Autores
como Michel Foucault, Félix Guattari o Gilles Delauze a pesar de sus propuestas
diferenciadas fueron capaces cada uno a su modo de abrir nuevos caminos en el campo del
pensamiento hasta el punto de pertenecer de alguna manera a la misma familia y compartir el
terreno donde se va a desplegar sus aporte teóricos: la Posmodernidad. Estos autores participan
en una hermandad venida en dos instantes; primeramente, al formar parte de los
albores del complejo mecanismo de la teoría posmoderna y, en segundo lugar, al enfatizar
su mirada en lo mínimo, lo cotidiano, lo marginal, todo aquello que los grandes
discursos tan típicos del proyecto moderno dejaron de lado por su ambición
universal. El resultado de aquella fijación por estos autores era confirmar lo
que se intuía: la diversidad del mundo. Mirar lo particular para entender lo
macro, verificar parte de sus cimientos y también las ataduras que edifican,
por ejemplo, la sociedad.
La
esfera privada era visible y adquiría un valor inusitado, un centro resucitado
en la década de los sesentas del pasado siglo XX que marcaría una línea de estudio hoy conocida
como lo Micropolítico. La novela de Juan
Pizzani, Visita guiada (Caracas:
Fundación editorial el perro y la rana, 2007), tres décadas después de aquellas
primeras apologías sobre lo mínimo parecen encarnar esas miradas. Su radio de
acción no es abstracto ni totalizante, se centra en un sujeto particular
enmarcado en una realidad concreta. La dimensión de esta obra se extiende en lo
íntimo, ratificando por su misma condición su particularidad y por ende su
forma de contribuir a la heterogeneidad, en sus más diversos aspectos, del
mundo. Pizzani habla tangencialmente de
la imposibilidad de encerrar el universo que nos rodea bajo un mismo color, por
cierto, impuesto por necesidades de un varón blanco, europeo, heterosexual y
machista. El autor no destila esas pretensiones, les da la espalda con humor.
Pizzani
en su rol de guía nos lleva por tres salas: el recuerdo familiar, el arte y la
sexualidad. Las tres bases que conforman la arquitectura de la novela que, por
el tipo de escritura que le da vida, colinda con el cuento breve y el diario.
Algunas de sus hojas parecen sólo fragmentos, inicios de una historia más
larga, textos corroídos por cierta ambigüedad dejando a la imaginación material
para que pueda jugar y continuar con aquello que se sugiere, pero siempre fiel
en mantener una continuidad de una página a otra:
“Muy
tarde en la madrugada, papá me sacó del quinto sueño alzándome, dándome abrazos
de oso y gritándome: “¡A usted nadie va a ponerle un dedo encima, hijo mío!
¡Porque yo soy el más hijo e´puta de este mundo! ¿Me escuchas? ¡El más hijo
e´puta!” (p.27)
Es
manifiesto la presencia de las figuras de la abuela, la madre y el padre, en
especial éste último a quién nombra con frecuencia en las dos partes que
dividen el libro: Infancia y Adolescencia. Etapas de preguntas,
sueños, dificultades y descubrimiento que ven repaso en la escritura de
Pizzani. Es la perspectiva de la voz que narra en comparación con la mirada de
su núcleo familiar. “Bueno, ¿y ustedes qué van hacer cuando sean adultos? (…)
“Yo artista”. Le contesto a mi tía y me reclama que cómo es eso, que si quiero
terminar todo sucio y muerto de hambre, con la ropa rota, vendiendo collarcitos
y porquerías en la plaza de los museos” (p. 32)
El
arte es otro componente fundamental de su temática, una constante. Hay textos
que se mantienen en pie porque describen una obra visual. Esto también es registro,
en tanto que las obras mencionadas generalmente son de carácter efímero y
aceptan esa etiqueta de “contemporáneo”. El Vídeo Arte, el Perfomance o la
Instalación se juntan con sus recuerdos familiares, son parte de un solo cuerpo
que se alienta en el pasado. La escritura animada por las artes visuales y,
también, la eterna relación entre imagen, entendida como obra artística, y su conexión con la memoria.
La
voz que habla con naturalidad, que se apoya en la oralidad y el lenguaje
cotidiano también hace sitio a otra de sus constantes: la sexualidad. Muchas de
sus páginas parecen contestar a la vivencia de su inclinación sexual, desde una
angustia que se deja ver hasta los dramas típicos de la vida en pareja:
“Yo
era dos años menor que Mario y no había cumplido los trece todavía. Amanecimos
una mañana en su casa pero no habíamos dormido en su cuarto. Habíamos cerrado
la puerta del estudio. Le dije a Mario que jugáramos a la casita, que
hiciéramos con las sábanas el techo y que yo sería la mamá y él sería el papá.
Yo le dije que la cosa era mejor sin quitarse la pijama porque podía darnos
SIDA. Sin que hubiéramos dicho nada a nadie, nos fue prohibido quedarnos a
dormir juntos otra vez” (p.36)
Así
se forma su geografía sentimental, el testimonio de la ironía y del humor, pero
también de la ausencia, del amor y desamor. El autor comprime todo ese universo
particular en pocas líneas, dibuja el esbozo de su mundo. El recuerdo es su
fundamento, alarga sus brazos al pasado para revelarse y crearse a un tiempo. Rompe
el precario caparazón de los paradigmas culturales al darle valor a una voz que
habla desde una realidad rodeada de una idiosincrasia particular, bajo la
tutela de una familia con sus propias distinciones y desde la sensibilidad
homosexual con sus dramas y vaivenes. Sin embargo, ese rincón único de donde
sale la voz narradora de alguna manera es comprensible, legible, familiar en
algún punto. Es el mundo diverso y a la vez cercano lo que aquí acontece.
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“Lo
que tenemos que hacer primero es salir a montar a caballo juntos y darle a él
una montura de mujer y si le llegara a gustar cuando se le encaje la silla en
el culo ya está jodido. De todas formas, por la noche le sacamos las Playboy y después de verlas mandamos a
todos a bajarse los pantalones para saber quién lo tiene parado y quién no”.
Era el plan que mi mejor amigo preparaba para mí.
Apología
Así como nadie
evita dar la primera vuelta al parque
y medir con vértigo
en sus columpios
la urgencia del
oficio,
así me asfixió el
claustro
que ahora me
prodiga
Ahora
puedo ver un poco más.
Puedo
ver que las profundas raíces de la boasting*
bebían
de esa agua, se nutrían
de
los muchos sacados y vueltos a poner. Prestados,
seguro
alguno que otro se olvidó dónde vivía.
Te
juro que el hechizo de los imbéciles
alejaba
a la peste
la
peste que emanaba de esas ofensas.
Ahora
puedo ver por fin un poco más y correr espantado,
como
la liebre del canódromo, huir a pasos agigantados de mi
propia
boasting.
Debo
volver, el afiche que ahora soy, también quién soy detrás
de
él, hasta tu paz.
De
tu paz también sé que no debo molestarte, no con todo esto.
Pesaba
en las miradas de cada uno de los habitantes de tu mo-
rada,
tenían
que observar a boasting huir de si
misma, de su casa y
coegio.
Boasting
no encontraría la paz hasta tener una profundidad conver-
sación
a la edad de los 18 con tu padre
y luego bailar en público hasta
perder el sentido,
ansiosa
la madre gritando desde lejos.
Tantos
oprobios hice yo,
las
veces que hurgaba las agallas de tu despensa
y
mi ojo nervioso se calmara con una de sus vísceras
Ahora
debo apartarme.
Como
conjunción astral mis amigos ya se han dado la vuelta
sólo
puedo correr esta carrera, tan apurada,
que
si me alcanzan me enseñarán a servir el té gateando
con
la bandeja a mis espaldas y trenzas de papel cubriendo la
desnudez.
Sólo
si me salvo tendrán algún sentido, por haberme motivado
a
correr,
estas
emanaciones de las que huyo hoy página tras página.
No
tienes que sonreírme en público.
No
tienes que perder tu tiempo en dolorosas ideas de mi boas-
ting.
Tengo
mejores planes para mí mismo.
*Boasting:
voz inglesa, significa “jactancia” o “vanagloria”.
No soy experto en literatura, pero ciertamente creo que es una de las obras venezolanas más originales que he leído. Su intimismo es maravilloso.
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