miércoles, 21 de diciembre de 2016

Octavio Armand: Cómo escribir con erizo


Chema Madoz 

¿Romperás esta página?
Tu cara mancha la página.
Las palabras son sombras.
Lo que dices
ya lo han dicho tus propios huesos
y las hormigas vaciándote en la yerba.

Jardín: osario
Insectos: palabras.

Escribes sobre espejos.
Escribes para borrar lo que has escrito.
Escribes para borrar el rostro que te mira.
Máscara y descaro: no tienes nombre,
mengano/zutano/fulano.

La página se llenará

Llueve.

Me siento a escribir y digo la página se llenará.
Se acumulará –oscura, resonante- en la porosidad de una
piedra en un charco azotado por larvas glotonas en la mano
que vuelve a brillar apestando en un pozo.

La página se llenará. Habrá algo que decir (¿sobre
la urgencia de decir o la impotencia de decir?) y lo dicho
pesará como agua deslizándose. La superficie basta. Basta
derramarse / desparr / amarse. Que la superficie provoque
risas, iras, tartamudeos, silencios, exclamaciones, gritos,
lamentos. Que la página diga lo que tengo o no tengo que
decir y ése será mi texto, mi pretexto. Un truco: el
prestidigitador te saca las palabras de la boca, de la
ingle, de la axila; si te toca, hablas; donde te toca,
hablas; te saca los huesos y muestras cuatro urgentes
colmillos, ladras, te devora; te tira la frase y escondes
la mano; te insulta y no comprendes; te llama y no reconoces
tu nombre; te estira la lengua y hablas por los codos que
caen sobre la mesa, junto a la máquina, aguantando un cráneo
de repente clavado en el palo asqueroso, trofeo de alguna
minuciosa destrucción, inútil, vacío, y así vuelves a
embestir con pelos y párpados, gestos, mejillas. Frases/
disfraces. Obras/ borras / sobras. La página se llena, te
suelta; tú te levantas, la rechazas. Palimpsesto y simetría.
Porque no hay desnudez en las superficies esparcidas hay desnudez en
las superficies abiertas, acumuladas. Etc. ¿Basta derramarse?
¿Basta derramarse? Cada afirmación, otra duda. Cada
instante se disuelve en otro instante; cada frase que no
termina, en otra frase que tampoco terminará. Cada disfraz,
otro disfraz. Cada verdad, otra mentira. Ya no soy yo/
yo no soy ya/ yo ya no soy.

Genuflexión doble

I
Ya nada queda sino eso: una ruina de carne
respirando contra el polvo. Pequeña esponja, lombriz
estrujada por un niño. Pasta, peste. Menos, quizá
menos. Allí la voz cría cuervos y nos hace hablar
por los ojos, por los codos, por los labios mismos.
Es el cuerpo, regado en tu presencia. Lo que queda,
lo que niegas.

II

Entierras a los muertos de rodillas. Colocas
al héroe en su estatua de rodillas. Amas arrodillado
contra esa fiebre que a ratos acosa. Te arrodillas
al hablar, golpeando la pobre lengua como un badajo.
Te arrodillas al vencer para no dejar de ser el
Vencido.

El cuerpo te queda mal. Es incómodo, como
buen reclinatorio.

Tú eres bueno, en fin. Yo no lo niego.

Armand Octavio (1976) cómo escribir con erizo. Mérida: ULA, consejo de publicaciones.  

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