¡Ay de
aquel que penetre lo sellado
Y no
halle jamás la tenebrosa puerta!
Eunice
odio
Hace años
tenía la extraña costumbre de anotar mis sueños. En aquel entonces me
obsesionaba la idea de los significados de los sueños y, aún más, sentía el
vivo deseo de estar consciente y despierto en uno de ellos. Como un privado
ritual nocturno antes de irme a dormir colocaba las herramientas debajo de la
almohada: una pequeña libreta y un bolígrafo, a fin de apuntar las escenas
soñadas antes que se desvanecieran con la luz del amanecer. Ahora miro esas
notas: extrañas, inconexas, algunas ilegibles. Rayas y frases sueltas,
“dibujos”. Lejos de una finalidad artística, un procedimiento surrealista o de
una poética dictada desde el subconsciente, (en aquellos años nada sabía de
ello) sólo quería conocer los mensajes enviados desde otro ámbito, descifrarlos
para saber qué decisión tomar en mi vida cotidiana.
Ahora veo
esas notas y dentro de sus líneas delirantes existe un tipo de orden, le otorgo
cierta orientación con sentido. Algo dice y ese algo me recuerda el libro
extraño y maravilloso: La puerta de
piedra (1982: Caracas: Monte Ávila editores) de Leonora Carrington que
tiene una estructura consanguínea a la de un sueño. Libro fragmentado, novela
levantada con una historia que son varias historias a la vez, que se rozan y se
separan a capricho. Relato, recuerdo, evocación y sueño disimulan sus fronteras
y van formando un cuerpo único, o mejor, un espíritu en movimiento, huidizo,
difuso. Sin embargo, se puede decir que la anécdota central es un viaje a la
sabiduría, llegar a conocer los secretos del mundo es la nota constante. De
allí la referencia cabalística y al conocimiento alquímico. El misterio es el
clima reinante.
Lo simbólico
cruza la mayor parte de sus hojas, arcanos y secretos, imágenes insólitas y
sugerencias poéticas le siguen su huella. Desde cierto ángulo pareciera un
texto con un argumento poroso, inestable, que se olvida por momentos y regresa
de forma sorpresiva, sin aviso. Su fascinación viene de esa composición mezcla
de lo referencial y lo intuitivo, del conocimiento y la imaginación. Se
reconoce en lo ambiguo.
Debajo de
la superficie yace una tradición oculta, porque en otra capa significativa es
el relato de una iniciación, de aquellos que abren la gran puerta de piedra en
la cual “está crucificado un inmenso papagayo negro” y que dice esto seis veces
antes de morir: “todo el mundo sabe, en efecto, cuántos pueden entrar; pero el
tiempo se obstina en bloquear la memoria errante”. Carrington con sensibilidad
poética supo erosionar la realidad visible y construir templos, observatorios
de mundos tan antiguos como vigentes a un tiempo que comulgan con la
revelación, aquello que hay detrás de las cosas.
“cuando
era muy pequeña, tenía los cabellos de un rojo deslumbrante y ansiaba que se
transformaran en dorados. Se transformaron en castaño oscuro. Durante la noche,
cuando estaba completamente segura de que todo el mundo se había acostado,
encendía una vela y, casi desnuda, me colocaba delante del espejo con
vehementes deseos de reconocerme rubia.
Una noche,
mientras examinaba mi cuerpo desnudo en el espejo –imaginando que me parecía a
un maniquí de marfil expuesto sobre el trapo negro que constituía la habitación
oscura que me cercaba por detrás-, experimenté en la espalda la sensación de un
aliento vital y caluroso. Mi imagen desapareció bruscamente del espejo mientras
la vela encendida vacilaba en mi mano. La oscuridad estaba compuesta de una
especie de sombrío fulgor que le era propia y vi que mi reflejo evocaba el de
un gran perro negro cuyo pelaje desbordante de agua se adhería a su magro
cuerpo. Antes de comprender que me había metamorfoseado en perro, pensé que me
había vuelto negra al intentar convertirme en rubia.
Tal vez
usted comprenda el significado de todo esto; yo no. Aunque por alguna razón que
desconozco, siento que tengo que decírselo…” (p.44-45)
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