“Quitarse un poco de ojos, de
oídos, de palabras. / todo aquello que estorbe en la oración.” Estos versos de
Carmen Verde Arocha pertenecen al poemario Mieles
(2003), el último trabajo que aparece registrado dentro de su poesía reunida
que lleva el mismo nombre Mieles (Caracas:
Monte Ávila editores, 2005). Unas líneas que nos ubica en el territorio que
viene explorando la autora desde trabajos anteriores: Magdalena en Ginebra (1994), Cuira
(1997) y Amentia (1999), donde los poemas
andan hermanados y sustentados por la mirada a la naturaleza, el recuerdo de la
infancia y la persistencia de un sentimiento religioso bastante peculiar. Por
los efectos del ambiente recreado en Mieles la obra de Arocha sigue demostrando
una sólida coherencia en su conjunto y acentúa la voz insular de esta autora.
En este último poemario se sigue
atendiendo una realidad que reclama al lector ir más allá de la mera
comprensión intelectual, pues en sus páginas se evoca y recrea un singular
estado de ánimo, presenta un ambiente enrarecido a partir de lo inefable e
invisible. Concretar esa sensación por medio del símbolo es parte de su
testimonio, por tal razón, lo formal y lo temático se encuentra estremecido por
lo que dice uno de sus versos “Sería bueno visitar el sueño por dentro” (p.
93).
En Mieles la autora entra en un ámbito donde “la palabra no debía
estorbar” (p. 93) lo cual lleva a escuchar por encima del significado
denotativo, mirar en imágenes y pensar en música, pues sus poemas son extensiones de una
naturaleza donde “todo es fuego y a la vez agua. / Difícil pasar al otro lado
del río / Es como si la vida y la muerte se juntaran / para borrar el pecado”
(p. 123). La geografía sentimental, por tanto, tiene una capacidad de muestra
inusual que puede cruzar de un conmovedor homenaje a la abuela hasta una voz
que con naturalidad habla con Dios. Sentido e imagen son la misma cosa.
La evocación y la visión forman el
estado natural de esta poesía, defrauda a cualquiera que busque un referente
inmediato, la sujeción a la vida práctica. Pero esto no quiere decir que
cancele lazos con la realidad más palpable, pues no hay división, hay un
énfasis de unidad, afirmarse en un solo horizonte donde se le ha otorgado el
valor justo a lo espiritual e intuitivo. “Él la levantó en lo alto. La dejaba
correr entre sus dedos. / ella temblaba / porque nunca iba a revelar aquello
que ahora guardaba” (p. 124).
En este sentido, su naturaleza formal
está orientada a producir desplazamientos sintácticos, anomalías gramaticales, resistencia
al sentido establecido, atentado contra la lógica, precisamente por ser poesía
que habla en ocasiones de lo indecible. El lenguaje ambiguo es su virtud, lleno
de plasticidad, donde triunfa el color y la imagen, Arocha sabe que la poesía
hace pie en lo fundamental y fundante y que debe recobrar ese lenguaje original
donde la aparente imprecisión o asociación insólita es vía para acercarnos a
otra orilla. En un mundo como el que vivimos, desganado y que lleva sobre su
ánimo la sombra de un persistente pesar le hace bien esta miel y nos invita a
recordar aquellos versos que abren su libro Amentia (1999) “Hay que despertar
la tierra. / Quitarle el lunar de los ojos, / para que los muertos / no se mezclen
con ella”.
Dejo acá un par de poemas del libro
Mieles.
Aljibe
A Estefania Arocha
Escríbeme
por dentro.
Le pedí a mi abuela
la última vez que bebía del río,
el agua entraba en el cuerpo, se le
contraían los
[músculos,
el aliento comenzaba a evaporarse;
¿Cómo pudo vivir tantos años en un
río tan caudaloso?
Es lo que cada mañana me pregunto,
tratando
de que el recuerdo describa sus
facciones.
Un día vi que caminaba
de la mano de un hombre por la
casa.
Deja
que llueva, logró
decirle
y el varón le dejaba ver sus ojos
a través del agua de tilo que
sostenía en las manos.
En las tardes
se recostaba sobre la almohada a
revisar en su memoria
cómo había sido el último beso,
a veces yo trato de encontrárselo.
Es difícil
hallar un beso
debajo de tantos recuerdos.
Hay una esfera dentro y lejos del
mundo.
Es un elefante que camina a pasos
gigantescos por la
[casa,
así
es el amor,
pienso.
Busco en el baúl de la abuela
los restos de alimentos,
las voces de la infancia
que nunca más utilizó.
Ella se acercaba con su sombrero
inclinado,
hacia el mismo sitio donde había
nacido.
Tenía pensado perpetuarse,
crecer
hasta que el crujido de los
resortes se confundieran con
[la
maleza.
Quedó muda durante años,
cansada de llevar la misma montura
en los dientes:
Tener
dentadura es bueno, aunque sólo sea un
pedazo
de yeso.
Era su voz que se oía en el cielo.
Cerraba sus labios
cuando la oruga venía a comerse las
hojas de tabaco,
los aviones cercanos arrasaban con
las naranjas viejas.
Todos
vamos envejeciendo
y nos alargábamos en la pared
como si quisiéramos dormir con
nuestras sombras.
La abuela se aleja con los hombros
vacíos,
tararea:
Acuéstense
temprano, mañana llegarán tarde al colegio.
Aún me veo buscando en su baúl,
aquella sombra que era de mi madre,
de su abuela y
[bisabuela,
que ocultó durante muchos años;
también es bueno mirarse en los
ojos de la abuela
sobre todo en estos momentos
en que el amor llega por los cuatro
puntos cardinales,
me da miedo recibirlo,
pero lo llevo dentro, susurrándole
al oído
que le enseñe a nadar a comer
despacio.
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Devocionario
Levantar la alfombra y escribir
debajo
con la rodilla inclinada.
Un pergamino púrpura se ha perdido,
hay que hacer uno con letras de
anís.
¿Debemos pesar el alma?
No
hay que aspirar a tanto,
decía la tía Consuelo.
La mentira sea transformada en una verdad
y que no lastime los recuerdos.
En ocasiones es suficiente,
ver la luz de los candelabros
al momento de amar.
Quisiéramos que el día fuera la
noche.
Ojalá la noche se pareciera a un
racimo de uvas,
comerla despacio, no tener hambre
hasta la mañana siguiente.
En algún lugar está escrito
que el hombre y la mujer sean uno.
¿Quién cuida un niño en su vientre?
¿Quién canta cumpleaños cuando
lleva en la frente a
[un
niño?
¿Quién alimenta un niño en su
rodilla?
Son muchas las voces que recorren
la vida de una.
Varios los adioses.
En este siglo las mujeres usan
portafolios,
allí llevan consigo al amante.
Así es la voluntad,
la salud, de tanto decir una
plegaria
con sabor a perejil, a eucaliptos
recién cortados.
Imposible asir el dolor colgado de
una tela metálica.
Devolverlo a la montaña es lo
correcto.
En un devocionario se lee:
Una
concubina fue la primera mujer en el mundo,
también
la madre de Dios.
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