En el año 2009 estaba en uno de los
trenes que ayudan al movimiento de la ciudad de Buenos Aires en un día que
parecía traer, para los habitantes de la zona, un paisaje cotidiano que de
tanto mirar ya no se ve, con sus actividades recurrentes y sus movimientos
previsibles, no para mí que por no ser del lugar miraba con ojos nuevos. Y fue
ahí donde tuve la dicha de toparme con uno de esos seres que rompen con el
habito y dejan una huella que bien podríamos llamar luminosa. Un antes y un
después en el trayecto de una jornada.
El personaje en cuestión estaba
armado con un bandoneón y con un mensaje que no se cansaba de lanzar a los
cuatro vientos: “sólo el amor salvará al mundo”, --decía--. Un hombre con una información
clara y necesaria, pero olvidada por muchos, un señor que recuerda y comparte
su visión con aquellos que lo atendían en medio de un escenario donde, aunque
parezca inverosímil, se desarrollan tramas que apuntan a lo que verdaderamente importa.
Ya el gran Rilke lo había dicho “Si su cotidianidad le parece pobre, cúlpese a
sí mismo, dígase que no es lo suficientemente poeta para hacer que sus riquezas
vengan a usted; pues para los creadores no hay pobreza ni lugares pobres,
comunes”. Aquel viaje y aquel hombre con aquella frase y la música que le
seguía como estandarte lo que hacía era confirmar el significado de lo que
hablaba el poeta Rilke.
Luego, un año después, por
“casualidad” viendo los cortometrajes seleccionados para la muestra del Premio Regional Andino de Cine Documental
Documenta 2009 vi un título que me
resultaba familiar: “Sólo el amor salvará al mundo”. El director: Ricardo Armas
Galindo, otro venezolano en tierra argentinas, se topó con el mismo mensaje, la
misma sorpresa en aquel medio de transporte público y para alegría de muchos
realizó lo que él llama una película artesanal que no es sino el rescate de
aquel momento en aquel viaje distinto. Un gesto que Jhon Cage o Georges
Maciunas, pioneros del Fluxus y el Happening respectivamente hubiesen
aplaudido, por estar sintonizado en algún punto con aquellas formas artísticas inauguradas
a mitad del siglo pasado cuando el objeto tradicional del arte, un cuadro o
escultura, fue considerado como insuficiente para representar la realidad. Mostrar
la vida cotidiana como objeto de arte fue la propuesta de este par de autores y
la esencia del cortometraje de Armas Galindo. En otras palabras, lo que hizo
Cage, Maciunas y el señor del tren es intervenir la realidad y crear un
estremecimiento en el corazón de la costumbre con más realidad, con mensaje que
contribuye a un mundo otro, más rico, vivo, mejor quizás.
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