Gracias
a mi amigo Sergio Gorostiaga y por conocer parte de su historia personal llegue
a la obra Ausencias del fotógrafo
argentino Gustavo Germano, pero
también la sentí y comprendí con mayor fuerza. El título de la serie es
ilustrativo, justo y desde cierto ángulo se emparenta con aquel verso del gran
Lezama Lima “…sólo existen el bien y la ausencia”. Estas fotografías miran
atrás y revisan uno de los episodios más oscuros de la historia argentina: la
dictadura en el país sureño, pero, sobre todo, el capítulo de los 30.000
detenidos-desaparecidos que dejó entre los años 1976 – 1983. El bien y la
ausencia, el mal creando la ausencia, alimentando un vacío desgarrador que
reflejan las fotografías, un hueco en la sociedad, sin duda, pero con mayor
aliento un desierto en el alma de sus más cercanos testigos.
Recuerdo
a Sergio contándome esa herida que es un hermano silenciado y desvanecido de la
forma más inhumana y cruel, imagino a esa madre que aún espera y que vive, aún,
ese quiebre en su vida, la llegada de la tragedia impuesta. Quizás el dolor más
grande de una mujer madre es despedir al ser que vio luz gracias a ella, la
vida que vino de sus entrañas, pero la ausencia generada por la atrocidad del poder
y protagonizada por la comunidad argentina en aquellos años es aún más
dramática. Lo que se respira entonces es una ausencia-presente, un pasado que
corroe el aquí y ahora. Quien haya sentido la muerte de un ser querido sabe de
aquellos que se han ido para quedarse. Blanca Varela lo vivió y parte de esa
experiencia se ve reflejada en el libro Concierto
Animal (1999), “yo muerta de ti / si me escucharas”. Sin embargo, la
dolencia presente en las fotografías es más compleja, pues su tragedia alcanza el
hecho de que no hubo la conocida y lamentable despedida al final de una vida,
es natural, a pesar de todo, concebir una luz de esperanza y esperar en su
luminosidad.
Bajo
la composición de dos fotografías juntas a modo de comparación, Germano pone en
marcha una historia de treinta años de desaparición, pues hay tres décadas de apartamiento
entre una imagen y otra. Es obvia la evidencia del paso del tiempo, pero sólo
en lo físico y orgánico. La serie alcanza su expresión desde la sencillez, sin
decir nada, cuando el silencio es el diálogo más idóneo entre una y otra escena
fotografiada. Su impacto es de factura humana que sigue la solidaridad de un
padecimiento compartido, una fisura evidente y bastante mencionada que, aunque
duela, hay que recordar como lección de lo que no debe volver a ocurrir. Germano
y Gorostiaga se unen sin conocerse, se entienden y hablan de una forma cuando
no alcanzan las palabras: a través del arte; el primero, por la fotografía; el
segundo, por el lenguaje poético.
La
serie son las imagines que atentan contra el olvido, testimonio histórico, pero
con mayor relieve intimo. Sus protagonistas la gente de abajo desde su rincón
anónimo. Miles de historias comprimidas a la contundencia de una foto. Detenidos
frente a una de ellas es fácil imaginar las pasiones de sus protagonistas más
inmediatos
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