Jonidel Mendoza: Huella intacta de un ser sin sombra 2003 |
En el año 2005 en todo el estado
venezolano aparecía la peculiar muestra Colección Presidencial Gráficas
Venezolanas, una exhibición fija que tendría como ambiente expositivo espacios
públicos: hospitales, cárceles, cuarteles, colegios, universidades, etc. Llevar
el arte a la población general es una de las metas principales de este proyecto,
pero el ambientar estos espacios de movimiento y encuentro promocionando los
más distintos creadores visuales del país otro de sus fines. De hecho, gracias
a esa presentación que mostraba cien obras de las más distintas facturas
descubrí la litografía de Jonidel Mendoza: Huella
intacta de un ser sin sombra (2003).
Esta obra cuya expresión se alcanza
por sus virtudes formales: líneas, colores, manchas y trazos, resiste la idea
de mimesis o copia, en este caso, de una figura humana. Como buen arte, no
imita, sugiere desde un principio de composición ya característico del autor y
reiterado en obras posteriores. Su poética visual nos recuerda un poco las
propuestas de autores europeos de la pasada centuria: Bellmer, Arnulf Rainer,
Gerard Gasiorowski, Jacques Lizène, Bacon, etc. Pero también a los maestros
venezolanos Alirio Palacios y Jacobo Borges que, cada uno bajo su distintiva
voz, vieron en la deformación, las tachaduras, el desvanecimiento y la
degradación de la imagen corporal una vía para expresar una mirada a su tiempo
y sociedad.
El énfasis de esta obra, al igual
que otras de su más reciente repertorio, reside en las manchas y líneas
sugestivas y expresivas a un tiempo, en sus transparencias y confusión, en la
simple necesidad de oponerse a un referente claro, aunque se intuya una forma y
realidad humana. Pero los signos de un mundo contemporáneo también pueden ser
leídos en esta obra, es decir, los rasgos formales tienen su paralelo en
síntomas sociales que se inclinan a la confusión, lo hibrido, lo evanescente en
cuanto a los límites y contornos de valores, ideas y verdades colectivas. Una
litografía con doble desembocadura: el mundo de la pura visualidad y el
universo referencial inmediato.
La crisis del contexto está en la
crisis de la representación. Un escenario no sólo encontrado en la realidad
social y por extensión espiritual de una comunidad como la venezolana, sino,
con sus distinciones, en otras geografías fuera de nuestras fronteras. Por
tanto, establecer lazos entre una litografía y un contexto y realidad que la
vio nacer no sólo es posible sino una consecuencia. La obra de Mendoza importa
un mundo confuso y ambiguo, la falta de claridad como núcleo visual y por
extensión como rasgo colectivo. Habrá que reparar en que la obra pertenece a un
tiempo de transición y confusión como lo es el paso de un siglo a otro. Cualquier
cambio genera crisis y falta de claridad, no es casual entonces que la obra de
Mendoza como muchos de sus contemporáneos y congéneres en el oficio del arte represente
de manera directa o no el puente por donde transitan. Un trayecto que une
armónicamente lo íntimo y colectivo, lo formal y social.
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