“Deseaba un sonido y una secuencia melódica perfecta,
deseaba para su fraseo la intimidad áspera de los que ha sido batido con el
duro temple de adentro. Deseaba para cada cosa su complementario, deseaba encontrar
entre cosa y cosa, entre voz y cosa una nota común, deseaba que al pasar de un
hecho o, por lo menos, de una cosa viva, real y tangible, a algo subjetivo y
muy personal, quedaran al descubierto los motivos que impulsaban al yo a
insuflarle unos propósitos más densos a las repetidas vueltas que daba el
mundo. Deseaba, además de todo eso, la exaltación y emoción de un adagio con el
fin de aliviar, a partir de lo solemne, lento, pesaroso, y sin embargo variado
de tono, los sentimientos del lector respecto a la determinación del personaje
(tan suyo como para que la circunspecta tercera persona hubiera acabado
expresándose a través de la ronca garganta de la primera), de ir hasta el
final, y todo lo que oía eran jadeos de corto aliento y un infernal derroche de
caóticas estridencias. Metales, címbalos, instrumentos de madera, instrumentos
de viento, el pulso vivo de la sección de cuerdas: escalas rotas de niños sin
ganas de seguir ejercitándose”.
“Los detalles, ¿qué
son los detalles?, me pregunto y me respondo, son nada más y nada menos que el
propio ser haciendo su aparición en el todo. Aunque la belleza sea inasible,
aunque no dure y no pueda durar (nada perdura en el corazón del todo) subsiste
al tacto, al olfato, a los ojos (puesto que todo en su entorno cristaliza en
imágenes). Subsiste y en cuanto subsiste es evocable. De ahí su tristeza, su
penetrante y ruinosa tristeza, como la fuga del tiempo en el venir de lejos de
una vieja fragancia depositada en un pañuelo (como cenizas en una vasija
funeraria). La belleza es como un lente grande aplicado a una cosa pequeña,
como un lente grande desplazándose sobre una cosa pequeña envuelta en el
conjunto del que se desgaja, pero del que es inseparable. ¿Tiene autonomía? No
la tiene. O solo la tiene por un instante. En la figura de su aparecer. Estas
no son más que paráfrasis, apostillas, glosa a una experiencia directa,
inefable como tal.”
Del libro Lluvia.
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