miércoles, 1 de abril de 2015

Fragmento de El Monte Análogo de René Daumal



HISTORIA DE LOS HOMBRES-HUECOS Y DE LA ROSA-AMARGA
Los hombres huecos viven en la piedra, se pasean por ella como cavernas móviles. Se pasean sobre el hielo como burbujas de forma humana. Pero no se aventuran por el aire, pues se los llevaría el viento.
Poseen casas en la piedra, cuyas paredes están hechas de agujeros, y carpas en el hielo cuya tela es de burbujas. Durante el día permanecen dentro de la piedra, pero de noche vagan por el hielo y bailan a la luz de la luna llena. Jamás ven el sol, pues de hacerlo explotarían.
El vacío es su único alimento, comen la forma de los cadáveres y se embriagan de palabras huecas, de todas las palabras huecas pronunciadas por nosotros.
Hay quienes dicen que desde siempre han sido y por siempre serán. Y hay quienes dicen que son muertos. Y también están los que opinan que cada ser viviente posee su hombre-hueco en la montaña -en la misma forma en que la espada tiene su vaina, el pie su huella- y que al morir se juntan y forman uno sólo.
En la aldea de las Cien-casas vivían el viejo sacerdote-mago Kisse y su mujer Hulé-hulé. Tenían dos hijos, dos mellizos que en nada se diferenciaban, llamados Mo y Ho. Hasta su madre los confundía. Para reconocerlos, el día en que se les impusieron sus nombres, le colocaron a Mo un collar con una crucecita y a Ho un collar con un anillito.
Una onda preocupación aquejaba al viejo Kisse. Según la costumbre, debía sucederle su hijo mayor. Pero ¿quién era su hijo mayor? ¿Acaso lo tenía siquiera?
Al llegar a la adolescencia, Mo y Ho ya eran montañeses hechos. Se los apodaba los dos Todo-atraviesa. Un día su padre les dijo: “A aquel de ustedes que me traiga la Rosa-amarga le trasmitiré la gran sabiduría”.
La Rosa-amarga se halla en la cima de los picos mas elevados. Y el que come de ella, en cuanto quiere decir una mentira grande o chica, siente un terrible ardor en la lengua. Aun puede mentir, pero queda advertido. Algunos han visto a lo lejos la Rosa-amarga: cuentan que se parece a un enorme liquen multicolor o a un enjambre de mariposas. Pero nadie ha conseguido nunca arrancarla pues el menor estremecimiento de temor a cerca de ella la asusta y se esconde en las rocas. Y, aunque se la desea, siempre se teme un poco poseerla, y entonces desaparece de inmediato.
Al hablar de una acción imposible o de una empresa absurda, se dice: “es como querer ver la noche en pleno día” o bien: “es como querer iluminar al sol para verlo mejor”, pero también puede decirse: “es como querer conseguir la Rosa-amarga”.
Mo ha tomado sus cuerdas, su martillo; su hacha y sus garfios de hierro. Lo ha sorprendido el sol en el flanco del pico Rompenubes. Como lagartija, a veces como araña va subiendo las altas paredes rojas, entre el blanco de las nieves y el azul-negro del cielo. A veces lo envuelven nubecillas ligeras y luego, súbitamente, lo devuelven a la luz. Pero de pronto divisa a la Rosa-amarga un poco mas arriba de donde él esta, y la Rosa-amarga brilla con colores que no son los siete colores. Constantemente repite el sortilegio que su padre le ha ensenado para protegerlo del miedo.
Ahora necesitaría un pico, con un estribo de cuerda para montar al caballo de piedra encabritado. Golpea con el martillo y la mano se le hunde en un agujero. Hay un hueco en la piedra. Destroza la corteza y ve que el hueco tiene forma humana: torso, piernas, brazos y también huecos en forma de dedos separados como de miedo; lo que él ha hundido con su martillazo es la cabeza.
Corre un viento frío sobre la piedra. Mo ha matado a un hombre-hueco. Se estremece y la Rosa-amarga se esconde en la roca.
Mo desciende a la aldea y le dice a su padre: “He matado a un hombre-hueco. Pero he vista a la Rosa-amarga y mañana iré a buscarla”.
El viejo Kissé se tornó sombrío. Presentía una procesión de desgracias. Dijo: “Guárdate de los hombres-huecos. Querrán vengar su muerto... No pueden penetrar en nuestro mundo, pero si llegan hasta la superficie de las cosas. Desconfía de la superficie de las cosas”.
AL día siguiente, al alba. Hulé-hulé, la madre profirió un gran grito, se levantó y corrió hacia la montaña. Al pie de la gran muralla roja estaba la ropa de Mo, sus cuerdas y su martillo y su medalla con la cruz. Pero el cuerpo había desaparecido.
-¡Ho hijo mío! -grito al volver- ¡hijo mío, han matado a tu hermano!
Ho se yergue con los dientes apretados mientras se le arruga la piel del cráneo. Toma su hacha y quiere partir. Su padre le dice: “escucha primero. Esto es lo que hay que hacer. Los hombres huecos se han apoderado de tu hermano y lo han convertido en hombre-hueco. Pero el querrá escapárseles. Ira allí donde se amontonan las piedras en el glaciar límpido, ira allí para buscar la luz. Ponte alrededor del cuello su medalla y la tuya. Entonces ve hacia el y golpéalo en la cabeza. Entra en la forma de su cuerpo y Mo tornara a vivir entre nosotros. No temas matar a un muerto”.
Ho mira ávidamente al cielo azul del límpido glaciar. ¿Será acaso un juego de luz o son sus ojos los que se confunden, o realmente esta viendo lo que cree ver? Ve formas plateadas, como buzos aceitados dentro del agua, con brazos y piernas. Y ahí está su hermano Mo, forma hueca que escapa, y mil hombres-huecos lo persiguen,
pero temen a la luz. La forma de Mo huye hacia la luz, sube hasta un gran montón de piedras azuladas y gira sobre si mismo como buscando una puerta.
Ho se abalanza aunque se le hiela la sangre en las venas y aunque se le parte el corazón le habla a su sangre, a su corazón: “no temas matar un muerto”, golpea la cabeza rompiendo el hielo. La forma de Mo se inmoviliza, Ho destroza el hielo de las piedras y penetra en la forma de su hermano, como una espada en su vaina, o un pie en su huella. Da codazos, se sacude y arranca las piernas de entre el molde de hielo. Entonces oye que le hablan con palabras de un idioma nunca antes hablado por él. Comprende que es Ho y Mo al mismo tiempo. Todos los recuerdos de Mo están ahora en su memoria, junto con el camino del pico Rompenubes y la morada de la Rosa-amarga.
Lleva en el cuello el anillo y la cruz y se acerca a Hulé-hulé: “Madre, ya no será para ti difícil el reconocernos, Mo y Ho están en un sólo cuerpo, soy tu único hijo Moho”.
El anciano Kisse vertió dos lágrimas, se le desarrugo el ceño. Pero aun lo asaltaba una duda. Le dijo a Moho: “Eres mi único hijo, Ho y Mo ya no tienen por que distinguirse uno de otro”.
Pero Mo le hablo con certeza: “Ahora si puedo llegar hasta la Rosa-amarga. Mo conoce el camino, Ho sabe que debe hacerse. Habiendo dominado el miedo, conseguiré la flor del discernimiento”.
Recogió la flor, el saber fue suyo, y el anciano Kisse pudo abandonar este mundo.
Esa noche todavía se escondió el sol sin abrirnos la puerta de otro mundo.
Hubo otra cosa que nos preocupo mucho durante esos días de espera. No se va a un país extranjero, con el propósito de adquirir algo, sin llevar cierta cantidad de dinero. En general los exploradores llevan consigo, como medía de trueque con eventuales “salvajes” e “indígenas”, toda clase de baratijas y pacotilla, cortaplumas, espejos, desechos del concurso Lépine, tiradores y ligas perfeccionadas, cretonas, jabones de tocador, aguardiente, fusiles viejos, municiones anodinas, sacarina, kepis, peines, tabaco, pipas, medallas y cordones... sin hablar de los artículos piadosos. Como muy bien podía sucedernos que encontráramos en el curso de nuestro viaje -y aun tal vez en el interior del continente- pueblos pertenecientes a la especie humana ordinaria, nos proveíamos de tales mercaderías que pudieran servirnos como elementos de trueque. Pero en nuestras relaciones con los seres superiores del Monte Análogo, ¿cuál seria nuestra moneda de cambio? ¿Qué cosa, de todo lo que poseíamos tendría realmente valor? ¿Con qué podría pagarse ese conocimiento nuevo que estábamos buscando? ¿Lo mendigaríamos acaso? ¿O habría que adquirirlo a crédito?
Cada uno hizo su propio inventario y día a día íbamos sintiéndonos cada vez más pobres al comprobar que no había nada, ni dentro ni fuera de nosotros, que nos perteneciese realmente. Hasta que llego una noche en que eran ocho hombres y mujeres totalmente pobres y desprovistos quienes miraban cómo el sol descendía en el horizonte.

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