martes, 17 de febrero de 2015

Luis Enrique Belmonte: tres poemas



El cautivo dibuja en las paredes de su encierro
los  desembarcos, la sangrienta lucha de la memoria.
                                                    [Una flor amarilla
se cuela entre las grietas de la celda, liberando a los condenados.
Cuando se quiebre la tarde en el corazón del gato
podría llegar el cautivo
con los pies destrozados por el camino,
con las espigas encorvadas y el equipaje remojado.
Tocaría tres veces la puerta
haciéndose pasar por vendedor de aromas exóticos,
marfil de la India,
cueros de tigres de Bengala, colmillos de Jabalí,
o aquella pócima que resucitó a un rey vencido
en el mísero lecho de una tierra maldita.

Nadie se extrañaría
si el ahogado que canta un aria antes de morir,
si el que sufre a solas en la regadera,
si ése que estuvo en el lugar equivocado, o el que con un clavel
[en el pecho
llegó a tiempo al sitio inexacto, el que se enamoró de
[las lámparas
El que anuncia el bombardeo, el que pone la manta
[encima
al que acaba de morir, nadie,
nadie podría decir quién será
el que puede llegar,
quién de nosotros
el que desatará los nudos,
el que dará orden de partida
cuando estemos llegando.

Del libro: Cuerpo bajo lámpara (1996)
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La pregunta implacable, dura de roer

Alguien nos pregunta, en una callejuela de la noche,
qué vamos hacer el resto de nuestras vidas,
en qué lugar echaremos cenizas en vez de raíces,
y cuántos ceniceros y papeles arrugados.

Se pierde en lo oscuro esa voz que nos escruta,
que nos agarra desprevenidos con la mano al cuello
en el espejo de un baño público, y nos lanza un guiño,
una mirada cómplice cuando en el parque
los viejos hablan con los pájaros.

La manera en que te miró aquel perro apaleado en el
[suelo,
mientras todos reían en el polvo levantado de los
[secuaces,
qué vas hacer el resto de tu vida, pregunta aquella
[mujer
que abandonamos en la mesita de un café,
las manos juntas, los ojos como pozos, la falda de flores.
Y aparece la casa abandonada junto al canario
que se nos muere de neumonía, desarropado
en la noche más fría, más cruenta.

Con el perdón por el inventario,
lo que se cuece no es un catálogo
más o menos anecdótico de lo que hicimos
o dejamos de hacer, sino más bien el invisible acento
de lo que nos acecha con sigilo,
la voz que pregunta por nuestra maqueta
después de haber perdido las manos
en un naufragio de días que se añejan boquiabiertos.

De: Inútil registro (1998)
  
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Canción de los que parten

Los que se van tarareando una canción
dejando que la luz ocupe su lugar en las esquinas,
en los rostros que llegan,
en las manos que tantean el espacio habitable.

Los que se van arrimando al horizonte
buscando pájaros que aletean en la oscurana.

Los que en su marchan desprenden astillas, espinas,
cáscaras que señalan el sentido
de lo que no pudieron decir a tiempo
cuando era justo decirlo.

Los que se van no deben mirar la estela de su paso
sino el relumbre de la tierra prometida
que no es más que el destello de sus propios cuerpos
trasegando caminos en lo más cóncavo de la noche.

Escuchemos la canción
sobre los tejados de pueblos afantasmados,
en los goznes de puertas entreabiertas,
en los áticos del viento.

Es la canción que anuncia a los que llegan
y hace más ligera la travesía de los que parten.

De: Vendrá otra larga travesía (2006)


Luis Enrique Belmonte (Caracas, 1971) 

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