El
nombre Manón Kübler se quedó fijo en mi
memoria luego de la lectura de Olympia (1991, Monte Ávila Editores), un libro
insular, excepcional, iluminado por el fuego de la angustia y su voz pasional,
levantado con menos racionalidad y más corazón. Treinta y ocho poemas que bien
pudieran ser uno, testimonios de la soledad, el erotismo, la ausencia, de la
forma musical y conmovedora del grito. Es el hecho indecible intentando hablar,
textos que alargan sus brazos a ese algo inasible que angustia. Por tanto, la
contradicción y el ardor conforman su estado natural, pronunciado con una
sinceridad demoledora y enternecedora a un tiempo. Son poemas corroídos por la
sombra de un pesar y el aliento del caos, líneas que llegan como golpes para
despertarnos.
Un
libro inolvidable, que me acompañó por un tiempo, una obra solitaria dentro del
panorama de las letras venezolanas, pero afín con grandes voces como las de
Rimbaud, Pizarnik o Plath. Hojas cuyo centro invita a revelar la geografía de
un alma vulnerable, a retratar una sensibilidad que nos dice que la poesía
puede ser fuerte y clara como una llama. Olympia
se inclina del lado donde corren vientos fríos, aquellos que nos han hecho
temblar acostados en medio de un desierto. Hace visible nuestra precaria
existencia, la vida arrebatada por la temporalidad que, para algunos, se
desplaza en un verdadero camino de espinas. Un contratiempo insoluble, sin
duda, pero encontrar a otro que se identifica con esa angustia y la nombre con
voz única y viva evoca que también somos de la misma familia, semejantes,
hermanos que desde la otra orilla también han mirado desde la borda.
Luego
de leer este libro y de que su lenguaje crudo dejara su marca busqué más
información, más obra sobre la autora, pero fue infructuoso. Sucedía aquello de
lo que hablaba Salinger: “(Los
libros) Que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas
que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando
quisieras”. Pero su juego a la invisibilidad, a esconderse, su
huida luego del temblor llamado Olympia me dejó con la incertidumbre de que
aquel libro corriera la suerte de una despedida, sospechas infundadas al
recordar pasajes de este tipo: “ya no tengo historias crudas que merezcan ser
contadas, no me animan las formas nimias ni los cuerpos fríos. la indiferencia
cesó su delicioso juego de matarme. estoy evaporada de pasiones. pasé de la
agónica existencia al respaldo de la cama, a los pies en alto del descanso”.
Así,
de la autora me había quedado el enigma fundamentado por el libro que había
dejado, pero en el año 2012 Kübler se deja ver, se asoma desde un espacio virtual
y recupera textos perdidos (Bluff), aparece una biografía y acusa las demás
publicaciones, entre otras cosas. La poeta vuelve con las armas que la
identifican, con esa fuerza poco común, siguen los textos que nos despertaron y
despliega desde un rincón virtual su alegato en defensa del fuego de la
sinceridad del mismo modo en que se habla mirándose realmente a los ojos.
Acá
el enlace hacia el espacio de Manón:
http://kublermanon.blogspot.com/
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