaje
natural, frío, sosegado, con hojas animadas por el viento. El músico fusionado a una naturaleza externa
particular y de ahí proyectada con canciones bajo la misma esencia.
Es
curioso que su prematura ausencia hiciera más que su vida. Algo recurrente en
la esfera del arte en algunos de sus oficiantes. Si en vida fue anónimo y breve
luego de su partida es relieve en el panorama musical global y referencia.
Quien se unió al mutismo al fin de sus días, ahora, luego de 38 años, se canta,
el hijo que regresa a casa, derrotado por un mundo competitivo y cruel es un
vencedor del tiempo. Su tristeza de la imposibilidad de la comunicación con el
público y de no ayudar con su música es ahora nuestra alegría. El hombre de
pocas palabras, que nadie conoció y que se durmió presa de la depresión
pensando que no había hecho nada hizo mucho.
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