El
primer poema del libro Pájaro de cuero
negro Poemas de Islandia Gadzeg (Caracas: Fundación Centro de Estudios
Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 2004) de Jorge
Vessel es fundacional, nombra a otro mundo y lo pone en movimiento, el
autor sabe que la creación poética implica rebeldía, comulgar con una violencia
que ataque el lenguaje y llegue a tensarlo hasta que traspase sus limites
utilitarios, sus más cercanos referentes. Lo indecible se habla en ese idioma.
Lo que se esconde tras las máscaras que ven los sentidos se vislumbra por medio
de un lenguaje alterado de su cotidianidad. Entre los efectos de ese trastorno
entre significados y palabras cuenta el de enrarecer los nombres y por
extensión el mundo para que emerja otro cosmos, pero sin romper lazos definitivos
con aquel universo que se hunde en la bruma de un lenguaje otro. Bajo este horizonte inicia Vessel Pájaro de cuero negro…
“Génesis
El
día en que nací
el
cielo cayó roto
sobre
la tierra helada
el
viento reto al mar
y
la marea estalló en olas
la
herida del volcán
sangró
roja y ardiente
los
manantiales hirvieron
en
la boca de las piedras
el
día que nací
una
isla nueva
emergió
del fiero azul” (p. 5)
Vessel
nos trae una realidad ancestral y vecina a un tiempo sobre la cual opera, el
cimiento donde se asienta una temática que no rehúsa las constantes
preocupaciones de la poesía, por ejemplo, el eterno motivo y motor del mundo
“el amor llegará / para convertir / esta tela en araña” (p. 11). Funda otro
universo, se va a otro escenario, pero las carencias, angustias o alegrías pertenecen
a una realidad más repetida y nombrada a diario. En la esencia de cualquier
mundo está la naturaleza humana, sus vaivenes y contradicciones. El libro en su
totalidad condensa ambos mundos de manera armónica en un nuevo cuerpo, bajo un
inédito aire “En una mano llevo la isla / en la otra, un pájaro de cuero negro”
(p. 8).
El
hablante poético usa un tono intuitivo, vislumbra su origen y también su
destino, va de su nacimiento hasta un punto que puede emparentarse a uno de los
títulos de sus textos: “adiós a la isla”. En cierto sentido es un libro que
obedece a cierta linealidad, de un punto de partida a una meta, pero como todo
viaje en su camino hay pequeñas historias que quieren ser vistas “El día
señalado / me vestí de sangre / y sembré la noche roja / en sus corazones” (p.
23).
El
libro gira en torno a una imagen: una nueva isla, un solitario pedazo de tierra
que emerge cuando la voz poética se vislumbra a si misma en medio de un mar
oscuro. Es un producto insular en distintas versiones, la voz que lo nombra y
la imagen total que se deja colocar las palabras del poeta, de allí que también
lo acompañe voces de otras islas: Pizarnik, Plath, Lispector, entre otras que
tiene cabida en este universo donde “Pronto pondré los pies / en la tierra / y
abriré el aire / con el llanto de mi flauta” (p. 6). Es la tierra que celebra
la lógica de la imaginación, los sonidos de las visiones abordados bajo un
lenguaje mesurado, de estructura tradicional, alejadas de quiebres lingüísticos
o experimentos en ámbitos sintácticos. Desde luego el lenguaje anda estremecido
por aquello que quiere contar, un temblor traducido en crear imágenes y enlazarlas con música. A la par que
aparece otro mundo que el hablante poético hace visible se erige un lenguaje
cargado de imágenes, como un árbol y sus visibles y vivos productos. En última
instancia, es parte del sentido de pintar otra tierra hacer visible sus
árboles, sus sombras y sus frutos.
Guerrera
Pensaron
que escupiría fuego
y
soplaría las cenizas de mi cadáver
Que
mis montañas y volcanes
dormirían
por su conquista
El
día señalado
me
vestí de sangre
y
sembré la noche roja
en
sus corazones
Tomé
las armas divinas
que
el Padre había dispuesto
y
los esperé tras el valle
cuando
la luna se apagó
Que
sepan que fue esta mujer
quien
los envió a las hijas de Ran
Que
sepan que fui yo
quien
los condenó a la errancia
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Sé lo que hacen
los
chicos
cuando
el sol tropieza la cortina
y
las luces bajan lentas
tortugas celestes
cuando
el silencio estorba
en
la habitación
y
los muros despliegan
sus
bocas gigantes
Ellos
entierran máscaras
en
las sombras
abren
los brazos conteniendo
el
tesoro
que
brilla en la carne
que
arde bajo la ropa
Piden
un deseo
y
pasan el seguro de la puerta
ocultos
a
salvo
de
la noche pelirroja
Ellos
lamen sus heridas
drenan la sangre
hacen oficio de su libertad
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