“Dios tenga piedad de los
errantes
y que el agua brutal
de sus ánforas se torne en vino”
Luis
E. Belmonte
En el libro Aldebarán y otros poemas (2008, Caracas: El perro y la rana) su
autor, Alejandro Bruzual, en primera
instancia, nos avisa, construye y desarrolla el destino de su héroe, o
antihéroe, según la perspectiva que lo mire. Aldebarán es figura humana e
imagen legendaria a un tiempo, contradictorio, ambiguo: frágil y guerrero,
luchador y creador, es el retrato de un amante y errante quien enfrenta una
ventura en ocasiones teñida de fatalismo “todo estaba en ti / desde siempre /
destruido”. Pero que avanza, sigue en su
misión aunque no sea muy clara. Aldebarán también es la primera porción del
libro, un segmento unido por tres momentos que aclaran la condición del
personaje. La primera parte que inaugura el poemario dice:
“Aldebarán
Renuncia a su posición de la corte.
Recoge sus instrumentos.
Reúne sus animales amaestrados.
Y parte,
con una canción de amor
que todos creyeron en contra suya”
Y así, el viaje comienza, hacía lo
externo y vía introspectiva, en un mundo movido por la pasión, lo sensual como
impulso: punto de partida y de encuentro. Por tal razón, es válido convocar el
adjetivo erótico, pues es uno de los temas que recorre muchos textos y que
mantiene junto al motivo del viaje la unidad en esta primera parte del libro. Es
una nota constante la adoración a la figura femenina y sus múltiples encantos,
por eso, este personaje, se reconoce en el desplazamiento y el placer y las
consecuencias que debe afrontar cualquier devoto del hedonismo. Crónica de los
sentidos que si bien nos pueden engañar sus ficciones son inagotables y deseadas.
Como se ve, la imagen al inicio del libro es la prefiguración de la obra
completa, la de Aldebarán. “Sin más explicaciones / partiste a cultivar flores
/ bajo la piel de tus amantes / coleccionando / las monedas de bronce de sus
pezones / bebiendo ron / en la copa mínima de sus ombligos”
Son textos de una musicalidad
serena, sin humo que la complique ni le opaque la emergencia comunicativa. Hay
claridad, donde lo gráfico y textual están en equilibrio, la puesta de los
versos en el espacio es una manera de que el texto respire y exija al lector
pausa y silencios en su paseo. Con esa economía de recursos busca que cada
poema sea una gran metáfora, que principio y fin del poema se den la mano y
quede resonando el eco del último verso.
Pero Aldebarán no es el único
personaje del libro, pues, como reza el título, hay otros poemas, estos son: Soledad de Batelero y Sulamita. Dos segmentos que dirigen sus
propuestas a espacios dispares, pero que también comparten con la primera parte
del poemario la vida de personajes definidos y la presencia recurrente del
perfil femenino, también bajo un tratamiento formal legible, sin abuso de giros
retóricos. Es decir, aunque existan tres secciones autónomas hay cadena,
comunicación en varios puntos, esto es, una voz definida en distintos momentos.
“5
Condenado
a
vagar
por los contornos
de la miseria
con norte de fuego
Caminando sobre necrópolis secretas
que te esperaban
sin saberlo
Sin entender los lenguajes
que corresponden
a
tu cargo
sin recordar la seña
sin saber
a qué puerto
dirigir los remos
desterrado
en la cifra de tu edad
cuántas veces
treinta años
no circunciso
Descubres
que llevas piedras sobre los
hombros
y tienen los codos
gastados
en mesas ajenas
donde nadie conoce tu origen
sin poderte defender
sin articular palabras
porque no sabes
dónde
dónde
podrá cobrar sentido
el absurdo
paisaje de tu destino”.
“19
Qué esfuerzo terrible
el de zarpar
con mal viento
arrastrar itinerarios
sin poder
siquiera
interpretar
el orden que conduce tu paso
no sabes de otros rumbos
ni de ilusiones
y sin embargo
escondes
callado
musgo y algas bajo tus brazos
y vas
decidido
buscando un túmulo
en dirección de proa
porque
de donde partiste
nunca
nunca más
un navegante de tus años podría
volver”.
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