Armando
Rojas Guardia es poeta y creyente cristiano. De una abundante y visitada producción literaria muchos de sus
textos acusan la fe cristiana y atienden ese amor, iluminando a un tiempo su relación
con el entorno, la conciencia de cada uno de sus gestos y el rincón que ha construido a partir de su cosmovisión.
Su mirada no corresponde a los lentes del colectivo posmoderno y eso también lo
atestigua muchos de sus poemas cuya esencia y naturaleza les han permitido una
catalogación dentro del ámbito místico, pero con una religión suficientemente dilatada
que no deja de lado lo cotidiano.
Es
un rebelde, un crítico armado con palabras y símbolos. Su obra escrita es
expansión de su vida donde convergen los cuerpos impares, lo “opuesto”, los
antónimos. Aborda, por tal razón, las fronteras de lo humano en búsqueda de lo
indecible, de lo sagrado, un camino exigente, apartado, que en otros casos han
traído bruscas oscilaciones espirituales. Rojas Guardia también ha sido probado
en esa senda empinada, ha estado en la intemperie donde el poema reside para
seguir con más fuerza y vida.
En
una de esas experiencias cumbres vividas por el poeta se fijo Manuel Guzmán Kizer y la retrató en un
trabajo audiovisual de tan sólo 120 segundos. Un tiempo breve, pero vital que iluminó ese punto en el camino
existencial de Rojas Guardia construido y movido por la locura, acechado por la
sicosis, la angustia y un desarreglo cuyo móvil fue lo más humano, aquello que
nos marca, lo efímero, la muerte.
La
desaparición física de su madre fue la tristeza que se impuso, tiñó sus ojos e
incluso quitó las palabras al poeta, dejando un silencio más que de plenitud de
dolor, de imposibilidad de acceder a ellas. Ese episodio lo llevaría a
recluirse bajo las cuatro paredes de un siquiátrico donde el autor, tiempo después, en su libro Crónica de la memoria diría “la angustia
se transformó en pánico y la paranoia larvada se agigantó en verdadero delirio,
bajo la forma totalizadora de una depresión nerviosa para la que no había
consuelo” (Rojas Guardia, 1999, p.128).
Recapitular
ese episodio es el corazón de ”Locura” (2010) de Guzmán Kizer, mostrándolo en
tiras de imágenes y capas de sonidos superpuestos de manera reticente, acusando
la dimensión de aquella época sombría, pero sin quedar en ella. En última
instancia el video atestigua a un Rojas Guardia que repasa aquella vivencia con
más frialdad, la maneja con palabras y racionalidad. Es notorio el eco de esa
crisis en los ojos del poeta, pero a un tiempo sus ganas de vivir, de seguir en
el camino que conscientemente y decididamente a buscado “Haber llegado al grado
cero, al fondo, hasta no poder bajar más, significaba el paradójico principio
de una ascensión purgatorial”. (Rojas Guardia, 1999, p. 129)
De
esta forma el producto de Guzmán Kizer oscila entre dos registros, la crudeza
de lo vivido allí, del recuerdo, y la justificación, apoyada por el
protagonista de la película, de aquella anécdota cuyo sentido final parece
enseñar lecciones elevadas para intensificar la vida. Otorgándole valor a la
lógica del amor, capaz de mirar el lado amable de cualquier evento por más
desventurado que sea.
XV
Me
digo que es inútil, que no puedo
escribir
lo imposible, la secuencia
del
poema innombrable, la mentira
de
apalabrar la ausencia del deseo
deletreando
la nada entre mis sienes,
su
oquedad tan carente de palabras.
Sé
que el cuerpo me queda, ésta mi carne
indecible
también pero moviéndose
al
proyectar imágenes, figuras
en
el vacío mental, en la pantalla
de
la escritura terca, indeseante.
Sólo
alcanzo a aludir, casi a tocar
al
poema cadáver enjoyado
por el
histriónico decir: la vanidad
de
no sorber el silencio ni apurarlo,
de
escapar de este yermo a mi medida
que,
si yo fuera otro, comparara
a
aquel nítido y virgen de los santos
ardiendo,
sí, incómodo en la voz,
llagando
la gárrula garganta
pero
dejándola seca de otra sed
que
no sacian las formas, el lenguaje.
Poema
del libro La nada vigilante (1994)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario