domingo, 14 de diciembre de 2014

La puerta de piedra abierta por Leonora




¡Ay de aquel que penetre lo sellado
Y no halle jamás la tenebrosa puerta!
Eunice odio

Hace años tenía la extraña costumbre de anotar mis sueños. En aquel entonces me obsesionaba la idea de los significados de los sueños y, aún más, sentía el vivo deseo de estar consciente y despierto en uno de ellos. Como un privado ritual nocturno antes de irme a dormir colocaba las herramientas debajo de la almohada: una pequeña libreta y un bolígrafo, a fin de apuntar las escenas soñadas antes que se desvanecieran con la luz del amanecer. Ahora miro esas notas: extrañas, inconexas, algunas ilegibles. Rayas y frases sueltas, “dibujos”. Lejos de una finalidad artística, un procedimiento surrealista o de una poética dictada desde el subconsciente, (en aquellos años nada sabía de ello) sólo quería conocer los mensajes enviados desde otro ámbito, descifrarlos para saber qué decisión tomar en mi vida cotidiana.  
Ahora veo esas notas y dentro de sus líneas delirantes existe un tipo de orden, le otorgo cierta orientación con sentido. Algo dice y ese algo me recuerda el libro extraño y maravilloso: La puerta de piedra (1982: Caracas: Monte Ávila editores) de Leonora Carrington que tiene una estructura consanguínea a la de un sueño. Libro fragmentado, novela levantada con una historia que son varias historias a la vez, que se rozan y se separan a capricho. Relato, recuerdo, evocación y sueño disimulan sus fronteras y van formando un cuerpo único, o mejor, un espíritu en movimiento, huidizo, difuso. Sin embargo, se puede decir que la anécdota central es un viaje a la sabiduría, llegar a conocer los secretos del mundo es la nota constante. De allí la referencia cabalística y al conocimiento alquímico. El misterio es el clima reinante.
Lo simbólico cruza la mayor parte de sus hojas, arcanos y secretos, imágenes insólitas y sugerencias poéticas le siguen su huella. Desde cierto ángulo pareciera un texto con un argumento poroso, inestable, que se olvida por momentos y regresa de forma sorpresiva, sin aviso. Su fascinación viene de esa composición mezcla de lo referencial y lo intuitivo, del conocimiento y la imaginación. Se reconoce en lo ambiguo.
Debajo de la superficie yace una tradición oculta, porque en otra capa significativa es el relato de una iniciación, de aquellos que abren la gran puerta de piedra en la cual “está crucificado un inmenso papagayo negro” y que dice esto seis veces antes de morir: “todo el mundo sabe, en efecto, cuántos pueden entrar; pero el tiempo se obstina en bloquear la memoria errante”. Carrington con sensibilidad poética supo erosionar la realidad visible y construir templos, observatorios de mundos tan antiguos como vigentes a un tiempo que comulgan con la revelación, aquello que hay detrás de las cosas.

“cuando era muy pequeña, tenía los cabellos de un rojo deslumbrante y ansiaba que se transformaran en dorados. Se transformaron en castaño oscuro. Durante la noche, cuando estaba completamente segura de que todo el mundo se había acostado, encendía una vela y, casi desnuda, me colocaba delante del espejo con vehementes deseos de reconocerme rubia.
Una noche, mientras examinaba mi cuerpo desnudo en el espejo –imaginando que me parecía a un maniquí de marfil expuesto sobre el trapo negro que constituía la habitación oscura que me cercaba por detrás-, experimenté en la espalda la sensación de un aliento vital y caluroso. Mi imagen desapareció bruscamente del espejo mientras la vela encendida vacilaba en mi mano. La oscuridad estaba compuesta de una especie de sombrío fulgor que le era propia y vi que mi reflejo evocaba el de un gran perro negro cuyo pelaje desbordante de agua se adhería a su magro cuerpo. Antes de comprender que me había metamorfoseado en perro, pensé que me había vuelto negra al intentar convertirme en rubia.

Tal vez usted comprenda el significado de todo esto; yo no. Aunque por alguna razón que desconozco, siento que tengo que decírselo…” (p.44-45)   

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