miércoles, 25 de marzo de 2015

Fragmento de Zodiaca de Andrés González



Niño chamán en el desierto púrpura
lengua alacrán, manos fuego
hoy y eternamente tu corazón
explica en danzas
sus alas insondables
al huracán del pensamiento
que deviene intuición,
niño psicopompo
cetro del azar
tus pasos de baile
son flores que arrancan
desde los vórtices del horror
para abrir sus ojos de abismo
a la letra Sol,
niño jaguar
la selva acicala tu invisibilidad
suave susurro cetáceo
serás la santidad del océano,
niño águila
despliega tus alas de colores imposibles
di lo imposible
lo imposible de la sangre
lo infinito de la ternura,
eres azul como el soplo de la galaxia
eres verde como
la sonrisa que despierta el quetzal
en el viento innombrable
eres negro como las más bellas maldiciones
eres púrpura como
los reyes que vuelven
desde los sueños de los dioses
como los héroes que retoman
el idioma interrumpido del relámpago,
niño nube
atraviesa mi lengua
como una jauría de cirros
inventando palabras como corazones desenfrenados
dispuestos a violentar todos los límites
embistiendo contra la eternidad
niño nube danzas tormentas eléctricas
en tus ojos la lluvia se precipita
como una oración de mil años
que transforma la piedra en pluma,
niño dios
oro azul
boca del abismo
ojo del sol
tu cuerpo
es el sueño del mundo
niño dios
alas de diamante
hocico eléctrico
ideograma zodiaco
montaña idioma
eres la lágrima que me confirma

(…)

 Después de tantas máscaras de angustia y gozo, de tantísimas máscaras, todas hermosas
con la luna y los parpadeos de la lluvia sobre los chapiteles enlodados en oro llegó el momento decisivo en cierto modo
de llevar como otra lluvia la última máscara en la que redoblan todas las anteriores,
en verdad, unas sí y otras no, un despelote, una rabia que ensambla luego la ruina
y al frente, de nuevo, las guirnaldas de sangre, el velo amarillo zarandeado por el horror
entonces ¿soy yo también esa niña que ahora
se desnuda en los pasillos, en los ventanales, en los pisos superiores, en el edificio, en el liceo también ese
delantal que se transforma en el lago Victoria y se larga a llorar
un Nilo de orina y lágrimas que recorre
el mensaje terrible que consta en las grietas de las baldosas
de los pasillos a las salas de clases y las oficinas y los patios
uniendo a todos estos miserables
en una trenza marina, en una tromba mariana
la mano finalmente cristal, translúcida como los ojos
y las flores?
pienso que por unos días debería transformarme
en un árbol con forma de T
ya saben, la Ceiba que cifra
el orden azul maya
es decir, abstenerme del cordón musical que prosigue
los caminos blancos de las naciones mayas
desde las grandes selvas hacia los cielos inmensos de Itzamná
ayunar por un instante en las incontables bocas que van de la palmera erizada al irisado huracán
quebrarme un ratito, amigos,
lamerme la pata herida, fatigada, rellena de hojas secas
y volver los ojos a esos sueños de pagodas de césped y pangolines recorriendo puentes
quedarme por un tiempito, amigos, dormida en la hierba, en el jardín
con los topitos corriendo laboriosamente y las orugas alejándose fluvialmente
dormida por los niágaras vibrados por los saltamontes celestes y los grillos azules
quizás al borde de la secuoya donde hervían las bandurrias?
no sé, llorando un poco, y luego
con las mejillas rojísimas
sorber de nuevo el espíritu
y de aguas recomponer el perfume y la semilla
para las mil pestañas, los mil pétalos
entonces, me dirijo a ti, Avalokiteshvara, a ti Kanon?
sólo me atraen ciertos visos de tu resguardo
y no sé si dejaría olvidarme en ti, pero amo tus infinitos brazos
porque son las lenguas de un corazón mucho más grande que el que me zamarrea
y es esa amplitud y no las direcciones morales
lo que me fascina en tu vehículo, en tu cola de pavo real
no probaré de tu compasión pues no aceptas el mundo sino
amándolo bizarramente
yo no pruebo de la compasión porque sé en todos lo mejor
puedo comprobar ese aroma, sus intensidades y registros de variación, gestos
corpusculares de la luz fragancia que actualiza los arrozales de inmanencia
había que leer la Ilíada como una obra sobre los destellos, lo fulmíneo, lo enceguecedor
es decir, el salto hacia el abismo
y es ese el que quiero demorar aún
pues sé, ya lo he probado y he sentido ahora
el concho de miedo antes del choclo de heroísmo y amistad
me voy haciendo esférica pero todavía los meteoritos
mellan las agrupaciones de mis halos
sin embargo, siento ya un aire, una casa de aire
unas aguas, unos pabellones de aguas
a través de todos tus alientos, María Sabina,
que yo soy niña tuya
pero todavía no recuerdo del todo
cómo saborear la tierra y volver a jugar
haciendo arcos en el barro
las piruetas, los saltos y fugas y escándalos
las constelaciones salpicadas
y encender así el fuego y las pinturas y los moños de los colores
¿no crees, niña
que es tiempo de que yo haga la fogata
y cocine los granos de oro?
verás qué sonrisas preadamitas, qué atolones
como acuarios de dioses en las palmas de tus manos pintadas de azul y rojo
vayamos, pues, todos a comer del tiburón y la raya
y hagamos mesas voladoras en el coral
travestidos en el fuego niño
como volantines respirando y empañando el cristal de la bóveda
y las estrellas derramando sus sonrisas de trova incognoscible
y sin embargo cargadas de ecos y pisotones
todavía nuestras vidas son más canto que otra cosa o más
perdidas en los dedos
en los colmillos del divino amigo Ganesha
aún así, antes de salir del colegio
me cubriré una vez más con mis frazadas
que luego tapizaré de ololiuhqui
y ya no dejaré de danzar y reírme

dejándole todos mis llantos a la Ceiba

Andrés González, Zoodiaca (2013), México, La faunita 2.0.1.2. editorial.   

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