Aquí
mi libré de todos mis objetos familiares que, por pertenecer al pasado
tumultuoso y emocional, habrían ensombrecido mi labor. Aquí estaba sola y
desnuda, con mi sábana y el sol: la sábana unida a mi cuerpo en una danza.
Aquí, en el solario, me daba cuenta de que manejaba el firmamento. Había
descubierto que era esencial para resolver el problema de mi Yo con relación al
sol.
Creía
que estaba siendo sometida a torturas purificadoras, a fin de poder alcanzar el
Saber absoluto, momento a partir del cual podría vivir en Abajo. Ese pabellón
era para mí la Tierra, el Mundo Real, el Paraíso, el Edén, Jerusalén. Don Luis
y don Mariano eran Dios y Su Hijo. Pensaba que eran judíos, pensaba que yo, una
celta y aria sajona, soportaba estos sufrimientos para vengar a los judíos por
las persecuciones a que estaban sometidos. Más tarde, alcanzada la plena
lucidez, iría Abajo en calidad de tercera persona de la Trinidad. Creía que,
por acción del sol, era andrógina, la Luna, El Espíritu Santo, una gitana, una
acróbata, Leonora Carrington, y mujer. También estaba destinada a ser, más
adelante, Isabel de Inglaterra. Era yo quien revelaba religiones y llevaba
sobre los hombros la libertad y los pecados de la tierra transformados en
Saber; la unión del Hombre y la Mujer con Dios y el Cosmos, todos iguales entre
sí. Ya no me parecía que la hinchazón de
mi muslo izquierdo formara parte de mi cuerpo; se había convertido en un sol en
el lado izquierdo de la luna; todas mis danzas y giros en el solario tenían ese
bulto como eje. Ya no dolía, porque lo sentía integrado en el Sol. Mis manos,
Eva (la izquierda) y Adán (la derecha), se comprendían, y por ese medio se
duplicaba su habilidad.
Con
unos pocos trozos de papel y un lápiz que José me había dado, hice cálculos y
deduje que el padre era el planeta Cosmos, representado por el signo del
planeta Saturno. El hijo era el Sol y yo la Luna, elemento esencial de la
Trinidad, con un conocimiento microscópico de la tierra con sus plantas y
criaturas. Yo sabía que Cristo había muerto y desaparecido, y que yo tenía que
ocupar Su sitio; porque la Trinidad, sin una mujer y un conocimiento
microscópico, se había secado y estaba incompleta. Cristo era reemplazado por
el Sol. Yo era Cristo sobre la tierra en la persona del Espíritu Santo.
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