sábado, 14 de febrero de 2015

El ritual de Reverón


Nos podemos acercar a la esencia de la propuesta artística y al centro de la vida de Armando Reverón a través de sus propias palabras “La luz, ¡qué cosa tan seria la luz! ¿Cómo podemos conquistarla? Yo lo he intentado. Y ésa ha sido mi lucha” (2004, p. 151).  Un camino que se inicia en 1918 cuando se instala en la Guaira, frente al mar, bajo el sol tropical,  siguiendo los consejos de su amigo pintor Nicolás Ferdinandov y llevándolos a otras alturas: conseguir un techo en tierra aislada, buscar la compañía de una lugareña y olvidarse de la civilización. A esta trinidad que abre el camino ideal para el creador –según el pintor de origen ruso- hay que agregar tener siempre La Biblia y el Don Quijote. Todo por atrapar la luz en la tela y comprobar que era una realidad material, el centro del universo visual y cromático.
Sus pinturas son testimonio de una luz particular, de un fenómeno impalpable que en el lienzo se afirma con tonalidades hermanas y texturas en distintos grados. Su obra es la experiencia de la luz del trópico sobre las cosas, cuya luminosidad particular  anula los colores, los compendia y mezcla en un tono único que  Reverón supo capturar y que le daría relieve como artista, una voz distintiva. Pero no sólo sus dones se restringían al lenguaje plástico del lienzo, su vida fue una comunión inédita con el arte y el proceso para llevarlo a cabo otro vaso comunicante con su oficio, es decir, con su pintura, su cotidianidad.
Más allá del reconocimiento merecido por sus logros en el ámbito del lenguaje formal y pictórico lo que rodeaba ese producto merece atención. La teatralidad para esta autor  no tenía fronteras y su ritualidad antes de pintar alcanza un significado emparentado con su producto artístico. Su proceso pone de manifiesto el compromiso de Reverón no sólo con la tela a la cual daba vida sino con su más directa cotidianidad. La imaginación triunfa sobre el hábito y la costumbre por lo que su obra alcanza también su forma de trabajo, el proceso de creación.
El rango estético de su propuesta sobrepasa las pinturas y alcanza la preparación del ambiente y del artista antes de ejecutarlas. Concibe el cuerpo bajo una división; la parte superior, de la cintura hacía arriba, la parte noble, el espíritu,  su contrapartida, la otra mitad del cuerpo donde se halla la  naturaleza instintiva, animal. Esa concepción serviría de resorte al momento de pintar, un tiempo donde se respira rito, acción corporal, Perfomance.  
En su obra no debían existir impurezas sino conexión con la parte noble, por ello al momento de pintar se amarraba fuertemente la cintura con un mecate para aislar claramente su zona instintiva.  Tapaba sus conductos auditivos para mayor concentración y se acostaba boca arriba con las piernas encogidas y las manos por debajo de la cabeza en señal de invocación.  Una preparación que, en caso de tener poca voluntad de acción, también incluía frotar sus brazos con una tela burda hasta producirle malestar o de amarrarse dos libros como amuletos, el Quijote a la cintura a la altura del vientre y la Biblia colgando a la altura de los riñones para modificar su conducta y su naturaleza.
Su forma de trabajar no rehusó la esencia del arte al desarrollar un lenguaje y expresividad corporal que fue más allá de la forma tradicional de ejecutar una pintura. Obedeció al concepto y a las efusiones del corazón, se subordinó a los saltos de la imaginación encarnando y representando una realidad. La distancia entre producto artístico y artista se acortó de una manera nunca antes vista en pintor venezolano y mucho antes que lo proclamara y defendiera John Cage en su primer evento (1952) o  movimientos como el Hapenning o Fluxus en la década de los sesenta quienes a su manera buscaban hermanar el producto artístico y la vida cotidiana. Ser uno. Vivir en arte, irrumpir la realidad diaria. Tres décadas antes, en el castillete, frente al mar y bajo la luz tropical Reverón lo colocaba en práctica y respondía de la siguiente manera “Me preguntan por qué estoy aquí. Y yo respondo: Por mis compromisos con la luz”.   


Calzadilla, Juan (2004) Reverón, voces y demonios. Caracas: Monte Ávila editores.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario