martes, 27 de enero de 2015

Wolfgang Laib: ¿arte o ritual?



El vínculo naturaleza arte siempre ha sido un parentesco recurrente en distintas formas de representación visual para diferentes contextos y épocas. Aunque parezca propuesta ajena a este tiempo cuyo corazón lo comparte la maraña tecnológica y la plataforma virtual esa filiación aún existe, persevera y sigue generando productos estéticos de alta calidad conceptual. Un ejemplo de esta comunión que también incluye el abrazo entre arte y vida, sin puentes ni intermediarios ni fisuras divisorias  es “Pollen from Hazelnut” (1992) del artista alemán Wolfgang Laib. En esta obra el papel de lo natural es determinante no sólo como referente ni como medio sino tornándose un agente activo en el que entra la mirada y la acción artística como elementos complementarios. Más que el producto o el resultado al que lleva los materiales usados por Laib se valora el proceso en el que se construyen, el camino que va formando una visión directa de la complejidad de lo simple y lo conocido.
 Desde la marca dejada por las Neovanguardias en la década del sesenta del pasado siglo ya no sorprende y es natural encontrar deliberadas elecciones de materiales insólitos como medios de creación artística, lo mismo que los métodos de trabajo. Lo No Convencional se ha vuelto norma. Sin embargo, la propuesta del Laib no se ajusta del todo a esa ley ya que sus acciones se pueden vincular con un tipo de convención religiosa como es el caso de ciertos rituales budistas o por lo menos algunos gestos enlazados a un pensamiento oriental.
Como el nombre de la obra lo indica la materia usada por Laib es el polen, pero no limitado como simple material que lleva a un fin. En este caso la obra comienza desde la siembra del alimento, su cuidado, la espera de su desarrollo, la recolección y por último su utilización como palabras que hablen sobre la esencia misteriosa de un elemento natural que puede ser todo a la vez. La relación arte naturaleza, por ende, trasciende el diálogo tan recordado entre pintor y su exterioridad y se torna interactivo, más cercano. No extraña entonces que este trabajo lo  liguen con el movimiento Land Art  quienes vieron el mundo natural como objeto de estudio y materia in situ con la cual elaborar un discurso.
Esta obra al igual que otras de Laib va más allá de la fealdad o la belleza porque su interés no es plástico ni menos intelectual. Es un medio que desarrolla una conexión con el mundo vivo y sobre todo con la pureza de su esencia. De allí que Laib maneje formas refinadas y cercanas al mundo Minimal tan reconocido por su austeridad formal. El artista nombra el polen con otro significado y traspone su utilidad en símbolo más que de lo natural de lo vivo, de la vida. De allí que el registro que nos arroja esta obra y las demás del artista alemán camine por afinidades y sensibilidades de orden místico dejando de lado sin alaridos ni culpa el factor de actualidad tan exigido en una obra y atienda ámbitos de siempre, de todos los tiempos.
En síntesis, Laib se vale de lo físico para llegar a lo impalpable, recordándonos que siempre hay algo anormal en todo aquello que damos por sentado, una cota que va más allá de lo racional, aunque se trate de conjugarle un orden a través de formas geométricas y depuradas ya que en ultima instancia no son los valores formales los que tienen relevancia sino todo aquello que yace alrededor de nosotros y que en el caso de Laib sirve como puente a su expresión y a un sentido en el que refresca la constante hermandad entre arte y naturaleza.


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