sábado, 14 de febrero de 2015

Los titanes de hielo: una forma especial de crear conciencia




En el año 2005, a mediados de octubre, una exposición de Nan González (Caracas, 1956) acudían al espacio de las salas 6 y 7 del Museo de Bellas Artes de Caracas. El nombre que identificaba ese trabajo era acertado y revelador “Titanes de hielo”. Por un lado, porque la majestuosidad de la naturaleza, la imponencia que de ella se emana es y será ley; por otra parte,  porque el olvido de las consecuencias de nuestros pasos es un mal hábito y una de las herencias (trágicamente) más preciadas e insistentes. Recordar esos efectos es un punto positivo para todos y algo que debemos agradecer, sobre todo porque aún, a pesar de las opiniones contrarias, queda tiempo.
Esta preocupación, últimamente, es redundante en los artistas quienes ven, como todos los interesados en  aportar un grano de arena, en el daño ecológico un tópico a recordar de importancia sin precedente, sobre todo si mentalizamos que el tema no solo abarca un escenario externo ni se puede, como otrora, dejar reposando. La lógica enseña que la destrucción del medio ambiente es la aniquilación de nosotros, aún más vulnerables. Los medios de presentar esta preocupación son variados, y el arte no escapa a esta reflexión como lo enseña “Titanes de Hielo”.
González es conocida como videoartista, un rasgo que se confirma en cada trabajo suyo. La mezcla de naturaleza y tecnología aparte de crear contraste es sumamente atractiva y elogiosa, pues el video como medio para propuesta estéticas hoy día tiene un poder especial de convocatoria y de atención. Esto es lo que sucede con “Titanes de hielo” que muestra en la proyección, aparte de las sublimes masas de hielo del polo sur, un grito desgarrador. El ambiente de la sala se forma a través de la inmensidad y el quiebre, el desprendimiento de tamañas masas de hielo en esta atmosfera no pasan desapercibidas, y mucho menos se ven como algo externo. Quizás la intención de la artista era la real conexión con eso que pasa muy lejos de nuestros suelos, pero que extrañamente tiene mucho que ver con nosotros y todos nuestros oficios. Sentir esa caída de los glaciares es parte de la reflexión que viene con la muestra artística de González.
La reacción de esta experiencia es un amanecer a la crítica, enfocada específicamente al modo de vida imperante e impuesto. Un gesto, por lo demás, plausible en un territorio encantado de hacernos olvidar estos detalles, como puede ser la vida y la muerte, porque al final de cuentas en esas dos palabras se puede resumir la experiencia estética, quizás más dada a la muerte; y lo peor, por nuestras propias manos. Sin embargo, este salón no genera tristeza o dolor, sino (generalmente)  reflexión acerca de la situación actual del planeta. Saber si esto lleve a una acción conveniente, por quienes entren a dicha exposición, para contrarrestar esa marea de contaminantes es incierta, pero sólo despertar y ver el escenario de estos sitios (por medio del arte) y comprenderlos es un paso grande.
Lo que se desprende de eso es una valoración al trabajo de la artista quién, por medio de la transformación de una sala a un ambiente sonoro, poético y emotivo, ha conseguido la unidad de mensaje y medio, es decir, naturaleza y tecnología. La imagen acá más el movimiento implícito en ella arrastra al individuo a sentir el drama de lo natural. El cambio de percepción es alta lo que demuestra la altura de su arte implicado en atacarnos por los medios a los que estamos acostumbrados, salvo que esta vez más purificados. 

Con esto se hace más obvio el mensaje de González: el de alerta, preservación y cuidado. Se puede añadir la invitación al cambio de conducta para lograr verdaderos giros sociales más cercanos a una verdadera armonía. Y es que en este caso la naturaleza vuelve a hablar, usando un medio más cercano a nosotros como lo es una pantalla, para que escuchemos y, sobre todo, pensemos. La correspondencia no es nueva, recordemos que nuestra interrelación con el mundo llega a un punto en que nosotros nos podemos ver reflejado afuera, sea hombre, animal o naturaleza.    

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