El poeta, dramaturgo y filósofo alemán
Friedrich Schiller (1759 – 1805) preguntó: ¿El arte hace humano al hombre? y
bajo esta interrogante el autor fue estableciendo el eje y corazón de uno de
sus trabajos “Cartas sobre la educación
estética del hombre” (1795). El hombre llega a ser humano –explica el filósofo-
se convierte en hombre realmente porque el arte hace al hombre. La belleza, la
creación artística y la libertad humana también acompañaron ese núcleo
reflexivo a fin de explicar ciertas conductas individuales y reacciones colectivas
o comportamientos sociales.
La obra Cartas sobre la educación estética del hombre se sostiene, en
principio, por un reparo histórico-filosófico sobre la belleza en el reino del
arte. Un recorrido desde su génesis como idea y concepto hasta la concepción
que manejaba su tiempo histórico, su momento, la perspectiva de sus
contemporáneos. Schiller en esa senda persigue desentrañar los misterios de la
libertad humana, pero entendida como una libertad real y autónoma, a una altura
superior que las arbitrarias leyes morales; por cierto –como dirá en una de sus
cartas- establecidas desde el fragmento no desde la integridad humana.
Es así como Schiller va
desarrollando una teoría en la cual la madurez moral y por extensión la
verdadera libertad se alcanza por medio de la educación estética. De este modo
se distancia de su predecesor más nombrado y más influyente Inmanuel Kant por proclamar un sistema
de pensamiento que dejaba en claro una separación entre razón y sensibilidad.
Schiller opta por lo íntegro, por la unión, la comunicación de todos los campos
del ser humano y apuesta por un tratado ético-estético incluso capaz de poder
orientar la humanidad. Arte con un fin utilitario.
Ahora bien, la educación a la que tanto se
refiere Schiller apunta en mayor medida al campo de las emociones, una
formación capaz de pulir el catálogo de sentimientos a fin de volverlos más
sensibles o como él lo señala ““aumentar la capacidad del hombre para lo
bello”. El apreciar y defender lo bello no es otra cosa que elevar la humanidad
a su altura natural y correspondiente. El insistir en lo contrario a su tesis
es promover el caos y la decadencia social que él percibía en su contexto y la
imposible realización del hombre, dos caras de la misma moneda. Pero también
como todo filosofo quería la instauración de un estado de la razón y, como
muchos otros, deseaba la aparición de una nueva humanidad que no estuviese
dividida en tanto ser. Reacciones estas ante el incumplimiento de posturas como
las de Kant quien no vio realizado el establecimiento de un estado
verdaderamente racional. Separar el
“impulso sensible” y su par “impulso formal” era el origen de la enajenación,
la causa primera que evitaba un verdadero cambio en el hombre.
Es en este punto donde el arte
juega el papel decisivo, se torna el lazo definitivo de unión humana. Para
Schiller el signo más flagrante del arte es su “impulso del juego”. La
actividad del arte considerada inútil en cuanto a la conservación del individuo
mostrará por medio de su esencia lúdica su capacidad de reunión dentro del
hombre. "El impulso de juego (...)
en la misma medida en que arrebate a las sensaciones y a las emociones su
influencia dinámica, las hará armonizar con las ideas de la razón, y en la
misma medida en que prive a las leyes de la razón de su coacción moral, las
reconciliará con los intereses de los sentidos." (Carta XIV). Pero
también el arte con su espíritu de juego llegará al núcleo de la libertad que,
igualmente, tiene una esencia lúdica
Obviamente que el juego posee
distintas connotaciones, pero en este caso se acepta como parte del proceso en
las actividades creativas y artísticas. Una operación que no está adherida a
leyes morales ni a labores vitales, pero que si pone en práctica la libertad.
En el impulso lúdico el hombre entra en contacto con el mundo de las ideas sin
abandonar por ello el mundo sensible, ingresando inmediatamente en los ámbitos
de la belleza. Schiller nos dice que para ver cumplida la humanidad lo único
que tiene que hacer es subordinarse al juego con la belleza. "el hombre sólo juega cuando es hombre en el
pleno sentido de la palabra, y sólo es enteramente hombre cuando juega"
(Carta XVII).
Schiller expresa en sus cartas un
compromiso con el arte a niveles utilitarios, de metas precisas para una
realidad cambiante. Por eso insiste en la educación estética como causa a una
sociedad racional y libre, a la resolución definitiva de problemas políticos, a
la realización de un estado plenamente humano.
Desde luego, este proyecto fue
propuesto a mediados del siglo XIX el curso de la historia a la par de
movimientos del pensamiento encontraría las costuras, las oquedades y las
pretensiones totalizadoras de este sistema. El terreno vasto y cambiante que
pretendía encerrar daría pie a una de sus refutaciones por sus ambiciones
desproporcionadas y faltas de detalles primordiales lo que arrastraba a esa
propuesta a la casa de la utopía, a la simple ineficiencia en el plano
cotidiano para dar un verdadero giro en el hombre.
Sin embargo, la sustancia principal
de las reflexiones de Schiller parecen, de pronto, y a pesar de sus vacios,
encontrar cierta correspondencia en una geografía y tiempo bastante
inesperados, en el Sistema Nacional de Orquestas Sinfónicas Juveniles,
Infantiles y Pre-Infantiles que vio luz a partir de la insistencia de José
Antonio Abreu (1939) en construir centros de enseñanza musical que, más allá de
valorar, disfrutar y ejecutar líneas de partituras pudiera ser instrumento para
mirar la vida bajo otra perspectiva.
En palabras del mismo Abreu: "Para jóvenes y niños, hacer música juntos
implica convivir entrañablemente, en ánimo de perfección y afán de excelencia,
rigurosa disciplina de concertación, sincronía y armónica interdependencia
entre voces e instrumentos" (Diario El Yaracuy, 26-11-2007). Este
sistema se basa en la educación musical como detonador para desarrollarse
personalmente. Dirigido principalmente a niños y adolescentes estos adquieren
prontamente, bajo esta actividad artística, otra dimensión de la experiencia al
desplegar una mirada solidaria y, como consecuencia, la realizable integración
social. No en vano el lema utilizado por este sistema “la música es un
instrumento irremplazable para unir a las personas". La esencia del
proyecto es aún más clara y reveladora “Música para la acción social”.
El Sistema de Orquestas Juveniles e
Infantiles de Venezuela es una red de aproximadamente 246 centros docentes en
todo el país, donde unos 250 mil niños y jóvenes, con un porcentaje
considerable de aquellos de limitados recursos, aprenden música y tocan en
cerca de 600 orquestas. En estas consecuencias también se fijaría el cineasta Alberto Arvelo quien, en su trabajo
documental Tocar y Luchar (2006)
reforzaría en imágenes y sonidos, en evidencias, no sólo el logro de este
sistema sino su trasfondo filosófico. En la película el mismo José Antonio
Abreu argumenta y pone de manifiesto el alma de su proyecto en un sentido muy
similar al esbozado por Schiller décadas y décadas atrás.
La música es el puente más próximo
y eficaz para lograr una educación integral, holística. El instrumento musical
no es otra cosa sino la posibilidad de tocar las puertas de otro mundo,
bastante alejado de un escenario violento o pletórico de necesidades de las más
diversas índoles. Insistir con el arte hasta crear otra realidad y llegar a lo
que dice el maestro Abreu “la pobreza material se vence con la riqueza
espiritual”. La idea es cultivar valores estéticos que luego maduraran en
valores éticos; es decir, en voz de Abreu “paz, la convivencia y la
confraternidad”. Otro tipo de vida social.
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