El
cautivo dibuja en las paredes de su encierro
los desembarcos, la sangrienta lucha de la
memoria.
[Una flor amarilla
se cuela entre las
grietas de la celda, liberando a los condenados.
Cuando se quiebre la
tarde en el corazón del gato
podría llegar el
cautivo
con los pies
destrozados por el camino,
con las espigas
encorvadas y el equipaje remojado.
Tocaría tres veces la
puerta
haciéndose pasar por
vendedor de aromas exóticos,
marfil de la India,
cueros de tigres de
Bengala, colmillos de Jabalí,
o aquella pócima que
resucitó a un rey vencido
en el mísero lecho de
una tierra maldita.
Nadie se extrañaría
si el ahogado que
canta un aria antes de morir,
si el que sufre a
solas en la regadera,
si ése que estuvo en
el lugar equivocado, o el que con un clavel
[en
el pecho
llegó a tiempo al
sitio inexacto, el que se enamoró de
[las
lámparas
El que anuncia el
bombardeo, el que pone la manta
[encima
al que acaba de
morir, nadie,
nadie podría decir
quién será
el que puede llegar,
quién de nosotros
el que desatará los
nudos,
el que dará orden de
partida
cuando estemos
llegando.
Del libro: Cuerpo bajo lámpara (1996)
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La pregunta implacable, dura de roer
Alguien nos pregunta,
en una callejuela de la noche,
qué vamos hacer el
resto de nuestras vidas,
en qué lugar
echaremos cenizas en vez de raíces,
y cuántos ceniceros y
papeles arrugados.
Se pierde en lo
oscuro esa voz que nos escruta,
que nos agarra
desprevenidos con la mano al cuello
en el espejo de un
baño público, y nos lanza un guiño,
una mirada cómplice
cuando en el parque
los viejos hablan con
los pájaros.
La manera en que te
miró aquel perro apaleado en el
[suelo,
mientras todos reían
en el polvo levantado de los
[secuaces,
qué vas hacer el
resto de tu vida, pregunta aquella
[mujer
que abandonamos en la
mesita de un café,
las manos juntas, los
ojos como pozos, la falda de flores.
Y aparece la casa
abandonada junto al canario
que se nos muere de
neumonía, desarropado
en la noche más fría,
más cruenta.
Con el perdón por el
inventario,
lo que se cuece no es
un catálogo
más o menos
anecdótico de lo que hicimos
o dejamos de hacer,
sino más bien el invisible acento
de lo que nos acecha
con sigilo,
la voz que pregunta
por nuestra maqueta
después de haber
perdido las manos
en un naufragio de
días que se añejan boquiabiertos.
De: Inútil registro (1998)
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Canción de los que parten
Los que se van
tarareando una canción
dejando que la luz
ocupe su lugar en las esquinas,
en los rostros que
llegan,
en las manos que
tantean el espacio habitable.
Los que se van
arrimando al horizonte
buscando pájaros que
aletean en la oscurana.
Los que en su marchan
desprenden astillas, espinas,
cáscaras que señalan
el sentido
de lo que no pudieron
decir a tiempo
cuando era justo
decirlo.
Los que se van no
deben mirar la estela de su paso
sino el relumbre de
la tierra prometida
que no es más que el
destello de sus propios cuerpos
trasegando caminos en
lo más cóncavo de la noche.
Escuchemos la canción
sobre los tejados de
pueblos afantasmados,
en los goznes de
puertas entreabiertas,
en los áticos del
viento.
Es la canción que
anuncia a los que llegan
y hace más ligera la
travesía de los que parten.
De: Vendrá otra larga travesía (2006)
Luis Enrique Belmonte
(Caracas, 1971)
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