El
poemario La respuesta de los techos
(Equinoccio, 2008) de Alexis Romero
(Ciudad Guayana, 1966) abre con tres epígrafes y uno de ellos, el primero,
pertenece a Paul Celan quién sentencia “llevé mi vida al lenguaje”. Esa frase, también
puede verse como esencia de lo literario: el trabajo con el lenguaje, la experiencia
transmutada en lengua, el lenguaje como materia prima que intenta comentar una
parte más bien minúscula de la vida. La voz poética de Romero pone de manifiesto una vida no tanto
como recuento de una existencia o la crónica de una existencia sino a partir de
las preguntas fundamentales que rodean cualquier historia personal. De allí que
el poemario pareciera la consecuencia de esas interrogaciones pero más que en
respuestas en imágenes recurrentes que bajo su particular lógica buscan
responder esas cuestiones iníciales.
Este
libro, por tanto, se mueve con unas preguntas que reviven en casi todo los
textos. Variantes sobre la soledad, la nostalgia, la duda y una forma de
angustia general persisten y le dan coherencia al libro como un gran poema
cercado de múltiples espejos que ponen de manifiesto un reflejo de alta factura
humana y su consecuente fragilidad, así como las diferentes variaciones de un
mismo motivo.
Es
legible en muchos versos de este libro la búsqueda, pero en ocasiones asfixiada
por la duda o la imposibilidad de una aclaratoria “cuando giro/donde nadie se
atreve/aparece el cuerpo que siempre disfrazo/a quien le arrebato las sonrisas/y
le asigno mis dudas” (p. 26). Más adelante también dice “verás en la duda/el
paisaje de la fe/ tu sonrisa sin paraísos” (p.75). Lo cual va revelando, a
causa de esa complicación, una sombra de
desesperanza que se acomoda en muchas de sus líneas “ya no me convocan las
palabras/ éste es el comienzo de un grito que me ausenta/ de una rama endeble
que perderá sus hojas/ de un rey bondadoso que lo habrá perdido todo” (p. 23). Una
sombra también alimentada de los límites del lenguaje que deviene en cansancio
por tanta labor en vano, o en todo caso restringida “entro por el patio/a la
casa de los agotados/los invado sin piedad/los inundo de preguntas/cuyas
respuestas deforman los caminos/ (…) de esta casa hay que marcharse/dónde hallo
la puerta de la opción” (p. 29) o también hay versos que señalan “para qué
tantas alas si me sobra ausencia/y me ha sido ordenado aspirar la escasez” (p.
89)
Son
poemas que obedecen a un acto confesional traducido también como una dura
crítica sobre sí y los intentos y deseos
del yo poético en comunicar cierto desasosiego “sólo es un vaso/ese hilo de
agua maloliente/que asusta a los padres y deleita a los ingenuos” (p. 46).
Evidentemente son letras que van dejando tras de sí huellas de soledad ante tal
panorama hiriente o percibido bajo esa forma. Mientras tanto, ese andar dentro
de un paréntesis es quizá el impulso a una exploración de algo sagrado. En todo
caso, la poesía también acusa una instancia donde lo divino tiene cabida y,
curiosamente, ese espacio sacro puede corresponder al poema mismo.
Otra
de las tantas virtudes de este poemario es la cimentación de las imágenes que
aceptan, debido a su discurso -y cómo se edifican-, gran variedad de
intenciones. Un lenguaje cuidado, prudente y depurado -lo cual no le resta
intensidad- parece ser la mejor opción ante el silencio. La fluidez de la
lectura denota la alta claridad y manejo de forma y el sentido: la distancia con lo
hermético y la cercana correspondencia con la metáfora y la ironía. Para ello también ayuda la supresión de signos
de interrogación y la aprobación de imágenes en ocasiones realmente explicitas
“veo podredumbre/donde otro ve prosperidad” (p. 66); o también “estoy a punto de partir/ nadie debe
asombrarse/ es todo lo que siempre he hecho” (p. 42) Esto es lenguaje que
nombra lo real que es también lo complejo, sabiendo que va a tientas por un
pasillo oscuro que empuja lógicamente a expresarse con cierta angustia y
desesperación “una grito/un llanto/ como diciendo poema” (p. 80)
Romero
desdibuja adrede límites que le puedan obstaculizar el registro de su vivencia.
De allí que también se presenten nombres conocidos del universo literario,
ciudades, teorías, y otros elemento que
se aprovechan con la intertextualidad mirando siempre las obsesiones ya
señaladas. Todo esto –y más, obviamente- le dan una fuerza delicada al libro
como siempre lo ha demostrado este poeta. Para confirmarlo lo mejor es compartir
un par de textos que seguramente pueden hablar por sí solos.
reconsideración
me
gustaría abolir los papeles firmados
en
nombre de lo sublime
quise
demoler las obras
para
volver a sentarme
en
las piedras de la paciencia
intenté
quemar los libros
donde
habla el testimonio
insistí
en alimentarme de la savia
buscando
distorsionar las alegrías
nunca
conocí la voluntad
para
qué negarlo
estoy
regresando al agua
donde
ningún rostro se mira
caída zen
quieras
o no
esta
abundancia del monte
no
llega a árbol
o
rama
sólo
a hoja
sí
de
la caída
no
del zen
sino
de la ignorancia
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