La primera vez que escuché la banda
Submarino fue en el disco: Tributo Lo-Fi SM (2002). En esta
compilación sonora que pasea por las más heterogéneas propuestas musicales,
revisitando y valorando el legado de una de las bandas relieve dentro del rock
venezolano como lo fue Sentimiento Muerto, se encuentra la versión de Circo Cruel de Submarino. Posteriormente,
en el disco Chillout Venezuela (2004),
que presenta una antología de temas donde el elemento electrónico y el ritmo parsimonioso
crean una unidad cadenciosa sin dejar de subrayar los aportes de cada banda, se
encuentra el tema Ánima de Submarino.
En ambos casos, hubo una reacción híbrida entre la sorpresa y el prejuicio; la
primera, porque escuchaba una banda con una identidad y calidad musical sin par
e indiscutible; y la segunda, debido a que ya había escuchando comentarios
positivos de ellos, de hecho conocía la noticia de que habían ganado el X
Festival Nuevas Bandas (2000) junto a Candy
66; y, aún más, por amigos quienes habían visto la banda en vivo y con
entusiasmo defendían y apoyaban su producto musical.
Soy de Mérida, región andina de
Venezuela, lugar de montañas, frío y un ritmo e idiosincrasia distintivo y
llamativo con respecto a los otros territorios del territorio nacional. Mi
familia ancla sus raíces en una población perteneciente a una zona llamada
Pueblos del Sur, localidad ubicada montaña adentro y realidad paralela a los
sobresaltos y agitación de la ciudad. En un viaje de visita a ese lugar
imaginaba escuchar una música conectada con el espectáculo visual del paisaje. Revisando
los discos que tenía a mano me topé con el primer trabajo de Submarino titulado
con el mismo nombre de la banda (2001) e integrado por Andrés Sosa (voz,
guitarra, programación, órgano), Rafael López Garnica (batería, coros,
programación) y César Sosa (bajo). Luego de aquel par y decisivos encuentros
arriba descritos conseguí el material y ya hacía tiempo que venía escuchando
este disco y con cada vuelta confirmaba la impresión que el grupo me había
producido por vez primera, que su propuesta es una voz distintiva y de alta
calidad dentro del panorama del rock nacional. Aquella vez, sin duda, la escogí
como banda sonora del viaje.
El primero de los ocho temas
empezaron a sonar, otra vez, mientras el vehículo maniobrando las curvas subía
la montaña, un producto musical que muestra los diferentes tonos de un mismo
color sonoro mezcla de Rock y Trip Hop. Su contundencia no es el alarido ni la
violencia en sus guitarras, al contrario, su fuerza es delicada, es manifiesta una
creación de atmosferas hipnóticas antes que una distorsión que se limite sólo a
llamar la atención, pero sin contenido. Música que se alimenta de la reiteración
en la ejecución de sus instrumentos, creando un movimiento lánguido pero con
suficiente efectos al escucharlos. A diferencia de otras propuestas que buscan
fusión con el género Rock como centro, en Submarino existe la inusual armonía
entre letra y melodía, no aparece ese desnivel tan conocido por subordinar las
liricas a los ritmos. Recuerdo el tema Ánima:
Ya me he perdido / Tiembla, latidos / Cae la noche y me acorrala / Y me baña en
azules recuerdos / Los ojos cristales en diluvios / Los sueños teñidos en ayer”,
mientras el frío acrecentaba y la neblina con su parsimonioso ritmo iba
envolviendo todo. Sin duda, es la banda sonora apropiada para el contexto del
viaje, externo e interno. Es analogía que no resulta abiertamente explicita
entre lo que se oye y lo que se ve, pero esa mecánica cautelosa con que se identifica
y se mueve cada tema tiene un tempo característico de una parte de esta región
geográfica. De hecho, parte del veredicto al ganar el festival Nuevas Bandas
hablaba de “un arquetipo de la escena rítmica pop y rock andina”.
Submarino al igual que otros grupos
del territorio, arropados bajo ese proyecto denominado Los Andes Electrónicos, registran afinidades y con ello desdibujan
voluntariamente los límites que constriñen el rock nacional, abren una
alternativa que comienza por la asimilación de un género musical establecido en
Europa, pero con un acento local. Atenta contra una idea de ver al Rock como
fondo musical y le otorga una dimensión más compleja y elaborada, que pide de
su interlocutor pausa y atención, o, incluso, analogía con un paisaje
especifico. La imagen de un panorama como el de aquel viaje reclamaba un
consanguíneo que también mostrara evanescencia de formas, ambigüedad y cierto
gesto contemplativo, pues, Submarino, en todo caso, también fomenta una
realidad otra.
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