Octavio
Paz nos dice que “El poema no es una forma literaria sino el lugar de encuentro
entre la poesía y el hombre”. Desde esa perspectiva un poema abre sus brazos y extiende
sus posibilidades hasta una pintura, una fotografía, un vídeo, alguna pieza
musical o de danza y, no olvidemos, una situación dentro de la corriente de la
vida cotidiana. Lo que hace Mirta Colángelo en su libro Mensajes en botellas (2011, Bahía Blanca, La casa del espía) es
retratar dos poemas, o lo que es igual: dos situaciones vividas con sus alumnos
del Taller de Lectura y Escritura que ella dirige y que son en esencia el encuentro entre el hombre y la poesía.
La
poesía es imagen y la imagen paradigmática de este libro es una botella al mar.
Todo comienza bajo ese dibujo, tan sencillo y poderoso a un tiempo. Pero el
verdadero inicio, impactante y maravilloso, es el par de anécdotas venidas de
un tiempo atrás, tanto del año 1991 como la del año 2000, que la autora
comparte cuando chicos de su taller literario no sólo miran y escuchan la
imagen de una botella dejada a orillas del mar llevando un mensaje, sino que la
traen a su vida y deciden ponerla en marcha. No les bastó ser testigos sino
vivir la imagen, romper la precaria tela que intenta separar arte y vida. Las
consecuencias: un encuentro, una respuesta desde otra orilla, la unión
concretada a partir de un impulso “ingenuo”, pero que en todo caso es la
evidencia de la verdadera magia. Los chicos en su juego no estaban solos. La
vida imita al arte decía Wilde, pero estas experiencias más que ser sombras de
alguna ficción es vida dentro de las prosaica realidad, una luz, un quiebre,
una sacudida, arte que siempre está y estará ahí, esperando.
De
una u otra forma este libro es recordar lo que hay que hacer en medio del otro
mar: el de la distracción. Aquello que en el espíritu merece algo más que
atención y cultivo como lo demostraron tanto la autora y sus chicos del taller,
pero también aquellos seres maravillosos que bajo la luz del asombro y el juego
en sus almas contestaron lo que le traía el azul de las aguas. Ellos, los que
prefirieron el juego.
En
fin, la reunión inesperada y la amistad espontánea relatada en el libro de
Colángelo nos avisa y advierte que la imaginación, la pausa y el silencio
siguen ahí sin que los gestos estruendosos y efímeros quiebren sus núcleos y,
sobre todo, sus poderes. Encontrarse, compartir y comunicarse es cuestión de
dos y en el caso que nos relata la autora cuestión de dos orillas, pero unidas
por un gesto poético sobresaliente para estos días de apuro y de impuestas
ocupaciones y que uno de los niños del taller, Martín, de ocho años, en su
momento lo llamó con total acierto “los caminos del agua”.
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