Que
la revista Poesía nos regalé hoy el número 159 de su notable recorrido es un
evento para celebrar por todo lo alto porque 159 números es sinónimo de 43 años
de trabajo, pasión, dedicación e insistencia que hoy es motivo para aplaudir 43
veces o 159, pero, ciertamente, para ovacionar con vigor por meritoria labor. Pero ¿a qué viene tanto jolgorio por una
revista especializada en algo que realmente no se sabe qué es como lo es la
poesía? Y disculpen la reiteración de trabalenguas, pero que sean 43 años
consagrados al estudio y promoción del arte poético es una empresa enfrentándose
a un catalogo de vicisitudes de todos los matices, y en nuestro querido e
intenso país el inventario de trabas para una revista de esta naturaleza es
particularmente amplio, un hecho paradójico porque la tradición poética
venezolana es una de las más sólidas e interesantes en todo el continente americano.
No obstante, la Revista Poesía sigue en pie, rebosa de salud y no comulga con
las voces agoreras que solo saben repetir la real y a un tiempo abstracta frase
de que en este país nadie lee, y menos aún, poesía. He ahí lo curioso y
valiente de su apuesta por un arte que más que difícil es exigente y que en
cualquier latitud no forma legiones, pero constituye parte del corazón de
cualquier cultura. Quienes, por una bendición o condena, según cada caso, somos
de una u otra forma seguidores de la poesía sabemos lo que significa la
existencia de esta publicación. No es
exagerado decir que en Venezuela esta revista se haya tornado un objeto de
culto principalmente porque carece de familiares que la apoyen o la contradigan
con semejantes niveles de calidad y de insistencia que también se puede
traducir en fe sostenida por el hecho poético. ¿Quién de los interesados por el
trabajo sobre el lenguaje no ha visto en sus páginas clases magistrales no solo
de formas de escrituras sino modos de lecturas?, ¿Cuántos poetas de otras
geografías, tiempos e historias no hemos descubierto allí y ahora forman parte
de nuestra secreta familia espiritual?, ¿Cómo negar que es un espacio a donde
uno acude para leer parte de la tradición a la que uno pertenece pero también,
como en este número, para visualizar una fragmento de los trabajos poéticos que
se desarrollan en la actualidad? En fin, desplegar la larga lista de bondades
llevaría un tiempo considerable, sin embargo, quiero subrayar apenas uno,
cuando un objeto cultural como La Revista Poesía pasa a ser una suerte de obsesión
de coleccionista, un espacio para el aprendizaje o simplemente genera motivos
para robarla es porque su existencia tiene la aprobación y el apoyo de un grupo
de personas que aunque sean una inmensa minoría también cuentan, para bien o
para mal, dentro de nuestro colectivo como sociedad. Esto sucede porque se ha
tornado patrimonio, tiene valor en una parte de la sociedad, su presencia es
importante ya que mantiene viva una tradición literaria específica fomentando además
el comentario acerca de la misma y su desarrollo. Basta imaginar el revés de
este momento: ¿Qué pasaría si la Revista Poesía dejará de existir?
Evidentemente el universo mantendrá su equilibrio y el país seguirá su convulso
e indeterminado rumbo, pero, eso sí, se instalará el gran desierto en los
terrenos del estudio y la promoción poética en esta nación, lo cual es un
escenario algo más que oscuro además de ser un indicador innegable de nuestra
salud espiritual e intelectual. Estoy seguro que muchos agradecemos que ese hipotético
y triste panorama no esté sucediendo sino que este número 159 de la revista
refleje la naturaleza de la poesía misma, esto es, que crezca en medio de las
adversidades. Ya había dicho al principio que era loable y aventurero mantener
una empresa que apoyara ese fenómeno tan borroso como lo es el hecho poético,
pero que apoye la producción lírica, antilírica, experimental, entre tantas
disimiles maneras de hacer poesía nacional es aún más admirable. Cómo no
agradecer a tantas personas visibles o discretas que permiten este regalo 159
con sus aciertos y carencias pero que seguramente nos seguirá generando
momentos de estupor, gratitud y absoluto asombro porque sí bien es un material
para el deleite a la par es una invitación a pensar, a ejercitar la
inteligencia, a dialogar con nuestra historia colectiva bajo otras perspectivas,
conversar con realidades distintas o mundos propios y, sobre todo, con nosotros
mismos como parte del arduo y necesario camino de conocerse a sí mismo. Cómo no
celebrar este sostenido movimiento de resistencia ante una realidad más bien
descompuesta pero por lo mismo promotora de cambios profundos, hay que festejar
está interrogación sobre la supuesta muerte de la poesía especialmente la
ocurrida en Venezuela, hay que conmemorar, pues estos sonoros 43 años que llevan
la contraria siendo ejemplo de trabajo y disciplina para ayudar a mantener una
tradición y una lengua viva, permitiendo un espacio heterogéneo, de diálogo, de
puentes, un espacio que intenta con acierto la unión y no la uniformización. ¡Salud!
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