En
Mérida, Venezuela, existe la iniciativa desde el año 2005 en el marco del
Festival del cine venezolano de propagar y otorgarle más fuerza a un proyecto
cinematográfico que busca construir películas con los mínimos recursos en lo técnico
o presupuestario. La voz central que
promueve este movimiento es el cineasta Alberto Arvelo quién enfatiza la
motivación, que viene con esta propuesta, a aquellos realizadores que cuentan
con lo mínimo y esencial al momento de rodar una película: una historia y una
cámara. Depurar este medio del canon y el artificio al que nos hemos
acostumbrado (Hollywood) es una premisa, un rasgo capital y, sobre todo, un
reto. La creatividad surge entonces como la herramienta fundamental y el aporte
para el séptimo arte, convirtiéndose así en una vía para llegar a la realidad,
condensarla y ficcionarla en breves segundos.
Ahora
bien, este proyecto ancla sus raíces en dos movimientos predecesores que
dejaron obvia huella en la historia del cine. Tal es el caso de la Nouvelle Vague (Nueva ola), movimiento
surgido en Francia hacia finales de la década de los 50 del siglo XX en manos
de François Truffaut, Jean-Luc Godard, Jacques Rivette, Eric Rohmer y Claude
Chabrol que proponían un camino distinto al que gozaba el cine de aquel país en
aquella época. Esa intención se puede reducir a dos frases: libertad de
expresión y libertad técnica. Con ellas retratarían la realidad, a su modo,
obviamente: rodajes en exteriores e interiores naturales, con “cámara al
hombro”, tomas largas, forma despreocupada y una duración de rodaje que se
reduce a unas pocas semanas. La técnica perdía protagonismo, el equipo también:
reducido, sin estrellas importantes y con una interpretación improvisada por
actores jóvenes. El efecto más plausible de esta ola fue la consolidación de lo
que se ha llamado cine de autor y al
peso artístico que tiene el medio.
Pero
quizás el movimiento más próximo al perfil del cine átomo sea el Dogma 95. Un movimiento fílmico
desarrollado en Dinamarca a manos de los directores Lars von Trier, Thomas
Vinterberg, Kristian Levring y Soren Kragh-Jacobsen que buscaban producir
películas simples sin ninguna modificación en la post-producción. Para esto se
valieron del citadísimo manifiesto Voto
de castidad. Este documento dejaba
claro la postura antihollywoodense y también una nueva forma de hacer cine, de
reinventarlo y de resucitarlo de su letargo burgués a fin de establecer la
pureza del mismo, lejos de tanto artificio que, para estos directores, estaba
de sobra. Ambos movimientos, en sus debidos momentos, consiguieron las miradas
y los comentarios del público y los especialistas; pero ambas se fueron
desgastando por sus limitaciones dogmaticas, no sin antes demostrar lo
significativo de la crítica como base y la creatividad artística como arma.
El
eco de aquellas propuestas, con sus obvias y marcadas diferencias, las podemos
ver en el proyecto Cine Átomo. La palabra
que los une es el quiebre y la polémica uno de sus efectos. A pesar de ello, el
respaldo de jóvenes realizadores se comprobó en su primera entrega (2007) pues
a fin de cuentas esa es una de las metas de la propuesta: incentivar a la
realización de un cine alternativo. Mirando un poco atrás, como antecedente más
cercano, encontramos el ejemplo y la demostración más conocida de esta teoría en la película Habana Havana de Alberto Arvelo, su modo de escritura concuerdan
armónicamente con los postulados del cine átomo, también su área técnica: un
sonidista, un director de fotografía, el director y los actores. Eso es reducir
costos y conseguir cine, aunque el contenido prevalezca sobre la forma. Algo similar sucede con la polémica película Azotes
de barrio de Jackson Gutiérrez, una producción, que acepta el calificativo
de artesanal, buscando exponer el tema de la violencia en los barrios
caraqueños. Es obvio que la forma tosca pierde prontitud en desmedro del
contenido, que, por cierto, se esmera en ser lo más próximo a lo que conocemos
como realidad. Los actores y realizadores lo constituye la misma gente de la
comunidad que desconocen totalmente el mundo del cine y sus artimañas. Sin
embargo, no fue obstáculo para crear una obra, para unos un bodrio, para otros
un ejemplo de enviar un mensaje, sin tantas demostraciones tecnológicas y de
grandes producciones, creando sobre todo comentarios y discusiones sobre el
cine y sus posibilidades estéticas.
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