lunes, 6 de octubre de 2014

Jonidel Mendoza y su mundo evanescente

Jonidel Mendoza: Huella intacta de un ser sin sombra 2003

En el año 2005 en todo el estado venezolano aparecía la peculiar muestra Colección Presidencial Gráficas Venezolanas, una exhibición fija que tendría como ambiente expositivo espacios públicos: hospitales, cárceles, cuarteles, colegios, universidades, etc. Llevar el arte a la población general es una de las metas principales de este proyecto, pero el ambientar estos espacios de movimiento y encuentro promocionando los más distintos creadores visuales del país otro de sus fines. De hecho, gracias a esa presentación que mostraba cien obras de las más distintas facturas descubrí la litografía de Jonidel Mendoza: Huella intacta de un ser sin sombra (2003).

Esta obra cuya expresión se alcanza por sus virtudes formales: líneas, colores, manchas y trazos, resiste la idea de mimesis o copia, en este caso, de una figura humana. Como buen arte, no imita, sugiere desde un principio de composición ya característico del autor y reiterado en obras posteriores. Su poética visual nos recuerda un poco las propuestas de autores europeos de la pasada centuria: Bellmer, Arnulf Rainer, Gerard Gasiorowski, Jacques Lizène, Bacon, etc. Pero también a los maestros venezolanos Alirio Palacios y Jacobo Borges que, cada uno bajo su distintiva voz, vieron en la deformación, las tachaduras, el desvanecimiento y la degradación de la imagen corporal una vía para expresar una mirada a su tiempo y sociedad.
El énfasis de esta obra, al igual que otras de su más reciente repertorio, reside en las manchas y líneas sugestivas y expresivas a un tiempo, en sus transparencias y confusión, en la simple necesidad de oponerse a un referente claro, aunque se intuya una forma y realidad humana. Pero los signos de un mundo contemporáneo también pueden ser leídos en esta obra, es decir, los rasgos formales tienen su paralelo en síntomas sociales que se inclinan a la confusión, lo hibrido, lo evanescente en cuanto a los límites y contornos de valores, ideas y verdades colectivas. Una litografía con doble desembocadura: el mundo de la pura visualidad y el universo referencial inmediato.

La crisis del contexto está en la crisis de la representación. Un escenario no sólo encontrado en la realidad social y por extensión espiritual de una comunidad como la venezolana, sino, con sus distinciones, en otras geografías fuera de nuestras fronteras. Por tanto, establecer lazos entre una litografía y un contexto y realidad que la vio nacer no sólo es posible sino una consecuencia. La obra de Mendoza importa un mundo confuso y ambiguo, la falta de claridad como núcleo visual y por extensión como rasgo colectivo. Habrá que reparar en que la obra pertenece a un tiempo de transición y confusión como lo es el paso de un siglo a otro. Cualquier cambio genera crisis y falta de claridad, no es casual entonces que la obra de Mendoza como muchos de sus contemporáneos y congéneres en el oficio del arte represente de manera directa o no el puente por donde transitan. Un trayecto que une armónicamente lo íntimo y colectivo, lo formal y social.


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