miércoles, 29 de octubre de 2014

Domingo En llamas y su peculiar color


Cada disco de Domingo En Llamas es un atentado contra el reiterativo formato de divorcio y desequilibrio entre letras y música de muchas bandas venezolanas. Pero Domingo En Llamas pone más distancia con sus colegas contemporáneos, pues ni siquiera es una banda en el sentido estricto del término sino el peculiar proyecto de José Ignacio Benítez quién, en tan sólo cinco años y bajo sus propios medios, ya nos ha legado ocho únicos y maravillosos discos: Harto Tropical (2010), Truccatore (2009), Fledermaus (2008), Color Presencia (2007), Desiertos Canónicos del Folklore (2007), Historias de Disociados y Proscritos (2006), Ciudades Sumergidas (2006) y Domingo en Llamas (2005).

Hablar de toda está música es enfrentarse a un terreno heterogéneo, pues cada producción musical es distinta y registra en sus distintas etapas una afinidad que pasa por el rock and roll de los setenta, el rock progresivo, el folk y hasta el coqueteo con el Jazz, es decir, la fusión es el centro de esta propuesta musical y rostro que los distingue. Por tal razón, cada disco merece un capítulo aparte, un comentario independiente debido a su complejidad y distinción, gracias a su naturaleza inclasificable, aún más, apelando al recurso comparativo que mira a sus compañeros músicos contemporáneos y a la tradición de la escena musical venezolana en su vertiente alternativa y rockera. Quizás, también, porque Domingo En Llamas no pertenece a una tradición sonora de una geografía en particular sino a un linaje de seres que con talento saben tender puentes armónicamente entre música y poesía, y a recordarnos que estas dos formas expresivas que ahora vemos separadas nacieron unidas y que su tendencia natural es retornar a esa comunión, una raza a la que también pertenecen Leonard Cohen y Bob Dylan, por solo mencionar dos montañas de referencia.

En conjunto, es una obra que si bien se sustenta en la fusión de géneros musicales a nivel instrumental las letras que recorren el camino que va desde el 2005 hasta el 2010 va dejando una estela de poesía que afecta profundamente el lenguaje donde se despliega la mayor parte de la música venezolana actual. Es una de las virtudes con más relieve y quizás lo que puede conformar cierto hilo conductor entre los ocho discos arriba mencionados. Son diferentes tonos de un gran poema que inventa una realidad sobre la cual opera sus sonidos, rompe el lazo con la descripción “realista” y apuesta por la sugerencia y las imágenes, esto es, agregar un nuevo territorio en nuestra percepción, ensanchar la visión que un contexto convulso se ensaña en acortar.

Y es que Domingo En Llamas, a pesar de gozar de un sonido insular e impar dentro del panorama musical nacional, posee una amplitud de visión que llega a conectar con ritmos de la música tradicional venezolana. Es el caso de su quinto disco Color Presencia (2007) que tiene un aire familiar y ajeno a un tiempo; o mejor, que se escucha algo novedoso con cadencias que uno identifica.  En el tema Santa María Quitapesares, por ejemplo, abre un inesperado pliegue del contexto venezolano: su identidad y su geografía, haciendo la proeza del buen arte que trabajando con elementos locales se llega a ser supranacional.  Otro caso es el tema El diablo muerto pactando del mismo disco que se construye, luego de avanzada la canción, como una discusión acalorada sacada de su contexto con el indiscutible acento caraqueño y ambientada por las notas minimalistas de una guitarra acústica y que se puede ver  como un paréntesis para una dosis de vida alterada y urbana y reconocible. Sin embargo, este no es, ni mucho menos la esencia de los 18 temas sino unos de sus rasgos sobresalientes porque es eso  y algo más, un sentido homenaje por el camino de la fusión a ritmos venezolanos sosteniendo en todo momento la esencia de Domingo En Llamas, ese núcleo que lleva una realidad evanescente, pero no por ello menos real, que la buena poesía siempre revela.


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