viernes, 3 de octubre de 2014

Friedrich Schiller y el maestro Abreu


 El poeta, dramaturgo y filósofo alemán Friedrich Schiller (1759 – 1805) preguntó: ¿El arte hace humano al hombre? y bajo esta interrogante el autor fue estableciendo el eje y corazón de uno de sus trabajos “Cartas sobre la educación estética del hombre” (1795). El hombre llega a ser humano –explica el filósofo- se convierte en hombre realmente porque el arte hace al hombre. La belleza, la creación artística y la libertad humana también acompañaron ese núcleo reflexivo a fin de explicar ciertas conductas individuales y reacciones colectivas o comportamientos sociales.

La obra Cartas sobre la educación estética del hombre se sostiene, en principio, por un reparo histórico-filosófico sobre la belleza en el reino del arte. Un recorrido desde su génesis como idea y concepto hasta la concepción que manejaba su tiempo histórico, su momento, la perspectiva de sus contemporáneos. Schiller en esa senda persigue desentrañar los misterios de la libertad humana, pero entendida como una libertad real y autónoma, a una altura superior que las arbitrarias leyes morales; por cierto –como dirá en una de sus cartas- establecidas desde el fragmento no desde la integridad humana.

Es así como Schiller va desarrollando una teoría en la cual la madurez moral y por extensión la verdadera libertad se alcanza por medio de la educación estética. De este modo se distancia de su predecesor más nombrado y más influyente Inmanuel Kant por proclamar un sistema de pensamiento que dejaba en claro una separación entre razón y sensibilidad. Schiller opta por lo íntegro, por la unión, la comunicación de todos los campos del ser humano y apuesta por un tratado ético-estético incluso capaz de poder orientar la humanidad. Arte con un fin utilitario.

 Ahora bien, la educación a la que tanto se refiere Schiller apunta en mayor medida al campo de las emociones, una formación capaz de pulir el catálogo de sentimientos a fin de volverlos más sensibles o como él lo señala ““aumentar la capacidad del hombre para lo bello”. El apreciar y defender lo bello no es otra cosa que elevar la humanidad a su altura natural y correspondiente. El insistir en lo contrario a su tesis es promover el caos y la decadencia social que él percibía en su contexto y la imposible realización del hombre, dos caras de la misma moneda. Pero también como todo filosofo quería la instauración de un estado de la razón y, como muchos otros, deseaba la aparición de una nueva humanidad que no estuviese dividida en tanto ser. Reacciones estas ante el incumplimiento de posturas como las de Kant quien no vio realizado el establecimiento de un estado verdaderamente racional.  Separar el “impulso sensible” y su par “impulso formal” era el origen de la enajenación, la causa primera que evitaba un verdadero cambio en el hombre.

Es en este punto donde el arte juega el papel decisivo, se torna el lazo definitivo de unión humana. Para Schiller el signo más flagrante del arte es su “impulso del juego”. La actividad del arte considerada inútil en cuanto a la conservación del individuo mostrará por medio de su esencia lúdica su capacidad de reunión dentro del hombre. "El impulso de juego (...) en la misma medida en que arrebate a las sensaciones y a las emociones su influencia dinámica, las hará armonizar con las ideas de la razón, y en la misma medida en que prive a las leyes de la razón de su coacción moral, las reconciliará con los intereses de los sentidos." (Carta XIV). Pero también el arte con su espíritu de juego llegará al núcleo de la libertad que, igualmente, tiene una esencia lúdica

Obviamente que el juego posee distintas connotaciones, pero en este caso se acepta como parte del proceso en las actividades creativas y artísticas. Una operación que no está adherida a leyes morales ni a labores vitales, pero que si pone en práctica la libertad. En el impulso lúdico el hombre entra en contacto con el mundo de las ideas sin abandonar por ello el mundo sensible, ingresando inmediatamente en los ámbitos de la belleza. Schiller nos dice que para ver cumplida la humanidad lo único que tiene que hacer es subordinarse al juego con la belleza. "el hombre sólo juega cuando es hombre en el pleno sentido de la palabra, y sólo es enteramente hombre cuando juega" (Carta XVII).

Schiller expresa en sus cartas un compromiso con el arte a niveles utilitarios, de metas precisas para una realidad cambiante. Por eso insiste en la educación estética como causa a una sociedad racional y libre, a la resolución definitiva de problemas políticos, a la realización de un estado plenamente humano.

Desde luego, este proyecto fue propuesto a mediados del siglo XIX el curso de la historia a la par de movimientos del pensamiento encontraría las costuras, las oquedades y las pretensiones totalizadoras de este sistema. El terreno vasto y cambiante que pretendía encerrar daría pie a una de sus refutaciones por sus ambiciones desproporcionadas y faltas de detalles primordiales lo que arrastraba a esa propuesta a la casa de la utopía, a la simple ineficiencia en el plano cotidiano para dar un verdadero giro en el hombre.

Sin embargo, la sustancia principal de las reflexiones de Schiller parecen, de pronto, y a pesar de sus vacios, encontrar cierta correspondencia en una geografía y tiempo bastante inesperados, en el Sistema Nacional de Orquestas Sinfónicas Juveniles, Infantiles y Pre-Infantiles que vio luz a partir de la insistencia de José Antonio Abreu (1939) en construir centros de enseñanza musical que, más allá de valorar, disfrutar y ejecutar líneas de partituras pudiera ser instrumento para mirar la vida bajo otra perspectiva.

En palabras del mismo Abreu: "Para jóvenes y niños, hacer música juntos implica convivir entrañablemente, en ánimo de perfección y afán de excelencia, rigurosa disciplina de concertación, sincronía y armónica interdependencia entre voces e instrumentos" (Diario El Yaracuy, 26-11-2007). Este sistema se basa en la educación musical como detonador para desarrollarse personalmente. Dirigido principalmente a niños y adolescentes estos adquieren prontamente, bajo esta actividad artística, otra dimensión de la experiencia al desplegar una mirada solidaria y, como consecuencia, la realizable integración social. No en vano el lema utilizado por este sistema “la música es un instrumento irremplazable para unir a las personas". La esencia del proyecto es aún más clara y reveladora “Música para la acción social”.

El Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela es una red de aproximadamente 246 centros docentes en todo el país, donde unos 250 mil niños y jóvenes, con un porcentaje considerable de aquellos de limitados recursos, aprenden música y tocan en cerca de 600 orquestas. En estas consecuencias también se fijaría el cineasta Alberto Arvelo quien, en su trabajo documental Tocar y Luchar (2006) reforzaría en imágenes y sonidos, en evidencias, no sólo el logro de este sistema sino su trasfondo filosófico. En la película el mismo José Antonio Abreu argumenta y pone de manifiesto el alma de su proyecto en un sentido muy similar al esbozado por Schiller décadas y décadas atrás.

La música es el puente más próximo y eficaz para lograr una educación integral, holística. El instrumento musical no es otra cosa sino la posibilidad de tocar las puertas de otro mundo, bastante alejado de un escenario violento o pletórico de necesidades de las más diversas índoles. Insistir con el arte hasta crear otra realidad y llegar a lo que dice el maestro Abreu “la pobreza material se vence con la riqueza espiritual”. La idea es cultivar valores estéticos que luego maduraran en valores éticos; es decir, en voz de Abreu “paz, la convivencia y la confraternidad”. Otro tipo de vida social.







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