Si
bien la modernidad había dado esperanza, algunas respuestas y varias promesas
para un futuro enmarcado bajo la aventura, el progreso, la transformación, el
crecimiento y hasta la alegría su encanto fue mermando ante la falta de hechos.
Esa emancipación y bienestar al que aspiraba este proyecto fue entrando en
crisis en un ambiente de posguerra que vivía Norteamérica y Europa en la década
de los sesenta del siglo XX. Un ejemplo de esta crisis se reflejó
considerablemente en el arte, ver como los artistas caminaban por otras sendas
puede explicar este cambio de mentalidad
que los teóricos han llamado posmodernidad.
Ahora
bien, la posmodernidad es un término que no sólo abarca el área artística, sino
que también se extiende al ámbito literario, filosófico y cultural en general.
Todos estos sectores se unen por medio de aquella idea basada en el fracaso de
la modernidad y en su intento de renovación radical de muchas áreas de la
sociedad.
Teóricamente
la etapa posmoderna posee diversidad de miradas, de allí que no exista un sólo
concepto que la defina o la límite. Sin embargo, por medio de rasgos o
características recurrentes se puede construir el cuerpo posmoderno en su
generalidad. En este sentido, podemos mencionar pistas para su dibujo como el
desencanto del proyecto moderno; aunque este punto tampoco abarca un rechazo
total sino una continuidad “Con seguridad
forma parte de lo moderno […] no es el fin del modernismo sino su estado
naciente, y ese estado es constante” (Lyotard, p. 23). También lo podemos ubicar por su
contexto, dentro de la sociedad postindustrial
desarrollada en países con capitalismo avanzado donde la tecnología es
pieza fundamental de la sociedad y el consumo un rasgo evidente. Asimismo
coloca en tela de juicio aquella forma de pensar evolutiva; es decir aquella
apuesta sólo por la innovación y el rechazo a lo tradicional. Quizá la frase
más adecuada para esto sea la muerte de los metarrelatos:
son aquellos que han
marcado la modernidad: emancipación progresiva de la razón y de la libertad,
emancipación progresiva o catastrófica del trabajo (fuente de valor alienado en
el capitalismo), enriquecimiento de toda la humanidad a través del progreso de
la tecnociencia capitalista, e incluso, salvación de las criaturas por medio de
la conversión de las almas vía el relato crístico del amor mártir. (Lyotard, p.
29)
Añadimos
a esto otros grandes proyectos que engrosaban las filas de las promesas a
cumplir como la propuesta por el capitalismo: la felicidad gracias a la
riqueza, o la “resolución definitiva de
los problemas mediante la maximación de la información” (Welsch, p. 37).La posmodernidad también apunta a favor
de la diversidad cultural en detrimento de aquella limitación etnocéntrica y
meramente europea tan característica del pensamiento moderno. De allí que se
defienda la hibridación, la cultura
popular, el descentramiento de la autoridad intelectual y científica.
Los
pensadores más destacados de las corrientes posmodernas son Gilles Deleuze,
Jean Baudrillard, Jean-François Lyotard, Jacques Lacan, Michel Foucault, Gianni
Vattimo, Jacques Derrida, Gilles Lipovetsky, Slavoj Zizek, Alan Badiou, entre
otros.
Ahora
bien, entrada esta nueva etapa histórica que Lyotard ha llamado “un estado del alma o, mejor, del espíritu”
(Welsch, p. 36) el arte va a servir de referente para revisar parte de la
mentalidad que se viene gestando. La transformación va a llegar a la obra de
arte con todas las consecuencias que esto implica. Esto se puede rastrear desde
la década de los años sesenta principalmente en Europa y Estados Unidos con la
aparición de lo que se ha llamado Neovanguardias.
En
una sociedad de posguerra y bajo un desencanto por el no cumplimiento de la
felicidad y el progreso van apareciendo posturas estéticas que son ecos de ese
cuestionamiento. Es así como se va gestando este camino contestatario y
reaccionario con el Arte Pop (1950) que pretendía
acerca la vida cotidiana a la esfera del
arte. Volver estética la vida misma parecía su norte. Sigue posteriormente el
Neodadá y el Assemblage (1960) que miraron de igual manera la sociedad de
consumo norteamericana que se gestaba en aquella época de posguerra. Los
objetos usados de aquella sociedad hablaban del tipo de cultura. Extraer esos
objetos y conducirlos al museo daban la sensación de llevar la realidad misma
al templo del arte. Con misiones similares (de ruptura y conciencia crítica)
van apareciendo modalidades artísticas dispuestas a formar una nueva concepción
en la década de los sesenta: El Happening, Fluxus, el Arte Minimal, el Arte de la Tierra , el arte del cuerpo
y el arte Povera.
Bajo
esta atmósfera de recuperar formas radicales de ruptura contrarias al arte
establecido se retornan a ideas como las planteadas por Duchamp y las esbozadas
por las vanguardias de principio de siglo XX, solo que ahora bajo otro contexto
y otra significación. Sin embargo, como lo señala Baudrillard esta etapa
posmoderna anda después del momento explosivo de la modernidad, es decir, de la
libertad política, sexual, femenina, estética, etc. Una etapa que en todo caso
sería la simulación de otra liberación ( p.9)
Quizá
el rasgo común a estos movimiento es el cambio de formato (de una manera radical)
para hacer arte. Desde productos del consumo masivo pasando por la utilización
de la basura hasta el cuerpo como soporte de la obra de arte. Obviamente este
fenómeno traerá consigo el inevitable cambio de
imagen del artista pues su papel se ve influenciado por el pensamiento
posmoderno. Es así como la obra de arte paulatinamente vive su
desmaterialización al someterse a otras miradas.
Un
ejemplo de esta desmaterialización es la utilización del cuerpo como soporte y
lenguaje de la obra de arte. El antecedente más inmediato a estas propuestas
recaen en los movimientos del Happening en manos de John Cage y posteriormente el Fluxus comandado por
George Maciunas. Teóricamente y explicado por Lyotard entraríamos en una
estética “que alega lo impresentable en
lo moderno y en la presentación misma; aquello que se niega a la consolidación
de las formas bellas […] aquello que indaga por presentaciones nuevas, no para
gozar de ellas sino para hacer sentir mejor que hay algo que es impresentable”
( p. 25).
Si
bien los movimientos artísticos predecesores exponían abiertamente sus ideas
esperando desafiar el orden reinante, nuevos horizontes comienzan a
contemplarse en esta década que empujan al arte hacia una nueva crítica y
conciencia social. El cuerpo inesperadamente surge como sucesor del lienzo o
del material artístico conocido y se torna el elemento liberador, catártico y
puesto al servicio de experimentaciones creativas. Uno de los ejemplos de esta
idea la encarna el movimiento conocido como Los
Accionistas vieneses.
Herederos de la performance y el Happening este
grupo surgió igualmente como contrapartida de la creciente industrialización y
mediatización de la vida cotidiana. Frente a la industrialización, se intentaba
rescatar la creación, la vida, el cuerpo y la naturaleza; frente a la
mediatización, se buscaba recuperar la inmediatez de los actos y las conductas
humanas. Para lograr esto Los accionistas utilizaron el cuerpo, el ritual y la
violencia. Entre sus principales representantes se encuentran
Günter Brus, Otto Mühl, Hermann Nitsch y Rudolf Schwarzkogler, que
desarrollaron la mayor parte de sus actividades accionistas desde 1960 a 1971.
Para
entender estas posturas es bueno recordar las ideas de Francois Pluchart quien
señalaba en su primer manifiesto (1970) “El
cuerpo se presentaba como la vía de liberación del arte de sus antiguas
servidumbres, volviéndolo en instrumento de acción social y en arma de combate”. Desde aquí nace la
denuncia social, sexual, política encarnando todas esas heridas y mutilaciones
que la colectividad hace con su cuerpo social. Pero no sólo es denuncia,
también muestra ese daño como medio de purificación y catarsis, al igual que
revela la condición alienante de la sociedad posmoderna.
La violencia,
los rituales sacrificales, la experimentación con el peligro y la destrucción
se vuelven formas de rebelión contra las convenciones sociales y de poder. Todo
un acto que simulaba de manera peculiar
un oficio religioso mostrando muchas de las frustraciones humanas “supuestamente ejemplificando la noción de
Aristóteles de la catarsis a través del miedo, el terror y la compasión” (Goldberg, 1996, p. 163). Bajo este marco
aparece la figura de uno de esos accionistas: Rudolf Schwarzkogler.
Nacido
en Austria en 1940 y fallecido en 1969 este accionista es parte de esa onda expansiva que significó el
accionismo vienés. Los accionistas, hijos de la vanguardia; transgresores como
sus padres, usaron el cuerpo como discurso de expresión. El cuerpo violentado, el cuerpo intervenido, el cuerpo que es
sometido a flagelación. Fluido lacerante, piel rota y abierta. Sangre,
excremento, mutilación; oda escatológica. El cuerpo se convierte en la primera
persona de la manifestación artística según la mirada quirúrgica de los accionistas.
Todo es en vivo,
el cuerpo que irrumpe, que transgrede; el cuerpo expuesto a filosas hojas
de afeitar, la piel sustituyendo a la tela; la sangre haciendo las veces de un
óleo que para estos artistas ya no es necesario. El cuerpo hendido, el cuerpo que se abre para mostrar
excrecencias. El cuerpo sustituye a la obra de arte. La obra
de arte se convierte en un elemento transitorio, perecedero; tan fugaz como un
perfomance.
Su propuesta es transgresora, pero sobre todo,
agresora. El agredido es el cuerpo, a su vez que es el centro motor de esta
propuesta artística vienesa. La acción más citada es la numero 3 S/T realizada
en 1965. Teresa Aguilar García la señala como “la desconexión del sujeto con la naturaleza, en ambientes hospitalarios
y quirúrgicos que denuncian la ciencia como cercenadora de la libertad del
cuerpo. Los actores que interpretan sus acciones llevan el rostro vendado,
sugiriendo la ausencia de identidad” (2008, p.6).
Indudablemente la acción suplanta la representación y
esto es un desplazamiento de la obra de arte. Tampoco existe la figura del
genio, de la aventura, de la ilusión, el intento de alcanzar una forma ideal,
la comercialización, etc. Quizá habrá que escuchar las palabra de
Baudrillard sobre el arte contemporáneo
“como un conjunto ritual para uso ritual,
sin más consideración que su función antropológica, y sin referencia a ningún
juicio estético” ( p. 24)
Duchamp introdujo el urinario en la galería. Con el
accionismo vienés ya no el urinario de Duchamp, ahora el pene de Schwarzkogler.
Pues la acción culmina con la amputación del pene del artista. El pene rebanado
bajo un simulacro artístico. Grotesco y
abyecto, cuerpo que habla desde el dolor. Los irreverentes y escatológicos
accionistas vienes hicieron de sus propuestas y de sus vidas un perfomance
suicida.
Estas
manifestaciones artísticas demuestran que la importancia del objeto construido
va perdiendo fuerza en comparación con las ideas que posea el artista. Esto va
dando forma a lo que posteriormente será llamado Arte Conceptual. Así las obras
comienzan a ser vistas como procesos en
las cuales los métodos tradicionales y sus materiales no funcionan, de allí que
aparezca esa desmaterialización en la obra con tal de llenar el vacío que se estaba
produciendo. La idea de Schwarzkogler era vivenciar esa violencia y mostrarla a
fin de despertar los sentidos de los espectadores.
Estas
tendencias artísticas, igual que en el pasado, llevan consigo un mensaje, una
idea, un concepto, o una critica solo que ahora el mensaje se transmite de
manera mas directa, especialmente cuando el medio comunicante es el cuerpo.
Creador y creación se unen en un mismo momento
ante terceros sin la interferencia del objeto que otrora estaba en el arte
creando una evidente separación.
Este
desplazamiento hacía otra áreas que anteriormente se consideraban ajenas al
arte han dado una nueva posibilidad de “crear”. La obra de arte ahora más que
nunca se ha empapado en cada rincón de la vida dándole apertura temática y
abriendo infinitas posibilidades de construirla con la diversidad de materiales
que cuenta las distintas actividades humanas. “se habla de desmaterialización del arte, de toda una estética de la
transparencia, de la desaparición y de la desencarnación, pero en realidad es
la estética la que se ha materializado en todas partes bajo forma operacional”
(Baudrillard, p.22)
Lo
que empezó como protesta hacía el confinamiento que llevaba las ideas modernas
en el arte ha traído efectos considerables para esta rama del conocimiento pues
las posibilidades para trabajar son numerosas, pero igualmente los problemas.
“Todo Vale” como consigna posmoderna puede ser una herramienta en contra si
esos experimentos no cuentan con argumentos sólidos y apropiados para que le
den el carácter de obra artística.
A
partir de aquí es difícil hablar hoy día de un solo movimiento que lleve la
batuta en el arte, muchos de ellos sin temor se rozan y se mezclan confirmando
lo del pastiche en la posmodernidad sin renunciar paralelamente a movimientos
del pasado que se creían superados. Ver esto es comprender como funciona la
sociedad hoy día, cada vez más entrecruzada que demanda una mirada integral y
completa sobre cualquier suceso.
Estas
nuevas propuestas también han expandido el mundo de los significados. Por tal
razón es que se puede mirar el cuerpo como metáfora del poder o de la sociedad
o también como cuestionamiento de patrones establecidos contradiciendo esos
arquetipos que promocionan los medios de comunicación. No hay que olvidar lo
que hizo Schwarzkogler quien llegó lejos con sus prácticas masoquistas al
amputar centímetro a centímetro su pene mientras un fotógrafo registro este
evento. La veracidad de este hecho, sin embargo genera disputas entre los
estudiosos. Esto también nos enlaza con otro rasgo de la cultura posmoderna que
bien la explica Baudrillard “lo que
estamos presenciando más allá del materialismo mercantil es una semiurgia de
todas las cosas a través de la publicidad, los media, las imágenes. Hasta lo
más marginal y lo más banal, incluso lo más obsceno, se estetiza, se
culturaliza, se museifica” (p.22)
Por
otro lado, el mirar estos procesos artísticos inevitablemente conduce a la
pregunta de por qué se realizan bajo la forma que lo hacen. Tal sed de
respuesta nos lleva al conocimiento de una sociedad cada vez más compleja por
medio del arte, pues el arte es otra forma de conocimiento. Si bien son rasgos
propios de una nación y de una época en específica ciertos rasgos se rescatan y
pueden verse fácilmente en nuestras tierras. Sin embargo, hay diferencias considerables,
pues hablar de posmodernidad en un país como Venezuela implica una diferencia
con los procesos sociales que vive. Igualmente en el campo del arte, los temas
y las intenciones pueden, a primera vista, no sintonizarse con lineamientos
extranjeros, pero es otra historia particular que busca ser analizada.
BIBLIOGRAFÍA
Baudrillard, Jean. (s/f): La
transparencia del mal. Barcelona. Anagrama.
Baudrillard, Jean y otros
(s/f): La
Posmodernidad. Barcelona. Kairos.
GOLDBERG, Roselee
(1996) Perfomance Arte, Barcelona,
Destino, p.p. 126-28
GLUSBERG,
Jorge (1979) El arte de la perfomance,
New York, Gaglianone p. 133.
Lyotard, Francois-Jean. (s/f): La Posmodernidad
(Explicada a los niños) s/p. Serie Cladema
No hay comentarios.:
Publicar un comentario