viernes, 19 de octubre de 2018

Pasear Lunático


Jairo Rojas Rojas, Pasear lunático, poesía venezolana, poesía uruguaya, Martin Palacio Gamboa



Por Martín Palacio Gamboa.

Quizás para los que ya hemos recorrido cuanto slam o cuanta ronda de lectura apareció, la poesía de Jairo Rojas Rojas (Mérida, Venezuela, 1980) ya es un registro conocido. Y hablamos de un registro quizás no muy trabajado a lo largo de nuestra tradición literaria: el de la poesía visionaria. Y es en esta modalidad que el texto se instala como una zona habitable y prodigiosa donde el individuo pierde su centro para integrarse en lo mágico-religioso como si fuera un ejercicio chamánico. Dicho texto, por su misma acentricidad, termina asemejándose a Dios, el cual puede compararse a una figura circular cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna, y la escritura esconde vehementemente su centro.

De allí que la palabra, diseminada, persiga el infinito, el fin de lo perecedero, alcanzar el espectáculo de lo absoluto y contener una forma de lo divino en los subterfugios de la página. Y esa acentricidad, la evidencia de esos subterfugios, es graficada en buena parte de "Pasear lunático" por la recurrencia al espacialismo, es decir, el uso de un conjunto de tácticas en el que la coexistencia de significados se vea intensificada y cuantificada en los poemas, por la inserción del plano visual, que desorganiza o reordena ópticamente los elementos constituyentes, volviéndolos en acto piezas de asociaciones o de un rompecabezas extremadamente aleatorio. Cada pieza se hace pasible de formar parte de varios escenarios divergentes; cada punto es siempre diverso y móvil, el rasgón de un sincronismo.

Por su registro de pulsión alucinatoria lindante con lo esotérico y lo deslumbrante, la escritura de Jairo Rojas hace visible la conexión de lo infinito en lo finito. Es lo que el teólogo Teilhard De Chardin denominaría "teantropofanía": lo divino se manifiesta en cada acto de creación nuestra y en cada acto de creación nuestra se manifiesta las mil caras de lo divino. Incluso su costado más demoníaco. De allí que se establezca, entonces, el discurso lírico como un torrencial idiomático fundado en la simultaneidad, en el desfile constante de imágenes y representaciones desfiguradas por su misma inestabilidad. En definitiva, se ratifica una ganancia insoslayable: el conocimiento poético como razón de ser completamente signado por lo subjetivo, y con ese conocimiento, la incorporación a un nuevo estatuto de la noción de verdad ante la posibilidad de prolongar los poderes propios de un demiurgo, o sea, la creación de mundos, de cosmogonías con leyes propias.

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