domingo, 15 de febrero de 2015

Magdalena Fernández nos recuerda a Oiticica

BIENAL INTERNACIONAL DE ARTE CONTEMPORÁNEO

ULA-2010


Con su obra Homenaje a Hélio Oiticica Magdalena Fernández nos presenta el testimonio de que pintura y video pueden hermanarse y formar un producto artístico de alta densidad visual, precisamente por elegir una ruta que amalgama y crea un cuerpo único. En este homenaje la expresión radica en esa hibridez de técnicas, en los acercamientos y roces de preguntas y procedimientos en apariencia incompatibles. Acá resulta inoperante las fronteras entre “géneros” y la materialidad como exigencia en una obra de arte, de allí que su dones visuales se encuentren en ese inusual encuentro de homenajear la pintura sin que haya lienzo, óleos, marco o tela, un tributo a la tradición pictórica desde una perspectiva que tiene a la tecnología como base.
Esta propuesta se alimenta de la cita y la relectura. Desde un ángulo que necesita de las bondades de las herramientas tecnológicas, del video y la proyección, Fernández en este homenaje y en otras obras de la misma familia hace eco de obras pictóricas de autores con resonancia dentro de la Historia del Arte y que, paralelamente, sintonizan con las inclinaciones estéticas de la autora. Reafirma  su modalidad y su identidad como videoartista aunque el tema, en apariencia, parezca tener inconvenientes con el factor actualidad, aquella conexión con el presente tan dado a manifestar el apego a la máquina y lo virtual, que es también reflejo de la forma en que crea y comunica Fernández su obra.
Como su nombre lo indica esta obra logra alcanzar la movilidad en virtud del medio utilizado. Ese es parte del sentido, uno de los cometidos y de los componentes capitales. Sin duda, hay afinidad entre el lenguaje formal y distintivo utilizado por Hélio Oiticica y el que ha desarrollado Fernández; en ambos casos atienden la abstracción geométrica. Los impulsos plásticos desarrollados por el artista brasileño reviven, las ideas del neoconcretismo renacen, el color como rasgo influyente en la relación obras-espacio es rememorado. Oiticica es visible y a un tiempo ya es otro. La obra, por su vida propia, se desplaza de unas manos a otras sin traumas ni complejos. La pintura indica lo que se debe hacer, le comunica a Fernández y la artista es portavoz de ese mensaje.
Oiticica se rescata, se valora y seguidamente es lazo al fin estético de Fernández. La cita sufre un revuelo cuando es tocado por el elemento tecnológico haciendo que las posibilidades y las inquietudes de la pintura se sobrepasen y se concreten de otra manera. Hay un paso de la sugerencia al hecho y ese rasgo se vuelve el elemento paradigmático en este homenaje. Fernández estimula la pintura con sus herramientas creativas y no rehúsa los estados emotivos a los que lleva un lienzo. También hay contemplación, persiste la importancia del color y su fuerza expresiva, su capacidad de modificar la percepción, insiste el silencio y la exigencia de frenarse, por instantes breves, para comulgar con otro orden, más puro, más esencial. Hay comunión en ambos artistas, un diálogo con una fluidez que lleva a una insospechada unidad, a una obra que se continúa.      

El homenaje de Fernández es un complemento y desarrollo de las ideas del artista brasilero. Es una amalgama de voces unidas por inquietudes constantes en la plástica, a pesar de la distancia y el intervalo del tiempo entre ambos creadores. Dado el trato de la imagen por parte de la artista venezolana evidentemente existe una naturaleza de la obra sintonizada con rasgos común a otros productos artísticos de la contemporaneidad, a saber, lo inmaterial y efímero. Rasgos que no desdibujan la experiencia estética o la sensación frente a un lienzo, cara a cara con el color, todo lo opuesto, pues, con Fernández asistimos  a un recinto estremecido por un lenguaje depurado y un silencio teñido 

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