El
vínculo naturaleza arte siempre ha sido un parentesco recurrente en distintas
formas de representación visual para diferentes contextos y épocas. Aunque
parezca propuesta ajena a este tiempo cuyo corazón lo comparte la maraña
tecnológica y la plataforma virtual esa filiación aún existe, persevera y sigue
generando productos estéticos de alta calidad conceptual. Un ejemplo de esta
comunión que también incluye el abrazo entre arte y vida, sin puentes ni
intermediarios ni fisuras divisorias es
“Pollen from Hazelnut” (1992) del artista alemán Wolfgang Laib. En esta obra el
papel de lo natural es determinante no sólo como referente ni como medio sino tornándose
un agente activo en el que entra la mirada y la acción artística como elementos
complementarios. Más que el producto o el resultado al que lleva los materiales
usados por Laib se valora el proceso en el que se construyen, el camino que va
formando una visión directa de la complejidad de lo simple y lo conocido.
Desde la marca dejada por las Neovanguardias
en la década del sesenta del pasado siglo ya no sorprende y es natural
encontrar deliberadas elecciones de materiales insólitos como medios de
creación artística, lo mismo que los métodos de trabajo. Lo No Convencional se
ha vuelto norma. Sin embargo, la propuesta del Laib no se ajusta del todo a esa
ley ya que sus acciones se pueden vincular con un tipo de convención religiosa
como es el caso de ciertos rituales budistas o por lo menos algunos gestos
enlazados a un pensamiento oriental.
Como
el nombre de la obra lo indica la materia usada por Laib es el polen, pero no
limitado como simple material que lleva a un fin. En este caso la obra comienza
desde la siembra del alimento, su cuidado, la espera de su desarrollo, la
recolección y por último su utilización como palabras que hablen sobre la
esencia misteriosa de un elemento natural que puede ser todo a la vez. La
relación arte naturaleza, por ende, trasciende el diálogo tan recordado entre
pintor y su exterioridad y se torna interactivo, más cercano. No extraña
entonces que este trabajo lo liguen con
el movimiento Land Art quienes vieron el
mundo natural como objeto de estudio y materia in situ con la cual elaborar un discurso.
Esta
obra al igual que otras de Laib va más allá de la fealdad o la belleza porque
su interés no es plástico ni menos intelectual. Es un medio que desarrolla una conexión
con el mundo vivo y sobre todo con la pureza de su esencia. De allí que Laib
maneje formas refinadas y cercanas al mundo Minimal tan reconocido por su
austeridad formal. El artista nombra el polen con otro significado y traspone
su utilidad en símbolo más que de lo natural de lo vivo, de la vida. De allí
que el registro que nos arroja esta obra y las demás del artista alemán camine
por afinidades y sensibilidades de orden místico dejando de lado sin alaridos
ni culpa el factor de actualidad tan exigido en una obra y atienda ámbitos de
siempre, de todos los tiempos.
En
síntesis, Laib se vale de lo físico para llegar a lo impalpable, recordándonos
que siempre hay algo anormal en todo aquello que damos por sentado, una cota
que va más allá de lo racional, aunque se trate de conjugarle un orden a través
de formas geométricas y depuradas ya que en ultima instancia no son los valores
formales los que tienen relevancia sino todo aquello que yace alrededor de
nosotros y que en el caso de Laib sirve como puente a su expresión y a un
sentido en el que refresca la constante hermandad entre arte y naturaleza.
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