domingo, 15 de febrero de 2015

Gelindo Casasola: un poema

El arquero místico
Como si un Halcón de Oro serenamente
se hubiera parado en mi lengua
yo vuelo con alas de Sol al Alba.

El mundo está hecho de colinas.
Lo miro incandescente y me sumerjo
en la quietud de las sílabas de la plata.
Lo sobrepaso como un arco iris y
en el amor de las cascadas silenciosas
deshago mi carne para que el viento
la lleve.
Hablaba con las piedras, y las flores
que vuelan venían incendiarias
a ponerme carmesíes los cabellos.
Yo bajaba de las colinas.

Como el Oro yo bajaba.
Las ruidosas corrientes de los vientos
subían inmaculando.
Y las palabras corrían más allá de mí
al color de las cosas, al rojo vivo,
a las aguas.
Las nubes apasionadas que vuelan.
Y todo todo. El oro. Vientos
batiendo. Yo subía.
  Mis pies maravillosos eran flores.
Ya no era humano sino tal las cosas,
tal el río, tal el alba.

Iniciéme entonces como Mago.
Las aguas parecen pastores bellísimos.
Las cascadas lejanas nupciales caen en las
Piedras albas.
¡Ah! Qué risa Qué risa,
tal una corneta de oro es saliendo
de los lirios,
y pastor de aguas acaricié las uñas en el ónix
y volviéronse laurel. Volviéronse
sin color, volaron libremente.

Allí la altitud hace el hielo blanco
y los berros iluminados de plata
y la plata de las palabras
silábicas:
todo es alto halcón de viento.
Y hasta los pájaros relumbran chillando
cuando caen.
Hasta las aves.
Y  todo es perla altísima. Todo es
perla.

Los caballos de belfos claros alados
subían a las cimas transparentes.
Aireábase las crines sucias de luz.
Añorábase el cielo entre tantos platores.
¡Ah!
Y yo tenía el más vertiginoso azul ante
abierto como un sexo profundo.
Yo un Arquero tendía los brazos para irme
en la flecha.
Puramente.

Pero pasado en can con canto y las frutas,
pasadas las cimas
dejé la puerta atrás y entré a las simas.
Bajé a las Simas.
Bosques hundosos ardientes selvas volviéronse
chillaron augurios los pájaros y
luctuosas me acompañaban las mariposas
ya sin color de sol en las venas.
Yo descendía.
Y el agua era pervertiente.
La niebla minusvalía mis ojos.
Había errado el Sendero equivocadamente.
Sólo sonaban ramas quebradas.

No esperaba Nada.
Tan sólo el Poder me sacaría de nuevo a los
[Soles.
Sonó el viento en las flores.

Y el azul más absoluto se apersonificó de mí
me hizo aire
oxígeno puro estremecido en el cielo.
Yo andaba infinitamente en prados celestes
donde ya nada había.
Yo sólo andaba. Puro.
Arquero dormido.
Sin pensar.

Era inacabable.
Inacabable.

Oxígeno.
Pálido oxígeno.

Nada respiraba.

¡AH!

Y lo signos. Los Signos del cielo cantaban:
Medialuna sobre Venus ardiente
al ocaso

al Oriente

al Alba.

Y las nubes esfumáronse, serenáronse.
Yo flotaba.

Me fui caiendo caiendo


Venus floreciendo entre las orquídeas.

Del libro: El Honguero apasionado (1991) 

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