lunes, 16 de febrero de 2015

Las mieles de Carmen Verde Arocha



“Quitarse un poco de ojos, de oídos, de palabras. / todo aquello que estorbe en la oración.” Estos versos de Carmen Verde Arocha pertenecen al poemario Mieles (2003), el último trabajo que aparece registrado dentro de su poesía reunida que lleva el mismo nombre Mieles (Caracas: Monte Ávila editores, 2005). Unas líneas que nos ubica en el territorio que viene explorando la autora desde trabajos anteriores: Magdalena en Ginebra (1994), Cuira (1997) y Amentia (1999), donde los poemas andan hermanados y sustentados por la mirada a la naturaleza, el recuerdo de la infancia y la persistencia de un sentimiento religioso bastante peculiar. Por los efectos del ambiente recreado en Mieles la obra de Arocha sigue demostrando una sólida coherencia en su conjunto y acentúa la voz insular de esta autora.
En este último poemario se sigue atendiendo una realidad que reclama al lector ir más allá de la mera comprensión intelectual, pues en sus páginas se evoca y recrea un singular estado de ánimo, presenta un ambiente enrarecido a partir de lo inefable e invisible. Concretar esa sensación por medio del símbolo es parte de su testimonio, por tal razón, lo formal y lo temático se encuentra estremecido por lo que dice uno de sus versos “Sería bueno visitar el sueño por dentro” (p. 93). 
En Mieles la autora entra en un ámbito donde “la palabra no debía estorbar” (p. 93) lo cual lleva a escuchar por encima del significado denotativo, mirar en imágenes y pensar en música,  pues sus poemas son extensiones de una naturaleza donde “todo es fuego y a la vez agua. / Difícil pasar al otro lado del río / Es como si la vida y la muerte se juntaran / para borrar el pecado” (p. 123). La geografía sentimental, por tanto, tiene una capacidad de muestra inusual que puede cruzar de un conmovedor homenaje a la abuela hasta una voz que con naturalidad habla con Dios. Sentido e imagen son la misma cosa.
La evocación y la visión forman el estado natural de esta poesía, defrauda  a cualquiera que busque un referente inmediato, la sujeción a la vida práctica. Pero esto no quiere decir que cancele lazos con la realidad más palpable, pues no hay división, hay un énfasis de unidad, afirmarse en un solo horizonte donde se le ha otorgado el valor justo a lo espiritual e intuitivo. “Él la levantó en lo alto. La dejaba correr entre sus dedos. / ella temblaba / porque nunca iba a revelar aquello que ahora guardaba” (p. 124).
En este sentido, su naturaleza formal está orientada a producir desplazamientos sintácticos, anomalías gramaticales, resistencia al sentido establecido, atentado contra la lógica, precisamente por ser poesía que habla en ocasiones de lo indecible. El lenguaje ambiguo es su virtud, lleno de plasticidad, donde triunfa el color y la imagen, Arocha sabe que la poesía hace pie en lo fundamental y fundante y que debe recobrar ese lenguaje original donde la aparente imprecisión o asociación insólita es vía para acercarnos a otra orilla. En un mundo como el que vivimos, desganado y que lleva sobre su ánimo la sombra de un persistente pesar le hace bien esta miel y nos invita a recordar aquellos versos que abren su libro Amentia (1999) “Hay que despertar la tierra. / Quitarle el lunar de los ojos, / para que los muertos / no se mezclen con ella”.
Dejo acá un par de poemas del libro Mieles.
Aljibe
A Estefania Arocha

Escríbeme por dentro. Le pedí a mi abuela
la última vez que bebía del río,
el agua entraba en el cuerpo, se le contraían los
[músculos,
el aliento comenzaba a evaporarse;

¿Cómo pudo vivir tantos años en un río tan caudaloso?

Es lo que cada mañana me pregunto, tratando
de que el recuerdo describa sus facciones.

Un día vi que caminaba
de la mano de un hombre por la casa.

Deja que llueva, logró decirle
y el varón le dejaba ver sus ojos
a través del agua de tilo que sostenía en las manos.

En las tardes
se recostaba sobre la almohada a revisar en su memoria
cómo había sido el último beso,

a veces yo trato de encontrárselo. Es difícil
hallar un beso
debajo de tantos recuerdos.

Hay una esfera dentro y lejos del mundo.
Es un elefante que camina a pasos gigantescos por la
[casa,
así es el amor, pienso.
Busco en el baúl de la abuela
los restos de alimentos,
las voces de la infancia
que nunca más utilizó.

Ella se acercaba con su sombrero inclinado,
hacia el mismo sitio donde había nacido.

Tenía pensado perpetuarse,
crecer
hasta que el crujido de los resortes se confundieran con
[la maleza.
Quedó muda durante años,
cansada de llevar la misma montura en los dientes:

Tener dentadura es bueno, aunque sólo sea un
pedazo de yeso.

Era su voz que se oía en el cielo.

Cerraba sus labios
cuando la oruga venía a comerse las hojas de tabaco,
los aviones cercanos arrasaban con las naranjas viejas.

Todos vamos envejeciendo

y nos alargábamos en la pared
como si quisiéramos dormir con nuestras sombras. 

La abuela se aleja con los hombros vacíos,
tararea:

Acuéstense temprano, mañana llegarán tarde al colegio.
Aún me veo buscando en su baúl,
aquella sombra que era de mi madre, de su abuela y
[bisabuela,
que ocultó durante muchos años;

también es bueno mirarse en los ojos de la abuela
sobre todo en estos momentos
en que el amor llega por los cuatro puntos cardinales,

me da miedo recibirlo,

pero lo llevo dentro, susurrándole al oído
que le enseñe a nadar a comer despacio.
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Devocionario

Levantar la alfombra y escribir debajo
con la rodilla inclinada.
Un pergamino púrpura se ha perdido,
hay que hacer uno con letras de anís.

¿Debemos pesar el alma?
No hay que aspirar a tanto, decía la tía Consuelo.

La mentira sea transformada en una verdad
y que no lastime los recuerdos.

En ocasiones es suficiente,
ver la luz de los candelabros
al momento de amar.

Quisiéramos que el día fuera la noche.
Ojalá la noche se pareciera a un racimo de uvas,
comerla despacio, no tener hambre
hasta la mañana siguiente.

En algún lugar está escrito
que el hombre y la mujer sean uno.

¿Quién cuida un niño en su vientre?
¿Quién canta cumpleaños cuando lleva en la frente a
[un niño?
¿Quién alimenta un niño en su rodilla?

Son muchas las voces que recorren la vida de una.
Varios los adioses.

En este siglo las mujeres usan portafolios,
allí llevan consigo al amante.

Así es la voluntad,
la salud, de tanto decir una plegaria
con sabor a perejil, a eucaliptos recién cortados.

Imposible asir el dolor colgado de una tela metálica.

Devolverlo a la montaña es lo correcto.

En un devocionario se lee:
Una concubina fue la primera mujer en el mundo,

también la madre de Dios.

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