James Turrell |
Por Rafael
Rattia.
Leo
el poemario “La O azul”, del poeta joven venezolano Jairo Rojas y no me cansa
el asombro, por supuesto grato, -que digo, gratísimo-. Paul Celan, Arthur
Rimabud, San Juan, Lucien Silberg, abren el libro, la maravillosa experiencia
del lenguaje con sendos epígrafes que no dejan resquicio a la duda. Se trata de
un texto con-texto mundo de inequívoca raigambre mística pero, apresurémonos a
decirlo, no de un misticismo a la usanza tradicional. Se advierte en las
inusuales páginas de este raro libro una mística del viento, de la noche, de
las piedras, de la tristeza; en fin, se proclama aquí en estos poemas de Rojas
Rojas “otra” mística más cercana al poema que a la oración religiosa. ¿acaso el
poeta postula a una religiosidad sin religión, una irreverencia reverencial de
una índole aún no tipificada por la crítica?
En
este libro, el poema es un canto sosegado, trastocado en religión sin dios ni
amo ni idolatría. La palabra se nombra a sí misma como ejercicio de delirante,
autotelismo nombrante. Así como –mutatis mitandis- Octavio Paz escribió “Blanco
en lo blanco” con la inigualable maestría del matiz expresivo que caracterizó
al Maestro mexicano universal, así mismo Rojas Rojas nos refiere la O azul como
representación metafórica de la extensión infinita del firmamento, de la lámina
celeste que ve sin cesar a quienes tampoco cesamos de verla mientras
transitamos nuestra experiencia humana. El azul de Rojas es “azul sobre azul”
que se prolonga sobre sí mismo ad infinitum.
También
se dejan leer en este libro, ya lo dijimos, uno y múltiple, varios libros
coexisten en contraste y armonía en uno solo. Imágenes subyugantes como esta:
“para
tener, por fin, los pies sobre la tierra
Sobre
Azul
sobre azul agua azul”.
El
escritor nos entrega una palabra pulquérrima, cortante, despojada de ripios de
lenguaje. La inveterada pulcritud verbal se adueña de cada texto poético como
una consecuencia lógica de un inocultable trabajo paciente que labra la palabra
de un modo inusual en el actual panorama de la poesía venezolana.
Por
los poemas de este libro transita un entusiasmo dionisíaco que danza celebrando
las pulsiones vitales de la humana condición reafirmando el vitalismo esencial
de una estética que prioriza la belleza por encima de los impulsos tanáticos de
este tiempo lúgubre y atroz que se cierne sobre estas tristes y melancólicas
aceras del orbe.
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