John
Cage (1912-1992) fue uno de los artistas más importantes que tuvo la llamada Neovanguardia
desarrollada en Estados Unidos durante los años cincuenta y sesenta. Sus
reflexiones y consecuentes productos artísticos condujeron a Cage a una
evidente separación con los postulados estéticos que se defendían para la fecha,
un arte puro donde la apología por el plano y el rechazo a la ilusión eran
rasgos capitales de esas premisas. Uno
de los episodios más ruidosos con respecto al silente canon del arte de aquel
momento fue el primer Happenning desarrollado en el Black Mountain Collage
(1952) donde Cage abría las puertas a una nueva forma de encarar el arte y,
sobre todo, proyectaba rasgos del arte venidero. Recordar ese primer Happening
es retomar aquellas preocupaciones de unir arte y vida y advertir un legado que
aún hoy día se mueve.
“los espectadores estaban
sentados en cuatro secciones triangulares isométricas, los vértices de las
cuales estaban en contacto con una pequeña área cuadrada de ejecución frente a
ellos […] Las actividades eran dispares, danza de Merce Cunningham, la
exposición de pinturas de Rauschenberg, la lectura de poemas por Charles Olsen
o los de M. Richards desde lo alto de una escalera fuera del auditorio, David
Tudor tocando el piano, mi propia lectura de una conferencia que incluía
silencios desde lo alto de una escalera fuera del auditorio” (Cage, 1999, p.42)
Cage
buscaba hacer de arte y vida sinónimos, unidad y hermandad, por consiguiente su
visión del arte incluyó una buena dosis de azar y accidentes incontrolados que
son rasgos inequívocos de la vida diaria. La propuesta del artista era crear un
evento con acciones espontaneas donde el artista y el público fueran parte de
la obra y no hubiese ninguna forma de fisura o intermediario, es decir, desarrollar
la concepción y la construcción de “obra abierta”, “obra total”. El mismo autor
la explicó como “evento teatral sin trama con una actitud interdisciplinaria,
espontánea, improvisada. No es un simulacro, no es teatro lo que va a suceder,
es algo real en el aquí y ahora”.
Cage
se vale de ciertos elementos desarrollados por los movimientos de vanguardia de
principio del siglo XX para ejecutar su propuesta. Estas correspondencias las
encontramos en las veladas futuristas (1910) que apostaban por el abandono del
tono discursivo, la coherencia lógica y del pasado en pro del lenguaje
agresivo, el gesto impactante, la paradoja, la hipérbole y la velocidad. Por
otra parte, y también bajo este ánimo de ruptura, el movimiento Dadá (1917) que enarbolaba la bandera del
anti-arte hicieron de sus actos puntos de referencia para los posteriores
happening donde la violencia, la estridencia, la burla y destrucción, los
escándalos y rebeldía formaban una naturaleza antagónica a la razón y la
tradición, junto con la presentación de varios géneros artísticos
simultáneamente les permitió sentar base para un arte futuro. De la misma forma
la escuela dirigida por Walter Gropius (1919) llamada la Bauhaus aparecen
eventos como el Ballet Triádico de Oskar Schlemmer donde se “intenta integrar en un solo lenguaje la
música, el vestuario y la danza […] se vale de técnicas cabaretescas y de music
hall así como del teatro de marionetas” o el movimiento Surrealista (1924)
comandado por André Bretón y su contundente negación de la lógica vendría a
colación en los posteriores Happenning, permomances o arte corporal.
De
igual forma la simpatía que tenía el artista por el budismo Zen quizás pueda
iluminar la relación que tenía con el arte. “el sabor del Zen proviene para mí de la mezcla de humor, intransigencia
y desapego. Me hace pensar en Marcel Duchamp,
aunque en su caso deberíamos añadir lo erótico” (Cage, 1999, p. 42).
Despertar a la realidad por medio de
la atención propone el budismo, despertar a la realidad también propuso Cage
con su arte estando atento a los esquemas de la vida llenos de espontaneidad,
azar y su contundente naturaleza efímera.
Como
músico, Cage ya había alcanzado renombre al crear una obra sonora donde el azar
de los tonos junto al ruido serán los protagonistas de sus composiciones. Esta
manera de hacer música devenía de las reflexiones por parte de Cage que
apuntaban hacía la “obra abierta”, es decir señalaba que la música tenia que
abrirse a la vida y que el artista debía apartarse para que el azar dictara lo
que se tenía que realizar. “Liberarse de
la tonalidad, que había dominado la música durante siglos” y escuchar y
someterse a las reglas de la vida para hacer arte con esto.
En
definitiva, lo que comenzó siendo experimentos musicales, luego comportamiento
personal y posteriormente experimentos con el arte dejo una huella profunda en
la historia del arte occidental. Este
ejemplo de vivencia de la obra de arte la va seguir inmediatamente Allan Kaprow
quién le asigna el nombre de Happening. Pero este evento daría pie a otras
manifestaciones artísticas como el Fluxus
(1962) cuyo propósito era integrarse en el fluir desbordado de la realidad con
una despersonalización del arte y los artistas. De aquí salen artistas de la
talla de George Maciunas, Benjamin Patterson, Robert Withman, Nam June Paik,
Yoko Ono, Joseph Beuys, George Brecht, Bazon Brock, Jim Dine, Red Grooms, Al
Hansen, Roy Lichtenstein, Youri Messen-Jaschin, Marta Minujin, Claes Oldenburg,
Robert Rauschenberg, Wolf Vostell. Sin olvidar la influencia en otras latitudes
como el caso de los venezolanos: Antonieta Sosa, Pedro Terán, Diego Barboza,
Roberto Obregón para nombrar sólo algunos que empezaron con este nuevo arte y
su particular manera de acercar la realidad a partir del quiebre de la misma.
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