domingo, 1 de febrero de 2015

Manuel Guzmán Kizer hace recordar a Rojas Guardia.


Armando Rojas Guardia es poeta y creyente cristiano. De una abundante  y visitada producción literaria muchos de sus textos acusan la fe cristiana y atienden ese amor, iluminando a un tiempo su relación con el entorno, la conciencia de cada uno de sus gestos y  el rincón que ha construido a partir de su cosmovisión. Su mirada no corresponde a los lentes del colectivo posmoderno y eso también lo atestigua muchos de sus poemas cuya esencia y naturaleza les han permitido una catalogación dentro del ámbito místico, pero con una religión suficientemente dilatada que no deja de lado lo cotidiano.  
Es un rebelde, un crítico armado con palabras y símbolos. Su obra escrita es expansión de su vida donde convergen los cuerpos impares, lo “opuesto”, los antónimos. Aborda, por tal razón, las fronteras de lo humano en búsqueda de lo indecible, de lo sagrado, un camino exigente, apartado, que en otros casos han traído bruscas oscilaciones espirituales. Rojas Guardia también ha sido probado en esa senda empinada, ha estado en la intemperie donde el poema reside para seguir con más fuerza y vida.
En una de esas experiencias cumbres vividas por el poeta se fijo Manuel Guzmán Kizer y la retrató en un trabajo audiovisual de tan sólo 120 segundos. Un tiempo breve, pero  vital que iluminó ese punto en el camino existencial de Rojas Guardia construido y movido por la locura, acechado por la sicosis, la angustia y un desarreglo cuyo móvil fue lo más humano, aquello que nos marca, lo efímero, la muerte.
La desaparición física de su madre fue la tristeza que se impuso, tiñó sus ojos e incluso quitó las palabras al poeta, dejando un silencio más que de plenitud de dolor, de imposibilidad de acceder a ellas. Ese episodio lo llevaría a recluirse bajo las cuatro paredes de un siquiátrico donde  el autor, tiempo después, en su libro Crónica de la memoria diría “la angustia se transformó en pánico y la paranoia larvada se agigantó en verdadero delirio, bajo la forma totalizadora de una depresión nerviosa para la que no había consuelo” (Rojas Guardia,  1999, p.128).
Recapitular ese episodio es el corazón de ”Locura” (2010) de Guzmán Kizer, mostrándolo en tiras de imágenes y capas de sonidos superpuestos de manera reticente, acusando la dimensión de aquella época sombría, pero sin quedar en ella. En última instancia el video atestigua a un Rojas Guardia que repasa aquella vivencia con más frialdad, la maneja con palabras y racionalidad. Es notorio el eco de esa crisis en los ojos del poeta, pero a un tiempo sus ganas de vivir, de seguir en el camino que conscientemente y decididamente a buscado “Haber llegado al grado cero, al fondo, hasta no poder bajar más, significaba el paradójico principio de una ascensión purgatorial”. (Rojas Guardia, 1999, p. 129)
De esta forma el producto de Guzmán Kizer oscila entre dos registros, la crudeza de lo vivido allí, del recuerdo, y la justificación, apoyada por el protagonista de la película, de aquella anécdota cuyo sentido final parece enseñar lecciones elevadas para intensificar la vida. Otorgándole valor a la lógica del amor, capaz de mirar el lado amable de cualquier evento por más desventurado que sea.

XV
Me digo que es inútil, que no puedo
escribir lo imposible, la secuencia
del poema innombrable, la mentira
de apalabrar la ausencia del deseo
deletreando la nada entre mis sienes,
su oquedad tan carente de palabras.
Sé que el cuerpo me queda, ésta mi carne
indecible también pero moviéndose
al proyectar imágenes, figuras
en el vacío mental, en la pantalla
de la escritura terca, indeseante.
Sólo alcanzo a aludir, casi a tocar
al poema cadáver enjoyado
por el histriónico decir: la vanidad
de no sorber el silencio ni apurarlo,
de escapar de este yermo a mi medida
que, si yo fuera otro, comparara
a aquel nítido y virgen de los santos
ardiendo, sí, incómodo en la voz,
llagando la gárrula garganta
pero dejándola seca de otra sed
que no sacian las formas, el lenguaje.

Poema del libro La nada vigilante (1994)

  

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